Los Dones Del Espiritu Santo
Enviado por almavazquez • 22 de Septiembre de 2011 • 3.595 Palabras (15 Páginas) • 1.236 Visitas
SABIDURÍA:
Nos lo regala Dios para poder entender, experimentar y saborear todo lo que de Él viene y así poder vivirlo en toda su riqueza.
ENTENDIMIENTO:
El Señor nos regala este don para que podamos entender y también acoger la realidad que nos rodea como don suyo, comprendiendo el sentido que tiene la vida.
CIENCIA:
Nuestro Dios nos da la capacidad de discernir rectamente la realidad teniendo como criterio su amor, a la hora de reflexionar y de vivir.
CONSEJO:
El Señor nos regala en los hermanos su palabra de guía y de consejo en el camino, y hace de nosotros compañeros y signos de su amor para la senda de los que nos rodean.
FORTALEZA:
Dios nos regala la constancia en el bien a pesar de las dificultades, asegurándonos su presencia y su mano en nuestro hombro ante las sombras que surjan por la fidelidad en la construcción del Reino.
PIEDAD:
El Señor nos regala poder amarle y vivir nuestra relación con Él construyendo un mundo más justo y fraterno con nuestros hermanos y hermanas, hijos todos de un mismo Padre.
TEMOR DE DIOS:
Nuestro Dios nos regala tener siempre la inquietud de acercarnos más a Él, evitando todo lo que pueda impedir que sea el centro de nuestra vida.
SABIDURÍA:
Dios nos regala saborear, gustar, su presencia en todo lo que nos rodea, acogiendo, profundizando y viviendo su Palabra presente en la Biblia y en las palabras vivas de nuestros hermanos y hermanas.
LOS SIETE DONES DEL ESPIRITU SANTO
Meditaciones Dominicales del Papa.
La sabiduría
Fecha: 9 de abril de 1989 (publicada en L’Osservatore Romano 16/04/89)
1. Con la perspectiva de la solemnidad de Pentecostés, hacia la que conduce el período pascual, queremos reflexionar juntos sobre los siete dones del Espíritu Santo, que la Tradición de la Iglesia ha propuesto constantemente basándose en el famoso texto de Isaías referido al “Espíritu del Señor” (cf. Is 11, 1-2).
El primero y mayor de tales dones es la sabiduría, la cual es luz que se recibe de lo alto: es una participación especial en ese conocimiento misterioso y sumo, que es propio de Dios. En efecto, leemos en la Sagrada Escritura: “Supliqué y se me concedió la prudencia; invoqué, y vino a mí el espíritu de sabiduría. Y la preferí a cetros y tronos, y, en su comparación, tuve en nada la riqueza” (Sb 7, 7-8).
Esta sabiduría superior es la raíz de un conocimiento nuevo, un conocimiento impregnado por la caridad, gracias al cual el alma adquiere familiaridad, por así decirlo, con las cosas divinas y prueba gusto en ellas. Santo Tomás habla precisamente de “un cierto sabor de Dios” (Summa Theol. II-II, q. 45, a. 2, ad. 1), por lo que el verdadero sabio no es simplemente el que sabe las cosas de Dios, sino el que las experimenta y las vive.
2. Además, el conocimiento sapiencial nos da una capacidad especial para juzgar las cosas humanas según la medida de Dios, a la luz de Dios. Iluminado por este don, el cristiano sabe ver interiormente las realidades del mundo: nadie mejor que él es capaz de apreciar los valores auténticos de la creación, mirándolos con los mismos ojos de Dios.
Un ejemplo fascinante de esta percepción superior del “lenguaje de la creación” lo encontramos en el “Cántico de las criaturas” de San Francisco de Asís.
3. Gracias a este don toda la vida del cristiano con sus acontecimientos, sus aspiraciones, sus proyectos, sus realizaciones, llega a ser alcanzada por el soplo del Espíritu, que la impregna con la luz “que viene de lo Alto”, como lo han testificado tantas almas escogidas también en nuestros tiempos y, yo diría, hoy mismo por Santa Clelia Barbieri y por su luminoso ejemplo de mujer rica en esta sabiduría, aunque era joven de edad.
En todas estas almas se repiten las “grandes cosas” realizadas en María por el Espíritu. Ella, a quien la piedad tradicional venera como “Sedes Sapientiae”, nos lleve a cada uno de nosotros a gustar interiormente las cosas celestes.
El entendimiento
Fecha: 16 de abril de 1989 (publicada en L’Osservatore Romano 23/04/89)
1. En esta reflexión dominical deseo hoy detenerme en el segundo don del Espíritu Santo: el entendimiento. Sabemos bien que la fe es adhesión a Dios en el claroscuro del misterio; sin embargo es también búsqueda con el deseo de conocer más y mejor la verdad revelada. Ahora bien, este impulso interior nos viene del Espíritu, que juntamente con la fe concede precisamente este don especial de inteligencia y casi de intuición de la verdad divina.
La palabra “inteligencia” deriva del latín intus legere, que significa “leer dentro”, penetrar, comprender a fondo. Mediante este don el Espíritu Santo, que “que escruta las profundidades de Dios” (1 Co 2, 10), comunica al creyente una chispa de esa capacidad penetrante que le abre el corazón a la gozosa percepción del designio amoroso de Dios. Se renueva entonces la experiencia de los discípulos de Emaús, los cuales, tras haber reconocido al Resucitado en la fracción del pan, se decían uno a otro: “¿No ardía nuestro corazón mientras hablaba en el camino, explicándonos las Escrituras?” (Lc 24, 32).
2. Esta inteligencia sobrenatural se da no sólo a cada uno, sino también a la comunidad: a los Pastores, que, como sucesores de los Apóstoles, son herederos de la promesa específica que Cristo les hizo (cf. Jn 14, 26; 16, 13), y a los fieles, que, gracias a la “unción” del Espíritu (cf. 1 Jn 2, 20 y 27) poseen un especial “sentido de la fe” (sensus fidei) que les guía en las opciones concretas.
Efectivamente, la luz del Espíritu, al mismo tiempo que agudiza la inteligencia de las cosas divinas, hace también más límpida y penetrante la mirada sobre las cosas humanas. Gracias a ella se ven mejor los numerosos signos de Dios que están inscritos en la creación. Se descubre así la dimensión no puramente terrena de los acontecimientos, de los que está tejida la historia humana. Y se puede lograr hasta descifrar proféticamente el tiempo presente y el futuro: ¡signos de los tiempos, signos de Dios!
3. Queridísimos fieles, dirijámonos al Espíritu Santo con las palabras de la liturgia: “Ven, Espíritu divino, manda tu luz desde el cielo” (Secuencia de Pentecostés).
Invoquémoslo por intercesión de María Santísima, la Virgen de
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