Zeitlin - El Iluminismo - Ideología Y Teoría Sociológica
Enviado por Gonzalogarsan • 7 de Octubre de 2013 • 3.468 Palabras (14 Páginas) • 715 Visitas
El Iluminismo: sus fundamentos filosóficos
(págs. 13-20)
Más que los pensadores de cualquier época anterior, los hombres del Iluminismo adherían firmemente a la convicción de que la mente puede aprehender el universo y subordinarlo a las necesidades humanas. La razón se convirtió en el dios de estos filósofos, quienes se inspiraron principalmente en los avances científicos de los siglos precedentes. Tales avances los llevaron a una nueva concepción del universo basada en la aplicabilidad universal de las leyes naturales. Utilizando los conceptos y las técnicas de las ciencias físicas, emprendieron la tarea de crear un mundo nuevo basado en la razón y la verdad. Esta última fue el objetivo fundamental de los intelectuales de dicha época; pero no la verdad basada en la revelación, la tradición o la autoridad, sino aquella cuyos pilares gemelos serían la razón y la observación.
Si la ciencia había revelado la acción de las leyes naturales en el mundo físico, quizá podían descubrirse leyes similares en el mundo social y cultural. Así, los philosophes investigaron todos los aspectos de la vida social; estudiaron y analizaron las instituciones políticas, religiosas, sociales y morales, las sometieron a una crítica implacable desde el punto de vista de la razón y reclamaron un cambio en aquellas que la contrariaban. Por lo general, descubrían que los valores y las instituciones tradicionales eran irracionales. Esto solo era otra manera de decir que las instituciones vigentes eran contrarias a la naturaleza del hombre, y por tanto, inhibían su crecimiento y su desarrollo: las instituciones irrazonables impedían a los hombres realizar sus potencialidades. Por ello, estos pensadores hicieron una guerra constante a lo irracional, y la crítica se convirtió en su arma más importante. Combatieron lo que consideraban superstición, fanatismo o intolerancia; lucharon contra la censura y exigieron libertad de pensamiento; atacaron los privilegios de las clases feudales y sus restricciones sobre la clase industrial y la comercial; por último, intentaron secularizar la ética. Conocían perfectamente las conquistas intelectuales positivas logradas hasta entonces, pero eran también críticos, escépticos y seculares. Fundamentalmente, fue la fe en la razón y en la ciencia lo que dio un impulso tan vigoroso a su obra y los llevó a ser humanitarios, optimistas y confiados.
Algunos estudiosos del Iluminismo han sostenido, sin embargo, que «los philosophes estaban más cerca de la Edad Media, menos liberados de los preconceptos del pensamiento cristiano medieval de lo que ellos pensaban y de lo que se ha supuesto comúnmente» . Más que sus logros efectivos y sus afirmaciones, son sus negaciones las que nos han impresionado y llevado a atribuir a su obra un carácter moderno. Los «philosophes demolieron la Ciudad de Dios de San Agustín, pero solo para reconstruirla con materiales más modernos» . Ernst Cassirer, que quizá sea el más grande historiador de la filosofía del siglo XVIII, comparte esta opinión hasta cierto punto. «Sus enseñanzas dependían de los siglos anteriores —escribe Cassirer— en mucho mayor medida de lo que pensaban los hombres de la época ( ... ) Más que aportar y poner en circulación ideas nuevas y originales, ordenaron, tamizaron, desarrollaron y aclararon esa herencia.» Sin embargo, como con paciencia demostró Cassirer, el Iluminismo creó realmente una forma de pensamiento filosófico que era original en su totalidad, pues solo con respecto al contenido siguió dependiendo de las lucubraciones de los siglos precedentes. Sin duda, sus construcciones intelectuales se erigieron sobre los cimientos colocados por los pensadores del siglo XVII —Descartes, Spinoza, Leibniz, Bacon, Hobbes y Locke—, y reelaboró sus ideas principales; pero en esta misma reelaboración aparecieron un nuevo significado y nuevas perspectivas. El filosofar se convirtió en algo diferente.
Los pensadores del siglo XVIII habían perdido la fe en los sistemas metafísicos cerrados y autosuficientes del siglo anterior; habían perdido la paciencia ante una filosofía confinada a axiomas definidos e inmutables y a realizar deducciones a partir de ellos. En mayor medida que antes, la filosofía va a convertirse en la actividad mediante la cual es posible descubrir la forma fundamental de todos los fenómenos naturales y espirituales. «Ya no debe separarse a la filosofía de la ciencia, la historia, la jurisprudencia y la política; más bien, aquella debe ser la atmósfera en la que estas puedan existir y ser efectivas» (pág. vii). Se da gran importancia a las investigaciones e indagaciones; el pensamiento del Iluminismo no es solo reflexivo, ni se contenta con tratar en forma exclusiva verdades axiomáticas. Atribuye al pensamiento una función creadora y crítica, el poder y la tarea de moldear la vida misma» (pág. viii). La filosofía ya no es una mera cuestión de pensamiento abstracto, sino que adquiere la función práctica de criticar las instituciones existentes para demostrar que son irrazonables e innaturales. El Iluminismo exige el reemplazo de estas instituciones y de todo el orden anterior por otro nuevo, más razonable, natural y, por ende, necesario. La realización del nuevo orden es la demostración de su verdad. El pensamiento del Iluminismo tiene, pues, tanto un aspecto negativo y crítico como un aspecto positivo. Lo que le da una cualidad nueva y original no es tanto la peculiaridad de sus doctrinas, axiomas y teoremas, sino el proceso de criticar, dudar y demoler, así como el de construir. Con el tiempo, esta unidad de tendencias «negativas» y «positivas» se quebró, y después de la Revolución Francesa, según veremos, ambas se manifiestan como principios filosóficos separados y antagónicos.
El espíritu del Iluminismo
Para los pensadores del Iluminismo, todos los aspectos de la vida y la obra del hombre estaban sujetos a examen crítico: las diversas ciencias, la revelación religiosa, la metafísica, la estética, etcétera. Percibían claramente un gran número de poderosas fuerzas capaces de arrastrarlos, pero se negaban a abandonarse a ellas. La autocrítica, la comprensión de su propia actividad, de la sociedad y la época en que actuaron, constituían una función esencial del pensamiento. Mediante el conocimiento, la comprensión y la identificación de las fuerzas y tendencias principales de su tiempo, los hombres podían determinar la dirección de esas fuerzas y controlar sus consecuencias. La razón y la ciencia permitían al hombre alcanzar grados cada vez mayores de libertad y, por ende, un creciente nivel de perfección. El progreso intelectual —idea que impregna todo el pensamiento de esa época— debía servir constantemente para promover el progreso general del hombre.
A diferencia
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