A LA ODISEA DE ULISES
Enviado por Gonza Vlk • 5 de Octubre de 2015 • Resumen • 2.229 Palabras (9 Páginas) • 533 Visitas
A LA ODISEA DE ULISES
ARGUMENTO: Según la leyenda Ulises era el rey de la isla Ítaca, que existe realmente a lo largo de la costa occidental de Grecia. En la costa, cerca de los Dardanelos, se levantaba la ciudad de Troya, o Ilion, según la llamaban los griegos. Homero tomó de este nombre el título de su primer poema, la Ilíada. La primera parte de la Ilíada describe a Ulises como un jefe muy hábil, el que en los juegos organizados por Aquiles se revela también gran atleta. Fue el quien sugirió a los griegos la idea de esconder soldados en un gran caballo hueco, el cual, con astucia, debía introducirse en la ciudad misma de Troya. Gracias a esta idea, los griegos vencieron la guerra. En vez de regresar directamente a su isla después de la caída de Troya, como hicieron los demás héroes griegos, Ulises puso rumbo al norte. Cuando los víveres comenzaron a escasear, la expedición atacó a una ciudad de los circonios para abastecerse, pero a costa de la vida de varios hombres. Una violenta tempestad se desencadenó y llevó la flotilla hacia el sur, hasta la costa de África, al país de los lotófagos. Algunos griegos no pudieron resistir la curiosidad de probar esos manjares, pero el loto es la flor del olvido, y los que lo habían comido perdieron en seguida el recuerdo de su hogar y de su familia. Ulises tuvo muchas dificultades para hacerlos embarcar de nuevo y se apresuró a levar anclas. Llegaron al país de los cíclopes, una raza extraña de monstruos de un solo ojo. Los griegos abordaron en una isla vecina, y al llegar la mañana, Ulises mandó a sus marineros que lo esperasen, mientras iba de exploración en busca de los cíclopes. Acompañado por doce hombres de confianza, desembarcó en la isla y llegó a una caverna llena de corderos, cabritos y quesos. Sus hombres quisieron marcharse inmediatamente, llevando a los barcos todas las provisiones que pudiesen, pero Ulises los obligó a esperar hasta que regresasen los habitantes de la caverna. Al ponerse el sol, el cíclope Polifemo hizo su aparición; era un enorme gigante cuyo único y enorme ojo estaba colocado en medio de su frente. Era pastor y entró en la gruta conduciendo su rebaño delante de sí. Luego alzó una gran piedra y cubrió la entrada. Cuando hubo encendido el fuego, descubrió a Ulises y a sus compañeros, que se habían escondido en un rincón. Ulises le dijo que era griego, así como sus compañeros, y que la tempestad los había arrojado hasta allí. El monstruo se echó a reir y, tomando a dos de los hombres, les arrancó los sesos y cenó su carne. Al fin, el sueño lo venció, y mientras dormía, Ulises buscaba un medio para escapar. Como los hombres no podrían mover la piedra que bloqueaba la entrada, no servía de nada dar muerte al gigante. Al día siguiente, por la mañana, el gigante se comió a otros dos hombres y salió de la caverna, pero sin olvidar cerrarla con la gran piedra. Ulises y los ocho hombres que quedaban estuvieron prisioneros todo el día en la oscura caverna. Esa tarde, después que el cíclope hubo devorado a otros dos hombres, Ulises le hizo beber un vino espirituoso. Tan luego como el gigante cayó en un sueño profundo, los nombres le reventaron el ojo único con un hierro candente, y luego se cuidaron bien de quedar fuera de su alcance, mientras transcurría la noche. A la mañana siguiente, el gigante ciego descubrió la abertura de la caverna para dejar pasar a su rebaño, mientras, a tientas, tocaba sus animales con el fin de sorprender la salida de los hombres. Pero Ulises había atado las ovejas en grupos de tres, y los hombres se escondieron bajo el vientre de la oveja de en medio; Ulises mismo se agarró a un gran macho cabrío, y así todos pudieron salir de la gruta sin molestia. Delante de la entrada de la cueva, el cíclope estaba implorando a su padre Poseidón, el dios del mar, para que castigase a Ulises, y su pedido fue escuchado. Los griegos se dirigieron hacia la isla en la cual vivía Eolo, el dios de los vientos, el cual los acogió amablemente. Al