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Adaptación De "La Bruja Y El Sapo" De M. Von Saltzen


Enviado por   •  27 de Agosto de 2014  •  975 Palabras (4 Páginas)  •  616 Visitas

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“La bruja y el sapo” de Marita von Saltzen

Hace unos meses me propuse encontrar una bruja de verdad. Una de ésas que, además de adivinar el futuro, sacar el mal de ojo, deshacer algún “trabajito” y preparar pócimas para distintos fines, supiera hacer encantamientos; concretamente, que me enseñara a convertir a mi marido en sapo.

Llamé a varias por teléfono (rubro 62 de Clarín) pero ninguna hacía ese tipo de trabajo. Llamé a la suegra de mi amiga Coti: ella siempre me había dicho que su suegra era una bruja. Creo que no debí tomarlo al pie de la letra, porque cuando le pregunté a esta señora si ella era capaz de convertir a mi marido en sapo, me preguntó por qué ella; cuando le expliqué me cortó y ahora tengo una amiga menos.

Finalmente una compañera de oficina me dio el número de otra bruja; me atendió su secretaria, muy formal y me dijo que para cualquier consulta debía solicitar turno. ¡Cien pesos, la consulta! Pero como creí que valía la pena, y además me dijo que si no estaba conforme me devolvería el dinero, allí estuve la semana siguiente.

La puerta se abrió sola (portero eléctrico) y, cuando mis ojos se acostumbraron a la semipenumbra, pude observar bien la habitación. Estaba atiborrada de máscaras espeluznantes en las paredes. Una enorme tela de araña cubría parte de la biblioteca llena de libros viejos; pensé “esta mujer no lee nunca”. Los caireles de la lámpara que colgaba del techo tintineaban suavemente. En el centro, la mesa redonda estaba cubierta por un mantel rojo con flecos dorados largos hasta el piso; sobre ella, un candelabro con ocho velas y una gran bola de cristal. El otro cuarto estaba separado de éste por una cortina de bolitas de colores. Sintetizando: poca imaginación y de un mal gusto impresionante.

Sonó una campana y apareció ella. Me sorprendí porque esperaba una bruja vieja, fea, con nariz de bruja con verruga y risa de bruja, vestida de negro; en fin, una bruja que quedar a bien con esa escenografía. Sin embargo, me encontré con una muchacha joven (no parecía llegar a los treinta años), muy bonita, con bucles negros hasta los hombros, ojos verdes y una bellísima sonrisa. Vestía un jean ajustado y una blusa transparente. “Ahora se transforma”, pensé. Pero no: se sentó y me invitó a sentarme frente a ella.

Cuando le dije que quería convertir a mi marido en sapo, no se asombró y me preguntó por qué. Le expliqué que mi deseo no era un cambio permanente: él tenía que trabajar todos los días para que nuestra situación económica siguiera siendo tan buena como hasta ahora. Yo sólo quería que fuera sapo al estar en casa. Es que los sapos no pierden pelos en el lavatorio, no dejan levantada la tabla del inodoro, no manchan con tuco los manteles, no ensucian con aceite toda la cocina, no fuman, no miran fútbol por televisión a la hora

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