La Deshumanizacion Del Arte

En La deshumanización del arte, el término de «arte nuevo» es equiparable a las corrientes de vanguardia. Inicialmente, José Ortega y Gasset establece que, en cuanto al arte se refiere, lo «no popular» implica desconocimiento, mientras que lo «impopular» connota rechazo. Por lo tanto, califica como «impopular», e incluso «antipopular», el conjunto de manifestaciones poéticas, teatrales, musicales y pictóricas rechazadas por las masas, grupo predominante en la sociedad.

La resistencia hacia el arte nuevo surge de la incapacidad de la mayoría de la gente para entenderlo. Las invenciones artísticas del siglo XX produjeron dos grupos antagónicos: los hombres que le son favorables y los que no lo son. Los primeros, la minoría, poseen la facultad de comprenderlas y cuando una obra no les gusta, pero la comprenden, “se sienten superior[es] a ella” (Ortega y Gasset 1925:162); los otros no las comprenden y, por ende, adoptan una postura de indignación al sentirse humillados.

El goce estético durante el siglo XIX era experimentado por la mayoría de las personas a través de las figuras y pasiones humanas. No obstante, el autor de este ensayo precisa que para la comprensión de las nuevas propuestas artísticas debe ahondarse en lo virtual en lugar de lo real, se requiere de sensibilidad artística y no humana. Al haber explotado varias, si no es que todas, las posibilidades de los géneros miméticos, es imperativo optar por el sendero de la deshumanización del arte, definida como “la eliminación progresiva de los elementos humanos que dominaban en la producción romántica y naturalista” (167). El fin que persigue dicho fenómeno es la creación de un arte con “tendencia a la purificación”, de tal forma que “el contenido humano de la obra sea tan escaso que casi no se le vea. Entonces tendremos un objeto que sólo puede ser percibido por quien posea ese don peculiar de la sensibilidad artística”. Conforme a los términos enunciados, el arte nuevo se convierte en «arte artístico» siguiendo la premisa de que es “un arte para artistas, y no para la masa de los hombres” (167).

Los vanguardistas, quienes se divorcian de la tradición y rompen las formas que la misma dictaba, tienden “1.º ,a la deshumanización del arte; 2.º, a evitar las formas vivas; 3.º , a hacer que la obra de arte no sea sino obra de arte; 4.º, a considerar el arte como juego, 5.º, a una esencial ironía; 6.º, a eludir toda falsedad; 7.º, [a el principio de que] el arte, […] es una cosa sin trascendencia alguna” (168).

“Con estos jóvenes cabe hacer una de dos cosas: o fusilarlos o esforzarse en comprenderlos” (167) expresa con agudeza el notable madrileño, haciendo hincapié en la importancia de la renovación estilística impuesta por los artistas descritos.

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