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Clasicos De Oro


Enviado por   •  15 de Septiembre de 2014  •  9.558 Palabras (39 Páginas)  •  218 Visitas

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LA ISLA DEL TESORO

Indice

Parte Primera: EL VIEJO PIRATA

Cap. 1. Y el viejo marino llegó a la posada del «Almirante Benbow»

Cap. 2. La aparición de «Perronegro»

Cap. 3. La Marca Negra

Cap. 4. El cofre

Cap. 5. La muerte del ciego

Cap- 6. Los papeles del capitán

Parte Segunda: EL COCINERO DE A BORDO

Cap. 7. Mi viaje a Bristol

Cap. 8. A la taberna «El Catalejo»

Cap. 9. Las municiones

Cap. 10. La travesía

Cap. 11. Lo que escuché desde el barril de manzanas

Cap. 12. Consejo de guerra

Parte Tercera: MI AVENTURA EN LA ISLA

Cap. 13. Así empezó mi aventura en la isla

Cap.14. El primer revés

Cap. 15. El hombre de la isla

Parte Cuarta: LA EMPALIZADA

Cap. 16.Cómo abandonamos el barco

Cap. 17. El último viaje del chinchorro

Cap. 18. Cómo terminó nuestro primer dú de lucha

Cap. 19. La guarnición de la empalizada .

Cap. 20. La embajada de Silver

Cap. 21. Al ataque

Parte Quinta: M I AVENTURA EN LA MAR

Cap. 22. Así empezó mi aventura en la mar

Cap. 23. A la deriva

Cap. 24. La travesía en el coraclo

Cap. 25. Cómo arrié la bandera negra

Cap. 26. Israel Hands

Cap. 27. ¡Doblones!.

Parte Sexta: EL CAPITAN SILVER

Cap. 28. En el campamento enemigo

Cap. 29. La Marca Negra, de nuevo

Cap 30 Bajo palabra

Cap. 31. La busca del tesoro: la señal de Flint

Cap. 32. La busca del tesoro: la voz entre los drboles

Cap. 33. La caída de un jefe

Cap. 34. El fin de todo

Para S.L. 0.,

un caballero americano,

de acuerdo con cuyo clásico gusto

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ha sido imaginada la narración que sigue,

y al que ahora, agradeciéndole tantas horas deliciosas,

y con los mejores deseos,

dedica estas páginas su afectuoso amigo,

EL AUTOR

Para el comprador indeciso

Si los cuentos que narran los marinos,

Hablando de temporales y aventuras, de sus amores y sus odios,

De barcos, islas, perdidos Robinsones

Y bucaneros y enterrados tesoros,

Y todas las viejas historias, contadas una vez más

De la misma forma que siempre se contaron,

Encantan todavía, como hicieron conmigo,

A los sensatos jóvenes de hoy:

-¿Qué más pedir? Pero si ya no fuera así,

Si tan graves jóvenes hubieran perdido

La maravilla del viejo gusto

Por ir con Kingston o con el valiente Ballantyne,

O con Cooper y atravesar bosques y mares:

Bien. ¡Así sea! Pero que yo pueda

Dormir el sueño eterno con todos mis piratas

Junto a la tumba donde se pudran ellos y sus sueños.

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PARTE PRIMERA

EL VIEJO PIRATA

Capítulo 1

Y el viejo marino

llegó a la posada del «Almirante Benbow»

El squire Trelawney, el doctor Livesey y algunos otros caballeros me han indicado que ponga por escrito

todo lo referente a la Isla del Tesoro, sin omitir detalle, aunque sin mencionar la posi ción de la isla, ya que

todavía en ella quedan riquezas enterradas; y por ello tomo mi pluma en este año de gracia de 17... y mi

memoria se remonta al tiempo en que mi padre era dueño de la hostería «Almirante Benbow», y el viejo

curtido navegante, con su rostro cruzado por un sablazo, buscó cobijo para nuestro techo.

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Lo recuerdo como si fuera ayer, meciéndose como un navío llegó a la puerta de la posada, y tras él arrastraba,

en una especie de angarillas, su cofre marino; era un viejo recio, macizo, alto, con el color de bronce

viejo que los océanos dejan en la piel; su coleta embreada le caía sobre los hombros de una casaca que había

sido azul; tenía las manos agrietadas y llenas de cicatrices, con uñas negras y rotas; y el sablazo que

cruzaba su mejilla era como un costurón de siniestra blancura. Lo veo otra vez, mirando la ensenada y

masticando un silbido; de pronto empezó a cantar aquella antigua canción marinera que después tan a menudo

le escucharía:

«Quince hombres en el cofre del muerto...

¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! ¡Y una botella de ron!»

con aquella voz cascada, que parecía afinada en las barras del cabrestante. Golpeó en la puerta con un

palo, una especie de astil de bichero en que se apoyaba, y, cuando acudió mi padre, en un tono sin contemplaciones

le pidió que le sirviera un vaso de ron. Cuando se lo trajeron, lo bebió despacio, como hacen los

catadores, chascando la lengua, y sin dejar de mirar a su alrededor, hacia los acantilados, y fijándose en la

muestra que se balanceaba sobre la puerta de nuestra posada.

-Es una buena rada -dijo entonces-, y una taberna muy bien situada. ¿Viene mucha gente por aquí, eh,

compañero? Mi padre le respondió que no; pocos clientes, por desgracia. -Bueno; pues entonces aquí me

acomodaré. ¡Eh, tú, compadre! -le gritó al hombre que arrastraba las angarillas-. Atraca aquí y echa una

mano para subir el cofre. Voy a hospedarme unos días -continuó-. Soy hombre llano; ron; tocino y huevos

es todo lo que quiero, y aquella roca de allá arriba, para ver pasar los barcos. ¿Que cuál es mi nombre?

Llamadme capitán. Y, ¡ah!, se me olvidaba, perdona, camarada... -y arrojó tres o cuatro monedas de oro

sobre el umbral-. Ya me avisaréis cuando me haya. comido ese dinero -dijo con la misma voz con que podía

mandar un barco.

Y en verdad, a pesar de su ropa deslucida y sus expresiones indignas, no tenía el aire de un simple marinero,

sino la de un piloto o un patrón, acostumbrado a ser obedecido o a castigar. El hombre que había

portado las angarillas nos dijo que aquella mañana lo vieron apearse de la diligencia delante del «Royal

George» y que allí se había informado de las hosterías abiertas a lo largo de la costa, y supongo que le dieron

buenas referencias de la nuestra, sobre todo lo solitario de su emplazamiento, y por eso la había preferido

para instalarse. Fue lo que supimos de él.

Era un hombre reservado, taciturno. Durante el día vagabundeaba en torno a la ensenada o por los acantilados,

con un catalejo de latón bajo el brazo; y la velada solía pasarla sentado en un rincón junto al fuego,

bebiendo el ron más

...

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