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Ensayo De "El Laberinto De La Soledad"


Enviado por   •  24 de Noviembre de 2011  •  4.412 Palabras (18 Páginas)  •  1.312 Visitas

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INTRODUCCION

“El hombre moderno tiene la pretensión de pensar despierto. Pero este despierto

pensamiento nos ha llevado por los corredores de una sinuosa pesadilla, en donde los espejos de la razón multiplican las cámaras de tortura. Al salir, acaso, descubriremos que habíamos soñado con los ojos abiertos y que los sueños de la razón son atroces. Quizá, entonces, empezaremos a soñar otra vez con los ojos cerrados, como en un laberinto.”

No son pocos los escritores, quienes opinan que la obra de Octavio Paz, fue la mayor aportación de las letras mexicanas del siglo pasado. Su obra extensa; nunca carente de interés, a menudo sorprende por su claridad narrativa. Cultivó la poesía y el ensayo, pero, como una novela bien estructurada, su obra nos platica algo. Nos lleva de la mano por el camino de la reflexión y la pregunta, del amor y la duda, de la vida y la muerte. Es precisamente, el carácter analítico de su obra, el factor fascinante de su obra. “El Laberinto de la Soledad”, es un estudio del mexicano, no del criollo ni el mestizo, no del indígena, ni el descendiente de padres o abuelos extranjeros, no del chilango o el jalisquillo, tampoco del jarocho ni del norteño: sino de todos ellos y muchos más. Su vigencia es impactante.

En la obra se abordan temas tales como la mexicanidad; que es el gusto por los adornos, descuido y fausto, negligencia, pasión y reserva que flotan en el aire. En esta obra se muestra al mexicano tal y como es, porque a los mexicanos nos hace falta una nueva sensibilidad frente a la América Latina.

Contiene ocho capítulos y un apéndice en los cuales recorre la historia de México. Sus momentos simbólicos y dramáticos.

CAPÍTULO I

EL PACHUCO Y OTROS EXTREMOS.

Paz inicia su escritura hablando sobre los adolescentes que van por la vida vacilantes

entre la infancia y la juventud, que quedan suspendidos en el tiempo por la inmensidad del mundo, la adolescencia, ese preciso momento en que tomamos conciencia de nuestro ser, es comparado por el autor con los pueblos “en trance de crecimiento”. El México pos revolucionario, dejó un país en etapa reflexiva que necesariamente lo llevó a la auto contemplación. Fue entonces, cuando afloraron distintos niveles históricos que convivían, o se enfrentaban, en un mismo presente. México, estaba hecho de distintas razas, además de las diferentes lenguas, que ya de por sí marcaban una brecha para marcar el entendimiento.

Para Paz, el mexicano atraviesa por una etapa reflexiva que le ha dejado la fase explosiva de la revolución.

En la ciudad de Los Ángeles, Octavio Paz comenzó su análisis, comparando precisamente al gringo promedio, con más de un millón de mexicanos que ahí radicaban.

Son mexicanos que no se mezclan y que se autonombran Pachucos. Es decir, “Bandas de jóvenes generalmente de origen mexicano, que viven en las ciudades del sur, que se singularizan por su vestimenta conducta y lenguaje”. Personas que no quieren volver a su origen mexicano, pero que tampoco quieren pertenecer al sistema americano. El Pachuco, según Octavio Paz, “Es uno de los extremos a los que puede llegar el mexicano”. Siempre marginal, al Pachuco le gusta irritar a la sociedad y salirse de lo cotidiano, entonces, y sólo entonces, el Pachuco encuentra su lugar en el mundo y por lo tanto, su razón de ser. Se siente libre de romper las reglas, de conocer lo prohibido, en pocas palabras, de desafiar al sistema ya predefinido de la sociedad

Entonces el pachuco se siente solo, por ser diferente ya que se lanza al exterior, pero no para fundirse con lo que lo rodea, sino para retarlo.

Paz niega el supuesto complejo de inferioridad que caracteriza al mexicano. “Sentirse solo no es sentirse inferior sino distinto”, de hecho, la soledad no es una ilusión, es la vida contemplada con los ojos abiertos. La soledad del mexicano, tiene sus raíces en su profundo sentido religioso, por las tradiciones, y en la muerte, la compañera perfecta de la vida. Sólo en México se rinde culto a la muerte pues se sabe dadora de vida y de ciertos “milagros”.

CAPÍTULO I

MÁSCARAS MEXICANAS.

Sea como sea el mexicano se aparece como un ser que se encierra y se

preserva: máscara el rostro y máscara la sonrisa.

El mexicano siempre está lejos, lejos del mundo, y de los demás. Lejos, también de sí mismo. Para nosotros, contrariamente a lo que ocurre con otros pueblos, abrirse es una debilidad o una traición. Es por eso que el mexicano usa máscaras para proteger su intimidad, no le interesa la ajena y por lo tanto, el círculo de la soledad se vuelve a cerrar. La manera instintiva en la que consideramos peligroso a todo lo que representa lo exterior, tiene su razón si revisamos la historia de nuestro país. Las derrotas se sufren con dignidad. Lo anterior, subraya el autor: “No carece de grandeza”. El mexicano puede doblarse, humillarse, "agacharse", pero no "rajarse", esto es, permitir que el mundo exterior penetre en su intimidad. El "rajado" es de poco fiar, un traidor o un hombre de dudosa fidelidad, que cuenta los secretos y es incapaz de afrontar los peligros como se debe. Las mujeres son seres inferiores porque, al entregarse, se abren. Su inferioridad es constitucional y radica en su sexo, en su "rajada", herida que jamás cicatriza.

Mención aparte sería el caso de la mujer mexicana. Mujer cuyo recato tiene que ser a toda prueba. La vanidad masculina, heredada de los indígenas y los españoles, se regodea bajo la sumisión, económica, moral y social de la mujer. “En un mundo hecho a la imagen del hombre, la mujer es sólo un reflejo de la voluntad y querer masculinos”. Desde luego, que el centro de atención de la mujer es su sexo: “oculto, pasivo. Inmóvil sol secreto”. Sin embargo, también se está consciente de que la mujer, la tierra, representa la continuidad de la especie, el orden, y la dulzura. De nada sirve lo anterior, el machismo necesita mujeres impersonales para subsistir. Se respeta el concepto de la madre, de la mujer abnegada pero no de la persona: la mujer como protagonista de su historia. Por ello, refranes, canciones populares y conductas cotidianas, aluden al amor como falsedad y mentira si la protagonista “deja” al

hombre, quien por su parte, encuentra consuelo en los brazos del alcohol. Una mentira más que pudo ser verdad.

Las máscaras del mexicano, sus mentiras, reflejan sus carencias, lo que fuimos y queremos ser. Sin embargo, de tantas posturas y tantas mentiras terminamos simulando lo que queremos ser, -la referencia a la obra El Gesticulador de Rodolfo Usigli no es gratuita- Ignorando nuestra

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