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Una Historia De La Revolucion


Enviado por   •  18 de Julio de 2012  •  670 Palabras (3 Páginas)  •  525 Visitas

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Una historia de la Revolución 1

Dicen que en el pueblo ya nunca se volvió a comer carne de cerdo después de que pasaron los federales, los pelones, pues. No, nada de motivos religiosos; ninguna prohibición. Simplemente faltó el antojo... las ganas de una fritura. Esos chanchos quedaron malditos a causa de la Revolución.

Contaban los viejos del pueblo que ya había muerto el presidente Madero durante la Decena trágica. Acá, en el estado de Morelos, toda la peonada había tomado partido por Emiliano Zapata y el gobierno federal nos traía entre ojos. Y es que aquí en el pueblo, muy cerca de Cuautla, nuestra gente peleaba de manera muy distinta a como lo hacía el resto de los ejércitos revolucionarios.

Según las narraciones, los venadeaban desde los cerros o los emboscaban en alguna cañada. Pobres pelones, soldados de leva, no sabían ni de dónde llegaban los tronidos. De uno en uno iban reventando. Después, ya todo quieto, se recogían rifles, pistolas y cananas para regresar cada quien a su casa, volvían a ser gente común del campo hasta la siguiente refriega.

La masacre

Llegaron de nochecita, cuando la gente ya estaba descansando. Avisaron los perros con sus ladridos, pero no hubo tiempo ni para terminar de abrir los ojos.

Quemaron todo. Echaban la lumbre a los techos de las casas y en cuanto la gente salía, soltaban la ráfaga de balas. Don Serafín decía que esa vez conoció lo que era una ametralladora, la matraca de las balas.

Una “ jijez” que hayan ido de noche, como los coyotes. Cobardes que agarraron parejo a los hombres, la gente de edad, mujeres y niños. Al mismo tiempo fue una suerte porque mucha de la gente pudo escapar agarrando camino hacia los cerros. Varios días anduvieron por ahí, a la espera de que los uniformados se retiraran.

El pueblo destruido

Poco a poco se fueron regresando para ver qué había sido del pueblo. Una desgracia. Todo deshecho. Tejados humeando, cachos de pared chamuscados. Esos canijos se llevaron todo lo que pudieron, los santitos de las casas, los trapos, algún adornito y casi todos los animales. No quedó ni un burro o alguna de las vacas.

Dejaron los muertos y lo que de plano no alcanzaron, unas cuantas gallinas y los chanchos. También se quedó el olor a muerte que siempre acompaña a la zopilotada.

Difuntos convertidos en carroña que se disputaban los pájaros negros con aquellos cerdos hambrientos. Malditos animales que antes fueron de las casas, pero que no necesitaron ni de dos semanas para ser salvajes de nuevo. Nunca fueron bonitos, pues les faltaba raza; pero a partir de esa ocasión, los lugareños los vieron cada vez más gordos, chaparros, trompudos y prietos. Sí, dicen que se salieron del corazón de las personas y ya nadie quiso tenerlos.

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