Espiritu Santo
Enviado por irvingvazte • 30 de Noviembre de 2011 • 2.245 Palabras (9 Páginas) • 773 Visitas
"Si queremos aportar algo trascendente a la
sociedad..., ofrezcámosle hijos amados,
porque estaremos ofreciendo
personas honestas, productivas,
buenas y felices."
Los padres proyectamos en nuestros hijos nuestras expectativas
de la vida, nuestras frustraciones, nuestras etapas de la infancia o
adolescencia sin resolver, nuestros "hubiera" y nuestras
necesidades insatisfechas, esperando inconscientemente que ellos
se conviertan en una extensión de nosotros mismos y que cierren
esos asuntos inconclusos. Conocer la "parte oculta" de nuestra
relación, comprender por qué ese hijo, específicamente ése, nos
saca tan fácil de nuestras casillas, por qué nos desagrada, por qué
nos es tan difícil amarlo, por qué estamos empeñados en
cambiarlo, por qué lo presionamos con tal insistencia para que
haga o deje de hacer, nos abre la puerta a la posibilidad de un
cambio profundo en la relación con él. Darnos cuenta
contribuye a transformar los sentimientos de rechazo, rencor y
su consecuente culpa, que pueden resultar devastadores,
facilitando el paso al único sentimiento que sana, une y
transforma: el amor.
MARTHA ALICIA CHA VEZ MARTÍNEZ
es psicóloga, con entrenamiento en
psicoterapia sistémica, hipnoterapia
ericksoniana, programación neurolingüística
y terapia en alcoholismo y
adicciones. Participa en diversos
programas de radio y televisión. Con
base en su experiencia como psicoterapeuta
individual y familiar —y
como expositora en múltiples cursos
y conferencias— la autora comparte
importantes observaciones sobre las
relaciones padres-hijos. Su profundo
y honesto compromiso con su propio
crecimiento interior, le permite
transmitirlas de manera congruente y
realista, abriendo los corazones y
tocando las fibras de quienes la leen o
escuchan.
TU HIJO, TU ESPEJO
Un libro para padres valientes
Introducción
En mi ciudad natal vivían una mujer y su hija que caminaban
dormidas.
Una noche, mientras el silencio envolvía al mundo, la mujer
y su hija caminaron dormidas hasta que se reunieron en el
jardín envuelto en un velo de niebla.
Y la madre habló primero:
—¡Al fin! ¡Al fin puedo decírtelo, mi enemiga! ¡A ti que
destrozaste mi juventud y que has vivido edificando tu vida
en las ruinas de la mía! ¡Tengo deseos de matarte!
Luego la hija habló, en estos términos:
—¡Oh, mujer odiosa, egoísta y vieja! ¡Te interpones entre
mi libérrimo ego y yo! ¡Quisieras que mi vida fuera un eco de
tu propia vida marchita! ¡Desearía que estuvieras muerta!
En aquel momento cantó el gallo y ambas mujeres
despertaron. La madre dijo, amablemente:
—¿Eres tú, tesoro?
Y la hija respondió con la misma amabilidad:
—Sí, soy yo, querida mía.1
1 Gibrán Jalil Gibrán, "Las sonámbulas", en El Loco, Editorial
Orion, México, 1972, pp. 37-38.
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Recuerdo todavía el impacto que este relato causó en mí
cuando en la adolescencia lo leí. ¿Sería eso posible? Me
pregunté: "¿Podían existir sentimientos como esos entre
una madre y una hija o entre un padre y un hijo?". Pero
dentro de mi asombro sabía que ese relato mostraba en
su más dramática expresión una realidad que de una
forma visceral yo intuía.
Luego me convertí en madre y después en psicoterapeuta,
y en estos diez años en que he acompañado a
tantas madres y padres en un tramo de su andar por la
vida he constatado muchas veces que hay una "parte
oculta" en la relación padres-hijos, conformada por una
variedad de facetas de la vida de los padres,
proyectadas de manera inconsciente en la vida de sus
hijos, proyecciones que se desconocen y se niegan,
porque descubrirlas a veces asusta y casi siempre
avergüenza.
¿Qué caso tendría entonces adentrarnos en este
laberinto? ¿Para qué leer este libro y correr el riesgo de
sentir culpa, dolor o vergüenza? La respuesta es simple:
de todas maneras sentimos esto en muchos momentos
de la relación con nuestros hijos, sobre todo después de
esas explosiones donde surgen los sentimientos
reprimidos y negados, donde nos agredimos
mutuamente y dejamos la marca de esas ofensas que el
tiempo casi nunca borra, y que se van acumulando una
sobre otra dañándonos profundamente, tanto a nosotros
como a nuestros hijos.
¿No es mejor entonces conocer esa "parte oculta" de
nuestra relación? ¿No es mejor saber por qué ese hijo,
específicamente él, te saca tan fácil de tus casillas, por
qué te desagrada tanto, por qué te es tan difícil amarlo,
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por qué estás empeñado en cambiarlo, por qué lo
presionas con tal insistencia para que haga o deje de
hacer?
Darte cuenta de qué te pasa con tu hijo te abre la puerta a
la posibilidad de un cambio profundo en tu relación con
él y a veces, mucho más frecuentemente de lo que te
imaginas, darse cuenta transforma, casi en segundos,
estos sentimientos de rechazo, rencor y culpa, que
pueden resultar devastadores. Muchas veces he sido
testigo del profundo cambio de percepción y sentimientos
de los padres respecto a sus hijos con el solo hecho de
descubrir y reconocer esa "parte oculta". Mientras no la
reconozcamos, difícilmente podremos solucionar los
problemas de forma real, profunda y permanente, ya que
aun cuando llevemos a cabo cambios de comportamiento,
de relación o de comunicación, la sombra de esa "parte
oculta" seguirá contaminando y eclipsando cualquier
intento de solución.
Vivimos en un mundo con muchos problemas y en el
fondo de ellos hay una enorme carencia de amor. Si
quieres aportar algo trascendente a la sociedad y al mundo
en el que vives, ofréceles hijos amados, inmensamente
amados, porque estarás ofreciendo personas honestas,
productivas, buenas y felices.
Te invito pues, únete a todos nosotros, padres y madres
que, como tú, estamos dispuestos a descubrir esa "parte
oculta" de la relación
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