Doña Rosita La Soltera
Enviado por No_Se • 31 de Agosto de 2014 • 11.145 Palabras (45 Páginas) • 426 Visitas
Doña Rosita la soltera
o
El lenguaje de las flores
Federico García Lorca
Poema granadino del novecientos,
dividido en varios jardines,
con escenas de canto y baile
Personajes
DOÑA ROSITA
EL AMA
LA TÍA
MANOLA PRIMERA
MANOLA SEGUNDA
MANOLA TERCERA
SOLTERA PRIMERA
SOLTERA SEGUNDA
SOLTERA TERCERA
MADRE DE LAS SOLTERAS
AYOLA PRIMERA
AYOLA SEGUNDA
EL TÍO
EL SOBRINO
EL CATEDRÁTICO DE ECONOMÍA
DON MARTÍN
EL MUCHACHO
DOS OBREROS
UNA VOZ
Acto primero
Habitación con salida a un invernadero.
TÍO. ¿Y mis semillas?
AMA. Ahí estaban.
TÍO. Pues no están.
TÍA. Eléboro, fucsias y los crisantemos, Luis Passy violáceo y altair blanco plata con
puntas heliotropo.
TÍO. Es necesario que cuidéis las flores.
AMA. Si lo dice usted por mí...
TÍA. Calla. No repliques.
TÍO. Lo digo por todos. Ayer me encontré las semillas de dalias pisoteadas por el
suelo. (Entra en el invernadero.) No os dais cuenta de mi invernadero; desde el
ochocientos siete en que la condesa de Wandes obtuvo la rosa muscosa, no la ha
conseguido nadie en Granada más que yo, ni el botánico de la universidad. Es
preciso que tengáis más respeto por mis plantas.
AMA. ¿Pero no las respeto?
TÍA. ¡Chist! Sois a cual peor.
AMA. Sí, señora. Pero yo no digo que de tanto regar las flores y tanta agua por todas
partes, van a salir sapos en el sofá.
TÍA. Luego bien te gusta olerlas.
AMA. No, señora. A mí las flores me huelen a niño muerto, o a profesión de monja, o
a altar de iglesia. A cosas tristes. Donde esté una naranja o un buen membrillo,
que se quiten las rosas del mundo. Pero aquí... rosas por la derecha, albahaca por
la izquierda, anémonas, salvias, petunias y esas flores de ahora, de moda, los
crisantemos, despeinados como unas cabezas de gitanillas. ¡Qué ganas tengo de
ver plantados en este jardín, un peral, un cerezo, un kaki!
TÍA. ¡Para comértelos!
AMA. Come quien tiene boca... Como decían en mi pueblo:
La boca sirve para comer,
las piernas sirven para la danza
y hay una cosa de la mujer...
(Se detiene y se acerca a la Tía y lo dice bajo.)
TÍA. ¡Jesús! (Signando.)
AMA. Son indecencias de los pueblos. (Signando.)
ROSITA. (Entra rápida. Viene vestida de rosa con un traje del novecientos, mangas
de jamón y adornos de cintas.) ¿Y mi sombrero? ¿Dónde está mi sombrero? ¡Ya
han dado las treinta campanadas en San Luis!
AMA. Yo lo dejé en la mesa.
ROSITA. Pues no está. (Buscan. El Ama sale.)
TÍA. ¿Has mirado en el armario? (Sale la Tía.)
AMA. (Entra.) No lo encuentro.
ROSITA. ¿Será posible que no se sepa dónde está mi sombrero?
AMA. Ponte el azul con margaritas.
ROSITA. Estás loca.
AMA. Más loca estás tú.
TÍA. (Vuelve a entrar.) ¡Vamos, aquí está! (Rosita lo coge y sale corriendo.)
AMA. Es que todo lo quiere volando. Hoy ya quisiera que fuese pasado mañana. Se
echa a volar y se nos pierde de las manos. Cuando chiquita tenía que contarle
todos los días el cuento de cuando ella fuera vieja: «Mi Rosita ya tiene ochenta
años»... y siempre así. ¿Cuándo la ha visto usted sentada a hacer encaje de
lanzadera o frivolité, o puntas de festón o sacar hilos para adornarse una chapona?
TÍA. Nunca.
AMA. Siempre del coro al caño y del caño al coro; del coro al caño y del caño al coro.
TÍA. ¡A ver si te equivocas!
AMA. Si me equivocara no oiría usted ninguna palabra nueva.
TÍA. Claro es que nunca me ha gustado contradecirla, ¿porque quién apena a una
criatura que no tiene padres?
AMA. Ni padre, ni madre, ni perrito que le ladre, pero tiene un tío y una tía que valen
un tesoro. (La abraza.)
TÍO. (Dentro.) ¡Esto ya es demasiado!
TÍA. ¡María Santísima!
TÍO. Bien está que se pisen las semillas, pero no es tolerable que esté con las hojitas
tronchadas la planta de rosal que más quiero. Mucho más que la muscosa y la
híspida y la pomponiana y la damascena y que la eglantina de la reina Isabel. (A la
Tía.) Entra, entra y la verás.
TÍA. ¿Se ha roto?
TÍO. No, no le ha pasado gran cosa, pero pudo haberle pasado.
AMA. ¡Acabáramos!
TÍO. Yo me pregunto: ¿quién volcó la maceta? AMA. A mí no me mire usted.
TÍO. ¿He sido yo?
AMA. ¿Y no hay gatos y no hay perros, y no hay un golpe de aire que entra por la
ventana?
TÍA. Anda, barre el invernadero.
AMA. Está visto que en esta casa no la dejan hablar a una. TÍO. (Entra.) Es una rosa
que nunca has visto; una sorpresa que te tengo preparada. Porque es increíble la
rosa declinata de capullos caídos y la inermis que no tiene espinas, que maravilla,
¿eh?, ¡ni una espina! y la mirtifolia que viene de Bélgica y la sulfurata que brilla en
la oscuridad. Pero ésta las aventaja a todas en rareza. Los botánicos la llaman rosa
mutabile, que quiere decir: mudable; que cambia... En este libro está su
descripción y su pintura, ¡mira! (Abre el libro.) Es roja por la mañana, a la tarde se
pone blanca, y se deshoja por la noche.
Cuando se abre en la mañana,
roja como sangre está.
El rocío no la toca
porque se teme quemar.
Abierta en el medio día
es dura como el coral.
El sol se asoma a los vidrios
para verla relumbrar.
Cuando en las ramas empiezan
los pájaros a cantar
y se desmaya la tarde
en las violetas del mar,
se pone blanca, con blanco
de una mejilla de sal.
Y cuando toca la noche
blando cuerno de metal
y las estrellas avanzan
mientras los aires se van,
en la raya de lo oscuro,
se comienza a deshojar.
TÍA. ¿Y tiene ya flor?
TÍO. Una que se está abriendo.
TÍA. ¿Dura un día tan solo?
TÍO. Uno. Pero yo ese día lo pienso pasar al lado para ver cómo se pone blanca.
ROSITA. (Entrando.) Mi sombrilla.
TÍO. Su sombrilla.
TÍA. (A voces.) ¡La sombrilla!
AMA. (Apareciendo.) ¡Aquí está la sombrilla! (Rosita coge la sombrilla y besa a sus
Tíos.)
ROSITA. ¿Qué tal?
TÍO. Un primor.
TÍA. No hay otra.
ROSITA. (Abriendo la sombrilla.) ¿Y ahora?
AMA. ¡Por Dios, cierra la sombrilla,
...