despedirse los griegos, el dios les entregó un odre de cuero donde estaban todos los vientos adversos, y mandó a los vientos del oeste que llevaran los barcos en dirección a Ítaca. Durante nueve días y nueve noches Ulises piloteó su barco y vigiló el odre de los vientos; pero al día noveno, mientras los campos mismos de Ítaca estaban a la vista, se durmió. Los hombres abrieron el odre, pensando que contenía ricos tesoros; los vientos desencadenados se precipitaron afuera. La tempestad que siguió hizo retroceder los barcos tras el mar de Eolia, pero esta vez Eolo rehusó ayudar a los griegos. Tristes y desanimados, se pusieron otra vez en camino hacia la patria. Después de seis días de navegación alcanzaron el puerto de Lamos, donde vivían los feroces lestrigones. Salvo el barco negro de Ulises, que ancló lejos, todos los barcos entraron al puerto. Los lestrigones, al encontrar a los griegos, se precipitaron sobre ellos y los degollaron; sólo escaparon Ulises y sus compañeros, que se encontraban en el barco negro fuera del puerto. Llorando la desgracia de sus compañeros, los sobrevivientes siguieron su viaje hasta la isla de una bruja llamada Circe. La hechicera atrajo a su jardín a todos los marineros, salvo uno, y los transformó en cerdos con un toque de su vara mágica y los encerró en una pocilga. Ulises, al enterarse de eso por el marinero que había escapado, fue a ver a Circe para salvar a sus hombres. Hermes (Mercurio), “El que viene en ayuda”, le dio una droga mágica que lo inmunizaba contra los poderes de Circe. Cuando la hechicera comprendió que los dioses estaban protegiendo a Ulises, rompió el encanto que había echado a los hombres. Luego se puso tan condescendiente, que le dio consejos para escapar de los peligros que lo acecharían durante el viaje de regreso. El primer peligro que debía presentarse era la isla de las sirenas. Ninfas de belleza maravillosa atraían a los marineros con su hermoso canto, los cuales, al tratar de alcanzarlas, naufragaban en los escollos de la costa. Para impedir a sus hombres que las oyesen, les tapó los oídos con cera y les rogó que lo atasen al mástil. Mientras el barco estaba pasando a lo largo de la isla, las sirenas cantaron con tanta ternura, que Ulises suplicó a sus hombres que lo desataran, pero éstos no hicieron sino apretar los nudos y remaron lo más rápido que pudieron. Otro riesgo los estaba esperando; al alejarse de los alrededores de la isla, llegaron a un brazo de mar estrecho que guardaban dos criaturas terribles. Sentado en las rocas, de un lado del estrecho, el monstruo de seis cabezas, Escila, atisbaba los barcos para engullir a los tripulantes. Del otro lado, Caribdis hacía un remolino que atraía con gran fuerza a todos los barcos que pasaban cerca. Seis hombres fueron devorados por Escila, pero Ulises logró evitar la trampa de Caribdis. Prosiguieron su viaje hasta la isla del sol. Ahí, algunos de los hombres de Ulises mataron ganado para alimentarse. Indignado por este sacrilegio, el dios rehusó brillar hasta que los hombres fueran castigados. Así, luego que hubieron izado velas, Zeus desencadenó una formidable tempestad que abrió el barco de par en par, y se ahogaron todos, a excepción de Úlises. Durante nueve días estuvo a la deriva, asido a los restos del barco. Al fin, la corriente lo depositó en la isla de Ogigia, donde la diosa Calipso lo recogió y lo retuvo durante siete años. Esperaba que se casase con ella y así volverlo inmortal, pero Ulises suspiraba por su hogar en Ítaca, por su esposa Penélope, y por Telémaco, su hijo. Entre tanto, en Ítaca, la fiel Penélope aguardaba el retorno de Ulises. Todos creían que éste había desaparecido en el mar, y los príncipes de Ítaca y de las islas vecinas querían casarse con Penélope; pero ella rehusaba con la esperanza de ver de nuevo a Ulises. Los pretendientes se apoderaron del palacio del héroe, comieron su ganado y bebieron su vino. Penélope rehusó sentarse con ellos a la mesa y se refugió en su dormitorio con sus fieles sirvientes. Veinte años habían pasado desde la caída de Troya, y la familia de Ulises se