Las Catilinarias
Enviado por Maninis • 17 de Septiembre de 2014 • 391 Palabras (2 Páginas) • 600 Visitas
Las Catilinarias
Primera Catilinaria: “Oratio in Catilinam Prima in Senatu Habita”
. El discurso comienza con una de las frases más recordadas y famosas de Cicerón:
Quousque tandem abutere, Catilina, patientia nostra?
Quam diu etiam furor iste tuus nos eludet?
Quem ad finem sese effrenata iactabit audacia? ¿Hasta cuándo, Catilina, abusarás de nuestra paciencia?
¿Hasta cuándo esta locura tuya seguirá riéndose de nosotros?
¿Cuándo acabará esta desenfrenada audacia tuya?
Me parece que no exagero mucho al afirmar que el inicio de las "Catilinarias" es una de las piezas oratorias más conocidas de toda la historia política, no sólo de la república romana, sino en general, y que ha llegado hasta nuestros días como ejemplo del buen hacer parlamentario. Ese exordio conminatorio, "hasta cuándo vas a abusar de nuestra paciencia Catilina", con el que se inicia el primer discurso, se ha empleado a lo largo del tiempo y se seguirá empleando y, sólo él, tiene más fama que el resto de los discursos juntos
Lo interesante de las "Catilinarias", además de que como pieza de oratoria política son un monumento de primera magnitud, está en que nos permiten conocer, por un lado, la situación de la república romana en ese tiempo y por otro, las personalidades, tanto de Cicerón como de Catilina, dos personajes enfrentados en lo privado y en lo público.
Cicerón incluye una cantidad enorme de auto alabanzas, casi hasta extremos insoportables que sólo se justificarían, en el mejor de los casos y aplicando un buen grado de benevolencia, como un intento de recomponer su entonces imagen deteriorada. Esa actitud es especialmente irritante por lo que se refiere a la tercera catilinaria, donde llega a compararse con los dioses en su función salvífica de la república.
De todas formas, Cicerón, que tenía muchas virtudes cívicas, también tenía un gran defecto, según coinciden todos sus estudiosos, y era su enorme vanidad. De ahí que tuviera un interés especial en que sus discursos y sus actos fueran conocidos por las venideras generaciones.
No parece que pueda haber demasiado error al afirmar que el tal Catilina era un corrupto absoluto que, arruinado económicamente, trató se enriquecerse mediante actos arteros, algo que, por otra parte, era uso común en aquella república decadente (hoy también). Sería, entonces, la conjura el último eslabón de una cadena de iniquidades de todo tipo.
En el primero expone con rotundidad cómo se aprestaba Catilina a organizar la masacre que le llevaría al poder
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