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Garcia Marquez


Enviado por   •  8 de Octubre de 2012  •  19.654 Palabras (79 Páginas)  •  585 Visitas

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Yo no vengo a decir un discurso

Gabriel García Márquez

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ÍNDICE

La academia del deber ........................................................................................................ 4

Cómo comencé a escribir..................................................................................................... 6

Otra patria distinta ............................................................................................................ 10

La soledad de América Latina ........................................................................................... 12

EL cataclismo de Damocles ............................................................................................... 19

Una idea indestructible ..................................................................................................... 24

Mi amigo Mutis ................................................................................................................. 29

El argentino que se hizo querer por todos ......................................................................... 36

América Latina existe ........................................................................................................ 40

Una naturaleza distinta en un mundo distinto al nuestro ................................................ 46

Periodismo: el mejor oficio del mundo .............................................................................. 50

Botella al mar para el dios de las palabras ....................................................................... 58

Ilusiones para el siglo XXI .................................................................................................. 61

La patria amada aunque distante ..................................................................................... 63

Un alma abierta para ser llenada con mensajes en castellano ......................................... 67

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LA ACADEMIA DEL DEBER

Generalmente, en todos los actos sociales como éste, se designa a una persona para que diga

un discurso. Esa persona busca siempre el tema más apropiado y lo desarrolla ente los

presentes. Yo no vengo a decir un discurso. He podido escoger para hoy el noble tema de la

amistad. Pero ¿qué podría deciros de la amistad? Hubiera llenado unos cuantos pliegos con

anécdotas y sentencias que al fin y al cabo no me hubieran conducido al fin deseado. Analizad

cada uno de vosotros vuestros propios sentimientos, considerad uno por uno los motivos por

los cuales sentís una preferencia incomparada por la persona a quién tenéis depositadas todas

nuestras intimidades y entonces podréis saber la razón de este acto.

Toda esta serie de acontecimientos cotidianos que nos ha unido por medio de lazos

irrompibles con este grupo de muchachos que hoy va abrirse paso en la vida, eso es la amistad.

Y es eso lo que yo os hubiera dicho en este día. pero repito, no vengo a decir un discurso; y

sólo quiero nombraros jueces de conciencia en este proceso para luego invitaros a compartir

con el estudiantado de este plantel el doloroso instante de una despedida.

Aquí están listos para partir, Henry Sánchez, el simpático D’Artagan del deporte, con sus tres

mosqueteros Jorge Fajardo, Augusto Londoño y Hernando Rodríguez. Aquí están Rafael

Cuenca y Nicolás Reyes, el uno como la sombra del otro. Aquí están Ricardo González gran

caballero del tubo de ensayos, y Alfredo García Romero, declarado individuo peligroso en el

campo en el campo de todas las discusiones: juntos, ejemplares vidas de la amistad verdadera.

Aquí están Julio Villafañe y Rodrigo Restrepo, miembros de nuestro parlamento y nuestro

periodismo. Aquí Miguel Ángel Lozano y Guillermo Rubio, apóstoles de la exactitud. Aquí

Humberto Jaimes y Manuel Arenas y Samuel Huerta y Ernesto Martínez, cónsules de la

consagración y buena voluntad. Aquí está Álvaro Nivia con su humor y con su inteligencia. Aquí

están Jaime Fonseca y Héctor Cuéllar y Alfredo Aguirre, tres personas distintas y un solo ideal

verdadero: el triunfo. Aquí Carlos Aguirre y Carlos Alvarado unidos por un mismo nombre y por

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el mismo deseo de ser orgullo de la patria. Aquí Álvaro Baquero y Ramiro Cárdenas y Jaime

Montoya, compañeros inseparables de los libros. Y, finalmente, aquí están Julio César Morales

y Guillermo Sánchez, como dos columnas vivas que sostienen en sus hombros la

responsabilidad de mis palabras, cuando yo digo este grupo de muchachos está destinado a

perdurar en los mejores daguerrotipos de Colombia. Todos ellos van a buscar la luz impulsados

por un mismo ideal.

Ahora que habéis escuchado las cualidades de cada uno, voy a lanzar el fallo que vosotros

como jueces de conciencia debéis considerar: en nombre del Liceo Nacional y de la sociedad,

declaro a este grupo de jóvenes, con las palabras de Cicerón, miembros de número de la

academia del deber y ciudadanos de la inteligencia.

Honorable auditorio, ha terminado el proceso.

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CÓMO COMENCÉ A ESCRIBIR

Primero que todo, perdónenme que hable sentado, pero la verdad es que si me levanto corro

el riesgo de caerme de miedo. De veras. Yo siempre creí que los cinco minutos más terribles de

mi vida me tocaría pasarlos en un avión y delante de veinte a treinta personas, no delante de

doscientos amigos como ahora. Afortunadamente, lo que me sucede en este momento me

permite empezar a hablar de mi literatura, ya que estaba pensando que yo comencé a ser

escritor en la misma forma que me subí a este estrado: a la fuerza. Confieso que hice todo lo

posible por no asistir a esta asamblea: traté de enfermarme, busqué que me diera una

pulmonía, fui a donde el peluquero con la esperanza de que me degollara y, por último, se me

ocurrió la idea de venir sin saco y sin corbata para que no me permitieran entrar en una

reunión tan formal como ésta, pero olvidaba que estaba en Venezuela, en donde a todas

partes se puede ir en camisa. Resultado: que aquí estoy y no sé por dónde empezar. Pero les

puedo contar, por ejemplo, cómo comencé a escribir.

A mí nunca se me había ocurrido que pudiera ser escritor pero, en mis tiempos de estudiante,

Eduardo Zalamea Borda, director del suplemento literario de El Espectador de Bogotá, publicó

una nota donde decía que las nuevas generaciones de escritores no ofrecían

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