La Emansipacion De Los Jovenes
Enviado por garitopinaya • 10 de Diciembre de 2014 • 1.419 Palabras (6 Páginas) • 251 Visitas
La emancipación
de los jóvenes
Nombre
Clase
Fecha
Gran parte de la población se muestra altamente preocupada. En ciertos países europeos, como Italia, España, Portugal, Grecia, etc., los jóvenes no sentimos ningún deseo de emanciparnos de la tutela de nuestros padres. Tres de cada cuatro aún permanecemos en el hogar familiar a una edad cercana a los treinta años, e incluso algunos la sobrepasamos con creces. Nos ha atacado el síndrome de Peter Pan y no parecemos dispuestos a abandonar el nido. Se dice que somos inmaduros, parásitos, irresponsables y acomodaticios, y que evitamos adquirir las cargas y obligaciones que conllevaría la creación de un hogar y una familia. Indudablemente, tienen razón quienes afirman que no es un problema que se deba tomar a broma ni despacharlo con un análisis simplista y superficial.
Según el Injuve (Instituto de la Juventud español), la mayor parte de los jóvenes españoles (51%) entre los 18 y los 34 años viven en el domicilio familiar; un 42 % afirman hacerlo en su propia casa (comprada o alquilada), y un 5% viven compartiendo piso con amigos o compañeros. En efecto, en la época de nuestros abuelos, era frecuente que bajo un mismo techo conviviera la pareja con sus hijos –en muchos casos una prole numerosa– que tenía que compartir el espacio, además, con sus progenitores, a quienes cuidaba la mujer, que ejercía de ama de casa. En la actualidad, la familia está formada por la pareja, en la que ambos cónyuges trabajan para poder asegurarse el sustento, y uno o dos hijos, aunque cada día sean más los hogares de divorciados en los que convive uno de ellos con la descendencia. Los jóvenes disponemos ahora de un mayor espacio propio, lleno de comodidades, en el que podemos aislarnos y encontrar una relativa independencia dentro de la casa, sin tener que contribuir económicamente a los gastos, y sin ningún tipo de responsabilidad, lo que facilitaría la prolongación de nuestra permanencia en ella.
Debiéramos estar agradecidos a la sociedad y a los gobiernos por la posibilidad que nos brindan de acceder a unos estudios que salvaguardan nuestra juventud de la explotación temprana laboral, proporcionándonos una formación personal, física e intelectual. Sin embargo, el fracaso escolar o el abandono de los estudios universitarios de muchos de nosotros parecen muestra suficiente de nuestro inexplicable rechazo y desinterés por lo que se pone a nuestro alcance.
Se nos critica que hayamos cambiado la cultura del esfuerzo y del trabajo por la del ocio. Se nos acusa con frecuencia de darnos a la bebida, al sexo (las relaciones sexuales –dicen– son cada vez más prematuras) y a la droga; también de nuestra falta de compromiso familiar, político y social. Se nos mira con recelo cuando nos agrupamos o entramos a formar parte de una tribu urbana, que se supone siempre marginal y conflictiva; se temen nuestros excesos y violencia (quema de coches, destrozo de material urbano, etc.), de lo que se hacen eco inmediatamente todos los medios de comunicación. Los jóvenes resultamos insolentes, incómodos, conflictivos y una amenaza peligrosa.
Ciertamente valoramos mucho más a los amigos y el tiempo libre que lo que se nos ofrece en los centros docentes o en el mundo laboral, al que accedemos en ocasiones solo para conseguir el dinero a fin de seguir divirtiéndonos después. Se tiende, quizá intencionadamente, a ignorar que muchos de nosotros también dedicamos nuestro tiempo y esfuerzo a colaborar desinteresadamente en proyectos y asociaciones de solidaridad y ayuda humanitaria.
No, la actitud de los jóvenes no es algo que se pueda tomar a broma. Por tradición y cultura, se exige que formemos un hogar. Para ello hemos de realizar unos estudios cada vez más prolongados, insertarnos en el mundo laboral e independizarnos económicamente. Hemos de tomar decisiones responsables y adquirir compromisos, pero... ¿nos ayuda la sociedad?
Se nos obliga a permanecer una jornada laboral completa y muy competitiva en los centros escolares, en muchos casos en contra de nuestra voluntad, y a alargarla con actividades extraescolares. Se nos invita a prolongar nuestra formación académica en centros de formación profesional o estudios universitarios y a completarla posteriormente con estudios de postgrado. Nuestros padres invierten su dinero, y nosotros, nuestro tiempo y esfuerzo para lograrlo. Pero, después comprobamos que, si no estamos
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