Una historia plena de duros adjetivos
Enviado por yolimarsanbertel • 8 de Marzo de 2013 • Ensayo • 633 Palabras (3 Páginas) • 329 Visitas
Una historia plena de duros adjetivos
Un país de ficción, de larga historia, donde Balzac, Víctor Hugo o Émile Zola no vacilarían en afirmar haber tomado parte. Desde esas páginas salidas de la imaginación de aquellos genios de las letras, el hombre que mira desde lejos —en un consultorio pobretón, colmado de miserables arropados con una piel de zapa, de fantasmas contagiados de viruela negra— es sólo una referencia, parte de la comedia humana de un pequeño territorio arruinado, azotado por diversas pestes y vicios. A los que respiramos hoy nos queda la imagen perdida, casi borrosa, de quien nos llenó los oídos con sus dolores en versos, pero más —si se trata de su biografía— de la vida que lo llevó a ser protagonista y otras veces testigo de la misma patria, dibujada por Alberto Arvelo Torrealba, también enferma de muerte, odios, revoluciones demenciales, llagas verbales y carnes desprestigiadas por la podredumbre bajo el cielo inmenso de un mapa que no termina de trazarse en el espíritu de sus moradores.
Y bien que lo llevó Arvelo Torrealba en el primer ensayo del libro Lazo Martí, vigencia en lejanía, texto mayúsculo que sigue siendo lectura necesaria para los que aún no se han paseado por aquella Venezuela que casi sigue siendo la misma en estos tiempos de nubes oscuras y pasiones encontradas.
Una lectura poco rigurosa nos permite entrar en estos sonidos: “La época más aciaga... ráfagas de barbarie... merma violenta del patrimonio público... ilícitas pecherías, traiciones, componendas, laudo concretado en despojo, bloqueos, quiebra de la moral ciudadana”, y así hasta desembocar en la única faena producto del hambre y la ignorancia: “la del guerrilleo, con el gobierno o contra el gobierno, a menudo en función de pillaje, excelente coyuntura para cambiar en oro y prestigio el valor personal y la audacia de los afortunados”.
Sustantiva, oral, aquella Venezuela, aquella patria que respiró el poeta Lazo Martí y que lo llevó a practicar la medicina, la poesía y la guerra para quedar marcado como parte del tiempo de “los atributos del guapo regional y luego del caudillo”.
Ese hombre que mira desde lejos, apoyado en la ventana, bajo el sol de Zaraza o embargado por la lumbre polvorosa de la noche, es el mismo que oye los ruidos de los sables, el de las armas de fuego y siente los balazos, los machetazos de quienes caen envueltos por las sombras y el barro de las lluvias y el polvo de la sequía. Es el mismo —ficción o realidad— que se sacude la pólvora sumido en el paisaje al que le extrae sus códigos y los convierte en imágenes poéticas. Es el mismo que atiende a los heridos, a los llagosos, a los purulentos, a los tuberculosos, a los tísicos del hambre, y que podía —a la sombra de alguna tarde silenciosa— escribir: “En estas horas crepusculares / en estas horas que van llegando, / que van llegando
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