La Cabaña En Ele Arbol
Enviado por nimca • 4 de Agosto de 2013 • 8.178 Palabras (33 Páginas) • 506 Visitas
La Cabaña en el árbol
Gillian Cross
1
El castaño
Santi tenía cuatro años y Juan ocho. Vivían en una casa nueva, recién construida. Pero el árbol que había al final del jardín tenía cien años. Santi nunca había visto un árbol tan grande.
El día en que se mudaron a su nueva casa, salió al jardín y se quedó extasiado bajo la enorme y frondosa copa, mirando hacia lo alto, cada vez más arriba. Juan bajó al jardín detrás de Santi, pero no perdió el tiempo mirando. Tan pronto como vio el árbol, gritó: -¡Papá¡ ¡Ven a ver¡ ¡Podemos hacer una cabaña en el árbol¡ Su padre, al igual que Juan, corrió al jardín, sólo que el doble de rápido. Cuando vio el árbol se detuvo y se quedó contemplándolo. -Es un castaño precioso- dijo emocionado-.
El próximo invierno podremos asar castañas juntos, como hacíamos mi padre y yo. A Juan no le interesaban las castañas. -¿Y qué hay de la cabaña? Papá sonrió y se puso a estudiar el árbol. -Parece perfecto. Ahí donde se divide las ramas, puede ir la plataforma. Tal vez los de las mudanzas me vendan un cajón grande de madera, de los que usan para embalar vajillas, para hacer una pequeña cabaña en un extremo. -¿Y podremos tener una escalera? – preguntó Juan, dando brincos de excitación. -No veo por qué no- papá sacó un trozo de papel de su bolsillo y empezó a dibujar la forma del árbol-. La cabaña puede ir aquí… A Juan le brillaban los ojos. -¿Podrías ponerle ventanas? -Claro que sí. Y quizá mamá les haga unas cortinas. Santi aún miraba hacia arriba, hacia el desnudo y pelado árbol, tratando de imaginar todo aquello. Las ramas se balancearían en torno a la cabaña, que quedaría oculta cuando crecieran las hojas. -¿De verdad nos vas a hacer una cabaña?- dijo bajito, como si ocultase un secreto-. -¿En serio?
Papá le miró y volvió a sonreír. -Ahora mismo, no. Antes debo empapelar las paredes y terminar las estanterías de la casa. Pero no me olvidaré. La haremos durante el verano. Cada noche, después de cenar, hacían planes para construirla. A veces, papá tenía que marcharse a trabajar fuera, pero siempre que estaba en casa sacaba los dibujos y planos de la cabaña antes de que Santi y Juan se fuesen a acostar. Los cuatro se sentaban alrededor de la mesa, discutiendo cómo la pintarían y qué harían con el resto de la plataforma. Juan estaba impaciente. -No hacemos más que hablar. ¿Por qué no la construimos de una vez? - Hay que planearlo todo antes- le dijo mamá -. Mira esas estanterías que colgué ayer. Si antes no hubiese pensado bien cómo hacerlas ahora estarían por los suelos. - La cabaña nunca podrá caerse – respondió Juan con voz triste -, porque nunca la construiremos. Papá le regañó. - Deja de gruñir. La haré cuando llegue el buen tiempo. Santi no protestaba. Cuando Juan se iba al colegio y él se quedaba solo, corría al garaje para mirar el enorme cajón con el que harían la cabaña. Acariciaba con los dedos las tablas suaves y de color claro que papá había comprado para hacer la plataforma. Y esperaba impaciente. Un día, a mediados de julio, papá regresó temprano a casa. Besó a Santi, le guiñó un ojo y desapareció en el interior del garaje. Cuando Santi y mamá salieron para recoger a Juan del colegio, escucharon el ruido de una sierra. Santí apretó la mano de mamá y alzó la vista hacia ella. Estaba demasiado emocionado para decir nada, pero ella comprendió. Sonrió a Santi y le devolvió el apretón. Cuando regresaron a casa había una escalera metálica apoyada en el castaño. Papá estaba arriba, entre las ramas, clavando las tablas del suelo. Juan soltó el bolsón del cole junto a la puerta y atravesó el jardín a la carrera. -¡ Fantástico ¡ ¿Puedo subir a echar un vistazo? Papá asomó la cabeza entre las largas hojas y emitió su terrible gruñido de Ogro Feroz. -Si algún niño sube por esa escalera, ¡ME LO COMERÉ CON PAPAS¡ Juan bailaba alrededor del árbol.
