El Perfume
Enviado por lasenefru • 13 de Junio de 2013 • 484 Palabras (2 Páginas) • 304 Visitas
En el Perú, un desdichado graffiti realizado al parecer por uno o dos estudiantes chilenos ha impactado desagradablemente a la opinión pública tanto peruana como chilena. Se trata de unos manchones azulosos en forma de serpiente pintados con spray sobre una histórica esquina de piedra incaica, en la plazoleta de Las Nazarenas. El incidente ha inflamado las brasas nacionalistas, y el o los autores del desaguisado deben cargar con el peso de una larga historia de agravios y desencuentros entre peruanos y chilenos.
2. En la Cámara de Diputados, entretanto, Jorge Burgos ha presentado un proyecto de ley para castigar con severidad a los graffiteros en general, que despliegan en nuestras ciudades una actividad no siempre bienvenida y además disfrutan demasiado con sus sprays. Habrá multas duras y, en caso de reincidencia, unos trabajos forzados para ver si --como dicen algunas indignadas vecinas—esos jóvenes aprenden a ser útiles a la sociedad en lugar de andar vagando ociosamente por ahí. Desde mayo del 68, teóricos del arte, estudiosos de la ciudad contemporánea, sociólogos o antropólogos coinciden en valorar al graffiti como una potente expresión de la vida urbana y social. La moderna metrópolis es, más que un living de clase media, un territorio de encuentro, una suma de culturas donde cada cual debe poder encontrar su espacio, Una ciudad blanqueada por la autoridad lucirá probablemente más pulida, pero también menos viva. (…) ¿Cómo se conjuga el derecho de los propietarios de las casas y el difuso derecho de quienes quieren echar una rayita al aire y dejar su marca? De eso se ocupa, o se tendría que
ocupar, la política. La ciudad es de todos, tanto de los vecinos como de los cultores del spray. No es justo que solo las agencias de publicidad y las empresas puedan desplegar sus imágenes y sus letras tapando la arquitectura y los parques, manchando de excitación comercial el paisaje urbano. Seguro que hay mucha gente a la que le gustan los anuncios, pero debe haber también otros que preferirían una ciudad libre de publicidad (esa extraña paz que se siente en la Habana o en Venecia). No es sano agredir la propiedad de los vecinos con rayados no deseados o con publicidad invasiva. Tampoco es bueno taponear los poros de respiración gráfica o comercial de una gran ciudad. Un rastro de amor, el signo de alguna tribu urbana, un jeroglífico o un homenaje rockero ponen su cuota de humanidad en la calle azotada por el tráfico y el ruido. Si somos capaces de permitir y de regular algunas actividades que pueden ser muchísimo más dañinas o peligrosas, como por ejemplo la circulación de camiones y micros, o las botillerías, o las instalaciones industriales ¿por qué no podríamos imaginar una legislación graffitera que contenga algo más que prohibiciones y multas?
Guillermo Tejeda. “La medida de lo posible. Graffiti Blues”. Diario La Nación.
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