Cómo llegar a la luna de Christian Müller
Enviado por Christian Müller • 19 de Febrero de 2016 • Resumen • 2.797 Palabras (12 Páginas) • 263 Visitas
Cómo llegar a la luna
Christian Müller
Dedicatoria:
Para Melany, quien me inspiró a crear esta novela, porque con ella aprendí a comprender el amor en toda su totalidad, aunque este no sea bien correspondido. Te quiero.
CAPÍTULO UNO
¿Alguna persona en todo el planeta ha sido feliz? Me refiero a, ¿por primera vez en su vida, se ha sentido feliz, en toda su totalidad? Según internet, la felicidad se define como un estado de ánimo de una persona que se siente completamente satisfecha por gozar lo que desea o por disfrutar de algo bueno. Profundizando un poco, la felicidad, en sí, es sentirse bien o satisfecho por algo que poseemos, material o integral. Sencillamente se explica eso, pero es más que una simple definición rebuscada y rebuscada cientos de veces. Pero cada día me doy cuenta de que la felicidad es subjetiva.
He estudiado a las personas toda mi vida, desde que tengo memoria hasta mis actuales diesciséis punto cinco años de vida, y nunca, en mis recuerdos, he sabido que he sido feliz o que he gozado de lo que tengo. Quizá en navidad, cuando por fin me compraron una consola de videojuegos, a los diez años, me sentía bien y alegre, pero nunca estuve feliz que yo recuerde. Siempre había algo que me inquietaba, como algún pendiente que tenía, y eso era el fin de mi alegría. Pudiese ser que la felicidad sea estar bien consigo mismo y con los demás, así como sanamente y psicológicamente, pero eso nos lleva al bienestar. Siempre habrá algo que nos impida ser felices, porque quizá una persona que se casa con la persona que siempre deseó, se definiría con un estado de ánimo “feliz”, pero al poco tiempo estaría consciente de que habría que pagar los servicios del hogar, y una persona dependería de la otra, o cuando tuviesen hijos, tendrían que tener más gastos, pero ellos no son los que impiden la felicidad, sino…
—Harry, ¿estás poniendo atención a mi clase?
La voz de la señorita Anastasia hace que salga de mis pensamientos rápido y vuelva en sí a mi entorno sociológico: un aula de clases, con veintidós chicos y chicas de mi edad, que vienen a hacer algo que no les gusta, porque en su rostro se refleja. Mi maestra de artes me ve fijamente, y creo que si no le respondo volverá a insistir y entonces sí estaré en problemas.
—Claro, ¿por qué lo duda? —contesto y apoyo los codos en la banca y mis manos en mis mejillas.
—No te veo prestando atención; no estás viendo al cuadro que está en el centro del salón —lo señala —, estás volteando al suelo.
Es aquí cuando mi sabia respuesta no dura mucho, así que busco una alternativa. Volteo a verla y ahí está, “La sabia posesión”, una escultura de James C. Lewis, esculpida en el año 1967.
—Estaba reflexionando sobre los sentimientos que pueden transmitir las artes plásticas —suspiro —, creo que aprendería más si lo siento y así, sin ver lo que tengo en frente, puedo sentirlo, apreciarlo y admirarlo.
La señorita Anastasia queda perpleja ante mi respuesta, así como los demás compañeros, y me siento un poco apenado por haber dicho eso, tanto como para retractarme, pero me niego a hacerlo y abro mi cuaderno.
Ella no dice nada y vuelve al centro, trayendo la atención consigo y volviendo a explicar su clase. Realmente no aprecio nada en este momento, y miro su exposición explicada con detalle.
A los pocos minutos la campana se hace presente y recojo mis cuadernos para salir del aula rápido y llegar a la cafetería; hoy servirán pastelillos de chocolate y me gustaría alcanzar, pero Jared, mi mejor amigo, me detiene.
— ¿En serio estabas prestando atención de esa manera… —hace una pequeña pausa —… peculiar?
—Claro que no —suelto una pequeña risa —.
— ¿Pensabas de nuevo?
—Me profundizaba —lo corrijo.
Sigo caminando y él me sigue el paso, lo cual me resulta más agradable porque así aseguramos una mesa en la cafetería.
—Creí que ya habías dejado eso.
—Creíste —repito, haciendo referencia a que ahora está consciente de que lo hago y, muy seguramente, lo seguiré haciendo.
— ¿Y ahora en qué pensabas?
—En la felicidad —me encojo de hombros y sonrío —. ¿Alguna vez has sido feliz?
—Hmm… —lo piensa por un momento, y responde lo que sabía que diría —: No, ¿por qué?
—Nadie, nunca en su vida, es feliz por más de seis minutos.
— ¿Seis? —exclama —, ¿y por qué no… no sé, cinco o siete?
—Los números primos no tienen mucho que ver en esto.
Se detiene, y sigo con mi trayectoria.
— ¡Oye! —casi grita —. No me refería a eso.
Río y él también lo hace conmigo. Somos mejores amigos desde hace ya un par de años. Cuatro, para ser exacto. Al principio, cuando lo vi en la banca de en frente, pensé que sería una persona aislada y subordinada, pero cuando se topó conmigo en clase de deportes todo cambió. Es un gran chico, y creo que el único amigo que tengo.
Llegamos a la cafetería; rápidamente inspecciono el lugar con mis ojos, y noto una mesa cerca de los baños, lo cual me resulta un poco repugnante, así que sigo buscando, y encuentro una, en la esquina, cerca de una ventana ampliamente grande y con buena vista, sin basureros o puertas al gimnasio, alejado de los bravucones de cuarto periodo y sin corrientes de aire violentas, al parecer, con un pequeño cactus en la ventana, que posa con asombro a las demás plantas que están en el suelo.
Camino hacia ella, y cuando llegamos me siento victorioso, así que alzo los brazos y Jared ríe.
— ¿Por qué todo lo que hago te da risa?
—No es normal ver a alguien hacer eso.
— ¿Alguien ha encontrado una mesa perfectamente estable y con una vista agradable? —miro por la ventana y veo el jardín delantero de la preparatoria.
—Supongo que a todos no les importa esos aspectos que sólo tú reconoces.
—Mi mamá dice que soy especial.
Él se pone una mano en su frente y exhala.
—Eres especial, ajá.
—Aunque no lo creas —levanto el índice para enfatizar lo que digo —, soy una persona abierta, afable, asertiva, flemática, persuasiva —sonrío —, ¿quieres que siga?
...