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Enviado por GetzemanyMoreno • 7 de Octubre de 2013 • 762 Palabras (4 Páginas) • 261 Visitas
Por el camino del misionero,
encontré la fortaleza del hereje
Sandra Lilia Andrade Peralta
Si he de ser honesta para quien lea este texto, jamás
entretejí un deseo, ni un anhelo por crucificarme en las
ataduras del misionero; mas, por un intento de no quedarme
perdida en aquellas tareas que encierra la vida de
mi madre, mi poca vestidura económica y sí las fantasías
que todos encerramos al mirar las condiciones
desahogadas de otros, decidí ser maestra (decisión
equivocada cuando se enlaza con el deseo de tener,
cuando una piensa en el camino fácil). Sin embargo, al
principio de mi formación me avergonzaba no poder expresar,
con verdadera decisión y con la fuerza del colectivo,
una respuesta honesta cuando los maestros de la
Normal nos cuestionaban porqué estábamos en esa
escuela, pues como en coro mental cada una de las
compañeras formaba la representación de su más tierna
imagen dando clases a sus amiguitos, matizado de un
gusto choteado por los chiquillos, y tras de ello, frecuentemente
se escuchaba decir a cada una de las estudiantes
un discurso meloso y perverso que revestía de
las más incómodas vestimentas a los niños de su
imaginación. La perversidad de su construcción lingüística
la señalo porque parecían encerrarse a la infancia
en un mundo donde el tiempo se detenía entre sonrisas
y felicidad, donde los colores ideales seguían haciendo
alusión al rosa y al azul. Muchas veces me sentí inadaptada,
ajena al mundo de la docencia, individualista a
cooperar con esas ideas que me parecen tan perdidas y
alejadas de las necesidades del nivel preescolar.
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Sin embargo, al cabo de algunos años de recorrer
el camino, y creo yo, de recuperar parte del sentido ético
de mi profesión, de sumar algunas condiciones, muchas
adversas al sentido de mi docencia, de revisarme, de
reflexionar sobre lo que hago en la cotidianidad, de haberme
regalado la maestría y de dialogar con otros, es
que me he permitido cuestionar el poder y a quien en él
se asuma con la postura de dictador, de sus acciones,
de sus decisiones, de sus visiones, a las que muchas
veces se piensa que por pintarlas de colores pastel y
atiborrarlas de flores y encajes caros, deben ser obedecidas,
como si el sentido y el valor de la escuela y de
los docentes estuviese en obedecer lo más fielmente
posible la autoritaria visión de alguien que se quedó atrapada
en la tradición de antaño.
Aunque este no es un proceso que se concluya,
en verdad me siento muy entusiasmada de participar de
otros espacios donde cada una de las docentes habla de
lo que le mueve y preocupa, donde cada una, a su paso,
está aprendiendo a ser individual con un sentido autónomo
que encierra un proyecto de responsabilidad
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