La Correntina
Enviado por Pablo Yañez • 20 de Noviembre de 2023 • Apuntes • 2.673 Palabras (11 Páginas) • 54 Visitas
Autor: Ulises Neves Torres
La Correntina.
…” Como vos, muchas mujeres engañadas que llegaron
Y que como vos soñaron un edén artificial.
Hoy son flores deshojadas sin amor, hogar ni ritmo.
Pasionarias del abismo por un caften criminal.” …
Fragmento del Tango: EL CAMINO DE BUENOS AIRES
De Luis Rubistein y Francisco Nicolás Pracánico
Nadie se asombró cuando la Juana apareció tirada bajo el Puente i’ Fierro aquel patético sábado a la mañana. Era uno de tantos sábados donde los bolas se hacen los otarios al llegar a sus casas y después perder toda la noche en los billares de la Florida, son esos mismos tipos que caen a la mesa con los pantalones meados y muestran cara de perro a sus esposas; como esperando signos de agradecimiento por haberse aparecido. La pobre estaba toda amoratada, sus tetas avivaban el mosquerío a un costado del Río Arenales entre la bosta y las sanguijuelas; la encontraron dos lustras que bajaron a refrescarse las patas y juntar un poco de agua para su criollito carrero. Allí estaba… con sus trenzas enredadas entre los matorrales y el diente de oro metido en la garganta.
Juana nunca tuvo suerte; a sus 14 años, cuando vivía en Charazani, un comisario la engatusó con un puñado de caramelos de mistol a la salida de la fiesta de la Virgen del Carmen, rompiéndole las polleras y sometiéndola en la caja de la camioneta tras una buena sesión de sopapos; finalmente, la dejó botada en una acequia al costado del cerro. Para mal de males, le había encajado un purrete al que debió abandonar con tan sólo 7 meses de vida con sus pechos llorándole leche por cada vez que se acordaba del crío. Como ella quería evitarse problemas con el cana del pueblo, se vino hasta Salta con una plata que Yolanda; su hermana mayor le había mandado por expreso, dejando al pequeño con una coya que vendía queso en la estación de Salvador Mazza y le prometió falsamente de que enviaría mensualmente algún dinerito para gastos, hasta que pudiera volver por el niño.
A los pocos días de haber llegado a la tierra del Milagro, se puso a laburar como puta en El Rosedal del Juan Chiozzi, entró recomendada por Yolanda, quien ya llevaba algunos años como copera del Armenonville de la calle Córdoba al 750. Con el correr del tiempo, Juana comenzó a tener una clientela considerable, no es que fuera demasiado agraciada, sino que; lo atrayente en ella era su tez morena con olor a tierra mojada, con el pasar del tiempo fue creando una coraza emocional que la protegía y la volvía indiferente al maltrato y desprecio masculino. Después de lavar cariñosamente los innumerables miembros de sus clientes con agua tibia y Espadol; estaba lista para ser “la reina del completo”, con su cabellera trenzada y juventud robada; enloquecía a quien se atreviera a montarla por detrás y tomarla por las crines como una potranca engualichada, los exprimía con sus nalgas morenas y el clavel del culo hasta dejarlos secos. Se había vuelto dura e indiferente, su mejor cliente era el menor de los Pérez Nogueira, una de esas familias que tenían plata mal habida explotando indios en El Tabacal. Frecuentar a la Juana era la fantasía de comerse una de esas “negras patas sucias” que el patrón solía mirar con el rebenque en mano.
Pero los verdaderos problemas para ella, vendrían de un poco más lejos y un par de años después de asentarse acá. Todo comenzó a pudrirse cuando amasijaron al viejo Levinson en Villa Soldati, lo metieron dentro de su local para sacarle unas joyas de la caja fuerte y tras una brutal golpiza; el Cholo Andrada lo remató con el chumbo mientras el Tuerto Vargas daba vuelta toda la habitación buscando la teca y otras cosas de valor.
- Che ¿Encontraste algo? Preguntó el Cholo.
- Solo hay guita, pero no lo que esperábamos. Este judío garca escondió las joyas en otra parte y prefirió irse al otro lado, antes que abrir el pico.
- ¡Judío de mierda! Gritó el Cholo, completamente ofuscado. - Les importa más la guita que la propia vida. Estos rusos son todos iguales.
- ¡Cholo! Bajá eso y nos tomemos el raje, seguro alguien escuchó el fierrazo y estamos medio regalados acá, en cualquier momento nos sacan las caretas.
Después del moco de Villa Soldati, se fugaron hasta Sunchales para escapar de la taquera, ya que en una redada habían matado a un policía, también necesitaban huir de los pesados que el judío Levinson tenía como amigos. Uno de ellos era el comisario Evaristo Meneses y varias veces le había pasado data para hacer algunos arrestos fuleros; por eso también se las tenían jurada en todo Buenos Aires, y si el Pardo te juraba fuegos de artificio… Un seisluces te ibas a comer de seguro. La caminera los tuvo enloquecidos por varios días, hasta que llegaron a Tucumán y se escondieron en una tapera que les cedió una tía del tuerto por casi una semana, y finalmente fueron a parar a orillas del Bajo salteño gracias a una vieja amistad con el Pocho Varela, un bandoneonista local que conocieron de sus tocadas por la Capital y les debía la grande, por arreglarle cuentas con el dueño de un bolichongo que se había quedado con la guita de unas presentaciones.
El Cholo era el más picante de los dos, su mayor alegría en el pasado fue conocer a Evita durante una visita a los potreros de la Chacarita. Esa señora iluminada por el cielo, con su carisma angelical le daría el único abrazo que recibiría en toda su vida. Al morir la Abanderada de los Humildes; se prometió nunca más volver a andar descalzo y con el vientre vacío, elegiría la pólvora y la ginebra, el cuchillo y la falluteada, la noche y los callejones. Con sus ojos oscuros y cejas gruesas, destilaba una sonrisa de calavera que siempre atraía a más de una chiruza en los cabarulos de mala muerte y Juana sería la excepción. El Tuerto era un tanto mayor, ya rondaba los 47 años, su rostro era más temible; siempre fue el más sesudo y menos impulsivo a la hora de los atracos, cosa que aprendió después de comerse un botellazo en el ojo izquierdo durante una gresca por falsear los naipes en el Gato Negro. A pesar de todo se sentía con suerte, pues sabía que la sacó barata esa noche, porque… Cuando los guapos se peinan, no se les toca la gomina y el Tuerto, salió peinado de ahí.
Una o dos veces al año, la Rusa María Grynsztein festejaba su natalicio en el famoso “El Globo” que quedaba sobre la calle Zabala y Córdoba, se llevaba a las mejores pupilas de todas las casas que regenteaba, para ponerlas a disposición de los invitados y hacer de la velada un momento ameno entre milongas y un par de mambos. Ella se movía como pez en el agua entre tanta decadencia, con su rostro grotescamente empolvado, peluca rojiza y tocado de plumas, con su dentadura postiza amarillenta que dibujaba su inevitable decrepitud. Se sabía por estos lares que estaba muy venida a menos y era muy celosa con sus machos, generosa para retenerlos; como también pedigüeña cuando se trataba de que le den placer a cambio. Con ella no se jodía, pero sus amantes la traicionaban igual con sus propias meretrices.
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