La Brevedad De La Vida Seneca
Enviado por imbranato02 • 11 de Agosto de 2012 • 9.034 Palabras (37 Páginas) • 1.713 Visitas
de la brevedad de la vida
Séneca
A Paulino
I
La mayor parte de los mortales se queja, ¡oh Paulino!, de la malignidad de la naturaleza porque nos engendra para un tiempo corto y porque este espacio de tiempo que se nos concede corre tan veloz y rápidamente que, con la excepción de muy pocos, a los demás se les quita la vida cuando se están preparando para ella.
No es tan sólo la turba o el vulgo imprudente quien gime por este mal común, como dicen, sino que también este sentimiento ha suscitado las quejas de ilustres varones. De aquí aquella exclamación del mayor de los médicos: la vida es corta, el arte largo; de aquí el pleito de Aristóteles con la naturaleza que nos exige lo que de ninguna manera conviene a un varón sabio: que la naturaleza condescendió tanto con los animales que prolongó su vida por cinco o diez siglos, y al hombre nacido para tantas y tan grandes cosas le puso un término que está mucho más aca.
No tenemos poco tiempo, sino que perdemos mucho. Bastante larga es la vida que se nos da y en ella se pueden llevar a cabo grandes cosas, si toda ella se empleara bien; pero si se disipa en el lujo y en la negligencia, si no se gasta en nada bueno, cuando por fin nos aprieta la última necesidad, nos damos cuenta de que se ha ido una vida que ni siquiera habíamos entendido que estaba pasando.
Así es: no recibimos una vida corta, sino que somos nosotros los que la hacemos breve; ni somos pobres de vida, sino pródigos.
Así como las riquezas, por muy copiosas y regias que sean, si llegan a un mal dueño, al momento se disipan, y aunque sean pequeñas, si se entregan a un buen guardián, se acrecientan con el uso, así nuestra vida se abre espaciosamente al que la dispone bien.
II
¿Por qué te quejas de la naturaleza? Ella se ha portado bien; la vida, si sabes usarla, es larga. Pero al uno lo domina una insaciable avaricia; al otro, una trabajosa diligencia en tareas inútiles; uno se entrega al vino, otro con la ociosidad se entorpece; a éste le fatiga una ambición siempre pendiente del juicio ajeno, a aquél una despeñada codicia de comerciar que con el afán del lucro lo lleva por todas las tierras y por todos los mares; a algunos los atormenta la inclinación a la guerra y siempre están atentos a los peligros ajenos y angustiados por los propios; haya quien la ingrata veneración a los superiores los consume en una servidumbre voluntaria; a muchos los detuvo o la envidia de la fortuna ajena o la queja de la propia; a muchos, que no van detrás de nada cierto, uná ligereza vaga, inconstante y displicente les lleva de continuo a nuevas determinaciones; a algunos no les agrada ningún curso de los que puedan dar a su vida y los encuentran los hados marchitos y bostezando, de modo que no es posible dudar de la verdad de lo que, a modo de un oráculo, dejó dicho el mayor de los poetas: Tan sólo vivimos una pequeña parte de nuestra vida.
Porque todo el espacio restante es tiempo y no vida. Les aprietan y rodean los vicios por todas partes y no les dejan ni levantarse, ni elevar los ojos a la contemplación de la verdad, sino que los tienen sumergidos y atados a sus deseos.
Nunca pueden volver a ellos mismos y si alguna vez les llega algún fortuito descanso, aun entonces andan fluctuando, como en alta mar aún hay oleaje aunque haya pasado la tormenta, y nunca su ocio está libre de sus deseos.
¿Piensas que hablo de aquellos cuyos males están a la vista? Mira más bien a esos otros a cuya felicidad acuden tantos: se ahogan en sus propios bienes. ¡Qué pesadas son a muchos las riquezas! ¡A cuántos les ha costado la sangre, la elocuencia y el diario afán de manifestar ingenio! ¡Cuántos palidecen por sus continuas voluptuosidades! ¡A cuántos la turba de clientes que los rodea no les dejó ninguna libertad!
Recórrelos finalmente a todos, desde los más modestos a los más encumbrados: uno reclama defensa, otro se la presta, uno está en peligro, otro aboga, otro juzga y el uno se consume por el otro.
Infórmate de aquellos cuyos nombres se aprenden de memoria y verás que se les conoce por estas señales: éste reverencia a aquél y aquél a éste y nadie es de sí mismo.
Después, la estúpida indignación de algunos, que se quejan del desdén de los superiores porque no tuvieron tiempo de recibirlos cuando quisieron verlos. ¿Cómo se atreve nadie a quejarse de la soberbia de otro, si nunca tiene tiempo para sí mismo?
Y, sin embargo, éste, aunque con rostro insolente, te miró alguna vez a ti, quienquiera que tú seas, dió oídos a tus palabras, te recibió a su lado; en cambio, tú nunca te dignas mirarte u oírte a ti mismo. No tienes, pues, que cargar sobre nadie estas oficiosidades, pues, cuando tú las hacías, no era porque quisieras estar con otro, sino porque no podías estar contigo mismo.
III
Aunque todos los ingenios que en todos los tiempos resplandecieron se consagraran únicamente a esto, nunca se sorprenderían bastante de esta niebla de las mentes de los hombres.
No consienten que sus campos sean ocupados por nadie y si se promueve una pequeña discusión sobre los linderos, recurren a las piedras y a las armas: tras esto no sólo dejan que los demás entren en su vida, sino que ellos mismos introducen a los que han de ser poseedores de ella.
No se encuentra a nadie que quiera repartir su dinero y todos distribuyen entre muchos su propia vida. Son tacaños en guardar su patrimonio y cuando se llega a la pérdida del tiempo son pródigos de lo único en que estaría justificada la avaricia.
Por eso me agrada reprender a alguno de la turba de los ancianos: Vemos que ya has llegado a lo último de la vida, puesto que estás oprimido por cien o más años; pues bien, llama a cuentas a tu edad. Cuenta cuánto de este tiempo te quitó el acreedor, la amiga, el rey, el cliente, las peleas con tu mujer, las riñas con los esclavos, los paseos por la ciudad para deberes de cortesía. Añade las enfermedades que cont!ajimos por culpa nuestra, añade el tiempo que se pasó en la ociosidad y verás cómo tienes menos años de los que cuentas. Trae a la memoria si tuviste algún día firme determinación, cuántos destinaste a lo que te habías propuesto, cuántos dedicaste a ti mismo, cuándo tu rostro permaneció en su estado propio, cuándo se mantuvo tu ánimo intrépido, cuántas obras hiciste en tan largo tiempo, cuántos te fueron arrebatando la vida sin que tú supieras lo que perdías, cuántos te quitó el dolor vano, la alegría necia, la ávida codicia, la blanda conversación y cuán poco te quedó de lo que era tuyo; comprenderás que mueres prematuramente.
¿Cuál es, pues, la causa de todo esto? Estáis viviendo como si siempre hubiereis de vivir, nunca os viene la idea de nuestra fragilidad, ni observáis cuánto
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