-¿Qué pasa con la cabaña? ¿Y la escalera de madera? ¿No la habrás olvidado, verdad? No hubo respuesta alguna. Sólo se oían gruñidos y martillazos. Santi tiró de la manga a mamá. -¿Podemos tomar la merienda en el jardín? Mamá sonrió. -La traeré. Pero Santi, no dejes que Juan moleste a Papá. Recogió el bolsón y desapareció dentro de la casa. Santi echó a correr por el jardín. Juan estaba en la base de la escalera, con un pie en el primer travesaño. Santi se preguntaba qué podía hacer para detener a Juan si empezaba a trepar. Pero no fue necesario hacer nada. El Ogro Feroz asomó de nuevo la cabeza entre las ramas del árbol y dijo riendo: -¿Qué están esperando? ¡Venga, para arriba¡ Con cuidado. En un instante, Juan estaba en lo alto de la escalera. Santi subió más despacio, agarrándose muy bien a los largueros con las dos manos. -¡Es fabuloso¡ - exclamó Juan-. ¡Ven a ver, Santi¡ Santi consiguió llegar arriba y miró a su alrededor. Se quedó con la boca abierta. Estaba en una gran plataforma en el centro mismo del árbol, oculta por grandes hojas. Por todas partes colgaban unas flores largas y amarillas, que parecían orugas peludas. -¡Es fantástico¡- susurró. En ese momento sonó el teléfono. Estaba abajo, al pie del árbol, sobre la tapa de la caja de herramientas. Papá se dirigió rápidamente a la escalera. -Quédense aquí los dos- dijo-. Al que se mueva un milímetro, ME LO COMO CON PAPAS. – Se lanzó escalera abajo, cogió el teléfono y sonrió-. ¡Hola¡ ¿Luis? Cuando colgaba, apareció mamá con una bandeja y cuatro tazas. Papá corrió hacia ella, riendo entusiasmado. -¡Rosa¡ ¡He conseguido el contrato en América¡ Mamá respiró hondo y dejó la bandeja en el suelo.
-Es maravilloso. ¿Cuánto tiempo estarás fuera? ¿Cuándo tienes que macharte? -Saldré pasado mañana – respondió papá cogiendo una taza de la bandeja-. Estaré fuera seis meses. Santi parpadeó. No entendía nada. Pero Juan sí comprendía. Se puso rojo de ira. -¡No puedes irte¡ ¡No has acabado la cabaña¡ Papá dejó de sonreír. -Tengo que hacerlo, Juan. Se trata de mi trabajo. -¡Vaya trabajo estúpido¡ - estalló Juan-. ¡Caramba de trabajo¡ -No hay por qué ponerse así – le contestó mamá-. Yo terminaré de construirla. Juan siguió enfurruñado. -La tiene que hacer papá. Lo prometió. Papá suspiró. -Escucha, tengo que irme. Pero puedo dejar el cajón instalado esta noche. Así tendrán ya una cabaña. -¿Y qué pasa con las ventanas? – dijo Juan-. ¿Y con la puerta? -Las haremos cuando regrese. Santi retorcía entre sus dedos una de las largas flores amarillas del castaño. -Para entonces, ya habrá terminado el verano. - Pueden jugar en la cabaña aunque no tenga ventanas ni puerta –contestó
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