encontraba en gran aflicción. Para alejar a sus pretendientes, Penélope les había dicho que escogería esposo entre ellos cuando terminara la tela que estaba tejiendo. Durante el día, hacía correr la lanzadera en el telar, y por la noche deshacía todo lo que había tejido durante el día. Con esta astucia pudo evadirse tres años; pero un día, una sirvienta traicionó a su ama en presencia de los pretendientes, y Penélope se vio obligada a acabar con su trabajo. Telémaco ya era un gallardo joven, pero los pretendientes lo trataban como a un niño, y no le hacían caso cuando les ordenaba regresar a sus hogares. La diosa Atenea apareció a Telémaco y le dijo que fuese en busca de noticias de Ulises a Néstor y Menelao. Con el apoyo de Atenea, Telémaco y sus compañeros encontraron un barco y se pusieron en camino. Cuando Penélope se enteró por su vieja niñera de la salida de su hijo, lloró pensando que nunca volvería a verlo. Atenea admiraba a Ulises más que a cualquier otro mortal y tomó medidas para llevarlo salvo a casa. Envió por medio de Hermes un recado a Calipso, en que le ordenaba facilitar a Ulises su salida de la isla. Contra su deseo, la diosa ayudó a construir una balsa y le dio provisiones. Mientras Ulises navegaba en su balsa, Poseidón lo espiaba y, acordándose de su hijo, el cíclope Polifemo, desató una tormenta terrible. Las olas furiosas hicieron pedazos la balsa de Ulises, el que se hubiera ahogado si la ninfa Inone no le hubiese dado su chal para sostenerlo encima de las aguas, mientras que Atenea lo guiaba hacia el país de los feacios. La princesa Nausícaa vio a Ulises no lejos de la orilla y lo llevó a la corte de su padre, donde aquél hizo el relato de sus aventuras. Los feacios, muy impresionados por lo que oyeron, lo colmaron de regalos y a bordo de un barco lo condujeron a Ítaca. Ulises escondió sus bienes y se dirigió hacia la casa de su pastor Eumeo. El fiel servidor no reconoció a su amo, que Atenea había disfrazado de viejo mendigo. Empero, el pastor se mostró amable con el viejo y le habló de los crueles pretendientes que devastaban las posesiones de Ulises; Ulises sintió gran ira y juró castigar a los príncipes. En ese momento, Telémaco, que regresaba de su viaje de información, llegó a la choza del pastor. Fue muy cortés con el mendigo. Al mismo tiempo, Atenea devolvió a Ulises su aspecto natural, y al fin Telémaco encontró de nuevo a su padre. Juntos hicieron proyectos para castigar a los pretendientes. Telémaco regresó al palacio, para alegría de Penélope. Al día siguiente por la mañana, Ulises, siempre disfrazado de mendigo, se dirigió a su vez al palacio y fue muy mal acogido por los pretendientes de Penélope, lo que hizo avivar su furor contra ellos. Pasó el día sentado en la sala de entrada, informándose sobre la lealtad de los miembros de su servidumbre. Por la tarde, siempre como mendigo, anunció a Penélope que Ulises estaba a punto de regresar; pero ella no podía creerlo. Al día siguiente, cuando los pretendientes llegaron a la sala, Ulises y Telémaco habían ya quitado todas las armaduras y las armas que estaban colgadas en la pared. Penélope entró llevando el gran arco de Ulises y el carcaj con las flechas de bronce, y prometió que tomaría por esposo al que fuera capaz de lanzar las flechas a través de doce hachas, como lo hacía Ulises. Uno tras otro, los pretendientes trataron de lograrlo, pero ninguno pudo doblar el arco gigante. Entonces Ulises, siempre disfrazado, se adelantó y empuñó el arco, disparó una flecha, la cual fue como un rayo hacia el agujero del hacha de bronce. Lanzó una flecha a través de cada una de las hachas, mientras los pretendientes lo miraban estupefactos. Ajustando otra flecha, se volvió hacia los pretendientes y les dio a conocer quién era. Ulises, a flechazos, dio muerte al más detestable de ellos. Telémaco trajo armaduras y armas con las cuales el padre, el hijo y el pastor lucharon con los otros príncipes. Toda resistencia era vana contra el furor del rey y sus dos ayudantes, y todos los príncipes fueron asesinados.
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