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La paradoja de la felicidad


Enviado por   •  20 de Abril de 2016  •  Ensayo  •  1.716 Palabras (7 Páginas)  •  309 Visitas

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CONÓCETE

1. DISEÑADOS PARA AMAR – La paradoja de la felicidad

La ciencia más avanzada muestra que la lenta evolución del cosmos hasta la aparición del hombre sobre la Tierra obedece a un diseño inteligente. ¿Cómo no pensar que esa creatura fuera también fruto de un alto diseño?

La persona humana tiene un diseño. Cada uno de sus componentes, cada segmento corporal, cada detalle de su apariencia exterior, todo habla de un “para qué”: el amor.

El diseño o termina ahí. La voluntad del hombre tiende, como por instinto, hacia el bien y la felicidad. Este instinto de felicidad es el trasfondo de todos sus actos.

Pues bien, la aspiración más grande, profunda y arraigada del ser humano, como se desprende de su diseño, es dar y recibir amor. El amor es la única fuente de felicidad para toda persona.

La felicidad no está fuera de nosotros. No esta en la fama, ni en las posesiones, ni en el desenfreno, ni siquiera en el desenfreno, ni siquiera en determinados logros personales. Esos son espejismos de la felicidad. Muchos lo intentaron. Buscando su felicidad se equivocaron de la peor manera: vivieron para sí mismos. Porque es muy cierto el dicho: el que no vive para servir no sirve para vivir.

La felicidad no esta lejos. Está en liberar nuestro mayor potencial: la capacidad de amar. Más que causa es efecto; más que un objetivo es un resultado.

“EL QUE BUSQUE SU VIDA, LA PERDERÁ, PERO EL QUE LA PIERDA POR MÍ, LA ENCONTRARÁ”

Sólo el amor revela nuestro autentico ser: aquello de lo que estamos hechos y para lo que fuimos hechos. Solo el que ama sabe vivir. Porque el amor es la más alta sabiduría.

2. EGOISMO – Viviendo con el enemigo

Nuestro ego magnifica todos los pesares. Cuando nuestro ego está en su lugar, ninguna contrariedad puede robarnos más tiempo que el necesario para resolverla.

La palabra ego viene del latín y significa simplemente yo. La traducción literal del egoísmo seria yoismo: un afán desmedido de defender, proteger, magnificar, complacer, mimar el propio yo, normalmente a costa de los demás. Dicho de otro modo, es el amor desordenado de uno mismo.

Triste herencia del pecado original, el egoísmo echa raíces en el corazón humano desde la cuna hasta la tumba.

El egoísmo se opone, en realidad, a nuestra tendencia más natural. Como fuimos diseñados para amar, todo nuestro ser tiene una proyección “alocéntrica”, es decir, hacia los demás. Algunos afirman que para amar a los demás hay amarse primero a uno mismo. Aunque es cierto sentido puede ser verdad, pienso que solo podemos amarnos en la medida en que nos descubrimos capaces de amar a los demás. El amor al otro es nuestra más intima esencia. En la medida en que nos reconocemos amando a los demás, en esa medida podemos conocernos, valorarnos y amarnos a nosotros mismos.

El egoísmo es el tronco común de todos los vicios. Un vicio es un hábito malo: un comportamiento instalado en nuestro ser que hace daño al que lo lleva y lastima a los demás. Los vicios, como las ramas parásitas de un árbol, sustraen la savia del alma, secan el corazón, plagan los mejores frutos y las aspiraciones más nobles.

El egoísmo hay que combatirlo y controlarlo. Y el primer paso será conocerlo mejor: desenmascararlo, medirlo, captar sus expresiones, incluso llegar a prever sus manifestaciones, de manera que no nos sorprenda en un momento de descuido o debilidad.

La lucha diaria contra el egoísmo despertará mecanismos y recursos insospechados de nuestra personalidad que, de otra maneta, quedarían atrofiados.

3. SENSUALIDAD Y SOBERBIA – El desequilibrio original

El pecado introdujo el desorden, la armonía original se trocó en desequilibrio y tensión. Y el amor, ímpetu espontaneo del corazón, quedó herido y contrastado por una nueva fuerza de signo contrario: el egoísmo.

Muy pronto el egoísmo dio a luz a sus primer fruto: la división. Y así, desde el mismo amanecer de la humanidad hasta el día de hoy, el hombre se siente dividido, lacerado por rupturas desgarradoras en todas sus dimensiones.

La fractura interior del hombre hizo que se perdiera la armonía entre su alma y su cuerpo que siguen sin reconciliarse. Cuerpo y alma quedaron no solo desarticulados sino también heridos por el egoísmo. El cuerpo se enfermó de sensualidad; y el alma, de soberbia. Fue el origen de todas las pasiones desordenadas.

La palabra pasión procede del verbo latino patior, que significa padecer, sufrir. Las pasiones son inclinaciones o tendencias espontaneas, a veces muy intensas. Casi siempre las pasiones se despiertan respondiendo a un estimulo que impacta la sensibilidad, la emotividad o, incluso, las facultades superiores de la persona.

En sí mismas, las pasiones no son buenas un malas. Depende del signo y del cauce que se les dé.

Cuando hablamos de sensualidad de soberbia nos estamos refiriendo a pasiones de signo negativo. No existe una sana sensualidad o una soberbia legítima. Son pasiones en su desordenadas. Y, como tales, lastiman, hacen sufrir, provocan turbación, inquietud, perdida de la paz, incluso ansiedad y angustia.

Por su misma naturaleza, las pasiones son siempre pasajeras. Desafortunadamente, ocurre con frecuencia que al retirarse y han provocado algún daño.

La sensualidad y la soberbia sobre pasiones genéricas. De ellas brotan, como las ramas de un tronco, pasiones más específicas

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