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Los Pazos de Ulloa resumen por capítulos


Enviado por   •  11 de Enero de 2016  •  Resumen  •  8.152 Palabras (33 Páginas)  •  2.337 Visitas

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 LOS  PAZOS DE ULLOA

 Resumen por capítulos

Uno

El capellán Julián Álvarez montado en su rocín cabalgaba por una zona rural del interior de Galicia en busca de los Pazos de Ulloa, lugar del que se le había encomendado llevar la administración, cuando en un crucero topó con el marqués de Ulloa, don Pedro Moscoso, que estaba de caza con Primitivo, empleado suyo y el abad de Ulloa. Los tres eran hombres toscos y varoniles que miraron a Julián con recelo por su aspecto débil e incluso femenino.

Dos

Ya en los pazos, en la cocina, Sabel, la criada, sirvió la cena a los hombres. Su hijo Perucho, de unos cinco años, gateaba entre los perros y como una bestia más intentó quitarles la comida y recibió un mordisco. Sus llantos alarmaron a Julián que parecía ser el único en preocuparse por él. El marqués, molesto por la reacción del clérigo, examinó a Perucho y lo regañó por quejica mientras que a la vez le sirvió un vaso de vino. Julián, cada vez más anonadado se preocupaba por la salud del niño pero nadie allí le hizo caso y siguieron dándole alcohol. Cuando parecía que el rapaz no aguantaría más, Primitivo, abuelo de la criatura, de lo más bruto, amorró al niño a una botella de licor hasta que este se la acabó y cayó redondo. Su madre se lo llevó a la cama sin decir nada y el marqués guió a Julián a su nueva habitación.

Tres

Al día siguiente, con la luz de la mañana el capellán pudo observar su habitación que anteriormente había pertenecido al abad de Ulloa y la encontró de lo más sucia y dejada. Julián daba mucha importancia a la limpieza, creía en la necesidad de un entorno pulcro para la pureza del alma. Desde pequeño sintió la vocación espiritual, la continencia jamás le supuso un problema y su carácter, cercano al de las mujeres, le hacía ser tranquilo en situaciones normales pero muy compulsivo si algo le ponía nervioso, como la limpieza.

Entró Sabel en el cuarto sin avisar y tuvo Julián que taparse apresuradamente y decirle que picase antes de entrar pero la muchacha pareció no inmutarse ante la semidesnudez  del joven. Este le mandó llevarle con el marqués que estaba en el exterior, don Pedro le mostró su finca y su hacienda, los campos eran poco provechosos por el mal cuidado que recibían, todo estaba muy dejado y los arbustos crecían por todos lados. Volvieron al interior de la casa y le mostró el archivo, aquél lugar sorprendió aún más a Julián: había papeles de importancia revueltos en todos los rincones y las capas de polvo sobre todas las superficies eran de un grosor considerable. Aquellos papeles debían ser ordenados y llevar un control sobre ellos era de absoluta necesidad o podría ser perjudicial para el marqués, de modo que Julián se decidió a limpiar.

Cuatro

Julián se dedicó día tras día todas las mañanas a limpiar aquél lugar, se deshizo de todos los bichos, limpió muebles y papeles e incluso reconstruyó documentos que estaban rotos por el tiempo y el mal trato. Por donde el presbítero no paso ni un paño fue la librería, la primera vez que curioseó en ella descubrió un libro de Voltaire y aquella parte del archivo quedó condenada para él.

Cuando empezó a ordenar comprendió que aquella tarea escapaba a sus capacidades, era imposible para él comprender los documentos en que estaban anotadas las prestaciones de dinero de los Ulloa, y le comentó al marqués que aquello requeriría la mano de un experto abogado.

El marqués de Ulloa, don Pedro Moscoso de Cabreira y Pardo de la Lage, era huérfano de padre desde temprana edad, vivía con su madre, Micaela, en los pazos de Ulloa hasta que también el hermano de esta, don Guillermo, se mudó con ellos. Crió a don Pedro él mismo como quiso, hizo venir a fray Venancio para llevar la administración de la casa y movía el dinero que correspondía a su hermana a su aire. Micaela, por su parte, se limitó a ahorrar todo lo que le llegaba y a esconderlo en la casa. Esta información corrió por todo el país y, un día en que  sólo estaban en la casa la mujer y fray Venancio, entraron unos veinte hombres armados y sometieron a Micaela a una tortura hasta que les confesó dónde guardaba aquél dinero. De aquellos hombres después se dijo que debían ser de la zona y debían de ser conocidos de la familia para tener la información sobre el dinero que ahorraba Micaela.

Después de aquello fray Venancio no levantó cabeza y murió al poco, la madre de don Pedro no tardó mucho más. Entonces don Guillermo reemplazó al cura por uno más brusco y joven, y Primitivo, que era un gran cazador, se instaló junto a su hija en la casa solariega. Poco después Guillermo enfermó y se retiró de la casa. De su herencia no dejó nada a su sobrino y se fue dejando atrás una economía en aquella casa de lo más enmarañada. Esto descubrió Julián tratando de entender los documentos de la hacienda de los Ulloa, esto, y que en realidad el marqués de Ulloa no era merecedor de este título, ya que su padre se había quedado con la casa debido a una complicada distribución de partijas de el verdadero marqués, un familiar suyo con algunos títulos más importantes en otros lugares de España. Pero para la gente de allí que de estos asuntos poco entendían, don Pedro era el marqués de Ulloa porque los pazos de Ulloa eran de su propiedad.

Cinco

Continuó Julián afanándose en la tarea de administrar los mecanismos de todas las tareas que se llevaban a cabo en los pazos pero los asuntos jurídicos rurales se seguían escapando a su entendimiento. Intentó implicarse estudiando cómo se llevaba a cabo cada cosa pero cada vez que pretendía hacer un cambio en el funcionamiento, Primitivo estaba allí para decirle que no se podía realizar. Cada vez se daba más cuenta Julián de que el criado se había puesto en su contra por alguna razón que no lograba comprender, al igual que todos quienes trabajaban en los pazos, que lo miraban con desdén y en cambio trataban a Primitivo como si fuese el señor de aquél lugar. Esta situación incomodaba al presbítero que sentía que a pesar de lo desinteresado de sus actos, no era aceptado por la gente del lugar, quizás porque estando rodeados de vicio no creían en la pureza de su voluntad.

Llegó el invierno al país y Julián empezó a habituarse a la vida en el campo y despertó en él el interés por la gente del lugar y sus problemas. Observaba a Perucho, que vivía como un salvaje y era emborrachado por su abuelo y le invadía la compasión, de modo que decidió ayudar al pequeño y se puso a darle clases, empezando por enseñarle el abecedario. El niño tenía gran dificultad para aprender, le costaba estarse quieto y prestar atención pero el capellán insistía e insistía.

En aquél tiempo de frío la cocina de la casa solariega de los Ulloa se llenaba de mujeres que buscaban el calor de las llamas y algo de comida. Sabel se volvía la reina del lugar, de un lado para otro acalorada a todas horas, iba sirviendo la comida a las mujeres que rápidamente marchaban para dejar espacio a la siguiente.

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