Tradicion historia de un Сañoncito
Enviado por djchristian • 1 de Noviembre de 2014 • Reseña • 2.415 Palabras (10 Páginas) • 275 Visitas
TRADICION HISTORIA DE UN CAÑONCITO
- Ricardo Palma -
Según Palma no a habido peruano que conociera bien su tierra y a los hombres de su tierra como don Ramón Castilla.
Para él la empleomanía era la tentación irresistible y el móvil de todas las acciones de los hijos de la patria.
Estaba don Ramón en su primera época de gobierno, y era el día de su cumpleaños (31 de agosto de 1849).
Corporaciones y particulares acudieron al gran salón de palacio a felicitar al supremo mandatario.
Se acercó un joven a su excelencia y le obsequió, en prenda de afecto, un dije para el reloj.
Era un microscópico cañoncito de oro montado sobre una cureñita de filigrana de plata: un trabajo primoroso, en fin, una obra de hadas.
El presidente agradeció, cortando las frases de la manera peculiar muy propia de él. Pidió a uno de sus edecanes que pusiera el dije sobre la consola de su gabinete.
Don Ramón se negaba a tomar el dije en sus manos por que afirmaba que el cañoncito estaba cargado y no era conveniente jugar con armas peligrosas.
Los días transcurrieron y el cañoncito permanecía sobre la consola, siendo objeto de conversación y curiosidad para los amigos del presidente, quien no se cansaba de repetir:
“¡Eh! Caballeros hacerse a un lado…, o hay que tocarlo… el cañoncito apunta…, no se si la puntería es alta o baja…, no hay que arriesgarse,…, retírense… no respondo de averías.
Y tales eran las advertencias de don Ramón, que los palaciegos llegaron a persuadirse de que el cañoncito sería algo más peligroso que una bomba o un torpedo.
Al cabo de un mes el cañoncito desapareció de la consola, para formar parte de los dijes que adornaban la cadena del reloj de su excelencia, por la noche dijo el presidente a sus tertulios:
¡Eh! Señores… ya hizo fuego el cañoncito…, puntería b aja… poca pólvora… proyectil diminuto… ya no hay peligro… examínenlo.
Lo que había sabido es que el artificio del regalo aspiraba a una modesta plaza de inspector en el resguardo de la aduana del Callao, y que don Ramón acababa de acordarle el empleo.
La tradición finaliza con una moraleja en la que Palma manifiesta que los regalos que los chicos hacen a los grandes son, casi siempre, como el cañoncito de don Ramón.
Traen entripado y puntería fija. Día menos, día más. ¡Pum!, lanza el proyectil.
TRADICION LA ÚLTIMA FRASE DE BOLIVAR
- Ricardo Palma -
La escena pasa en la hacienda San Pedro Alejandrino, y en una tarde de diciembre del año 1830.
En el espacioso corredor de la casa, y sentado en un sillón de baqueta, veíase a un hombre demacrado, a quien una tos cavernosa y tenaz convulsionaba de hora en hora.
El médico, un sabio europeo, le propinaba una poción calmante, y dos viejos militares, que silenciosos y tristes paseaban en el salón, acudían solícitos al corredor.
Más que de un enfermo se trataba ya de un moribundo, pero de un moribundo de inmortal renombre.
Pasado un fuerte acceso, el enfermo se sumergió en profunda meditación, y al cabo de algunos minutos dijo con voz muy débil:
- ¿Sabe usted, doctor, lo que me atormenta al sentirme ya próximo a la tumba?
- No, mi general.
- La idea de que tal vez haya edificado sobre arena movediza y arado en el mar.
Y un suspiro brotó de lo más íntimo de su alma y volvió a hundirse en su meditación.
Transcurrido gran rato, una sonrisa tristísima se dibujó en su rostro y dijo pausadamente:
- ¿No sospecha usted, doctor, quiénes han sido los tres más insignes majaderos del mundo?
- Ciertamente que no, mi general.
- Acérquese usted, doctor., se lo diré al oído.
Los tres grandísimos majaderos hemos sido Jesucristo, Don Quijote y yo.
TRADICION LOS MOSQUITOS DE SANTA ROSA DE LIMA
- RICARDO PALMA -
Cruel enemigo es el zancudo o mosquito de trompetilla, cuando se le viene en antojo revolotear en torno a nuestra almohada, haciendo imposible el sueño con su incansable musiquería.
¿Qué reposo para leer ni escribir tendrá un cristiano si en lo mejor de la lectura o cuando se halla absorbido por los conceptos que del cerebro traslada al papel, se siente interrumpido por el impertinente animalejo?
No hay más que cerrar el libro y arrojar la pluma, y coger el plumerillo o abanico para ahuyentar al malcriado.
Creo que una nube de zancudos es capaz de acabar con la paciencia de un santo, aunque sea más cachazudo que Job y hacerlo renegar como un poseído.
Por eso mi paisana Santa Rosa, tan valiente para mortificarse y soportar dolores físicos, halló que tormento superior a sus fuerzas morales era el de sufrir, sin refunfuño, las picadas y la orquesta de los alados musiquines.
Y ahí va, a guisa de tradición, lo que sobre el tema tal refiere de los biógrafos de la santa limeña.
Sabido es que en la casa en que nació y murió la Rosa de Lima, hubo un espacioso huerto en el cual se edificó la santa una ermita u oratorio destinado al recogimiento y penitencia. Los pequeños pantanos que las aguas de regadío forman, son criaderos de miriadas de mosquitos y como la santa no podía pedir a su Divino Esposo que, en obsequio de ella, alterase las leyes de la naturaleza, optó por parlmentar con los mosquitos. Así decía:
– Cuando me vine para habitar esta ermita, hicimos pleito homenaje los mosquitos y yo, de que no los molestaría, y ellos de que no me picarían ni harían ruido.
Y el pacto se cumplió por ambas partes, como no se cumplen... ni los pactos politiqueros.
Aun cuando penetraban por la puerta y ventanilla de la ermita, los bullangueritos y lanceteros guardaban compostura hasta que con el alba, al levantarse la santa, les decía:
– ¡Ea, amiguitos, id a alabar a Dios!
Y empezaba un concierto de trompetillas, que sólo terminaba cuando Rosa les decía:
– Ya está bien, amiguitos: ahora vayan a buscar su alimento.
Y los obedientes sucesorios se esparcían por el huerto.
Ya al anochecer los convocaba, diciéndoles:
– Bueno será, amiguitos, alabar conmigo al Señor que los ha sustentado hoy.
Y repetíase el matinal concierto, hasta que la bienaventurada decía:
– A recogerse
...