El Túnel Ernesto Sábato
Enviado por gracevega • 23 de Agosto de 2012 • Resumen • 775 Palabras (4 Páginas) • 628 Visitas
El Túnel Ernesto Sábato
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V
Me he apartado de mi camino. Pero es por mi maldita costumbre de querer justificar cada uno
de mis actos. ¿A qué diablos explicar la razón de que no fuera a salones de pintura? Me parece que
cada uno tiene derecho a asistir o no, si le da la gana, sin necesidad de presentar un extenso alegato
justificatorio. ¿A dónde se llegaría, si no, con semejante manía? Pero, en fin, ya está hecho, aunque
todavía tendría mucho que decir acerca de ese asunto de las exposiciones, las habladurías de los
colegas, la ceguera del público, la imbecilidad de los encargados de preparar el salón y distribuir los
cuadros. Felizmente (o desgraciadamente) ya todo eso no me interesa; de otro modo quizá escribiría
un largo ensayo titulado De la forma en que el pintor debe defenderse de los amigos de la pintura.
Debía descartar, pues, la posibilidad de encontrarla en una exposición.
Podía suceder, en cambio, que ella tuviera un amigo que a su vez fuese amigo mío. En ese
caso, bastaría con una simple presentación. Encandilado con la desagradable luz de la timidez, me
eché gozosamente en brazos de esa posibilidad. ¡Una simple presentación! ¡Qué fácil se volvía todo,
qué amable! El encandilamiento me impidió ver inmediatamente lo absurdo de semejante idea. No
pensé en aquel momento que encontrar a un amigo suyo era tan difícil como encontrarla a ella
misma, porque es evidente que sería imposible encontrar un amigo sin saber quién era ella. Pero si
sabía quién era ella ¿para qué recurrir a un tercero? Quedaba, es cierto, la pequeña ventaja de la
presentación, que yo no desdeñaba. Pero, evidentemente, el problema básico era hallarla a ella y
luego, en todo caso, buscar un amigo común para que nos presentara.
Quedaba el camino inverso, ver si alguno de mis amigos era, por azar, amigo de ella. Y eso sí
podía hacerse sin hallarla previamente, pues bastaría con interrogar a cada uno de mis conocidos
acerca de una muchacha de tal estatura y de pelo así y así. Todo esto, sin embargo, me pareció una
especie de frivolidad y lo deseché, me avergonzó el sólo imaginar que hacía preguntas de esa
naturaleza a gentes como Mapelli o Lartigue.
Creo conveniente dejar establecido que no descarté esta variante por descabellada, sólo lo
hice por las razones que acabo de exponer. Alguno podría creer, efectivamente, que es descabellado
imaginar la remota posibilidad de que un conocido mío fuera a la vez conocido de ella. Quizá lo
parezca a un espíritu superficial, pero no a quien está acostumbrado a reflexionar sobre los
problemas humanos. Existen en la sociedad estratos horizontales, formados por las personas de
gustos semejantes, y en
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