Melancolía, brillando sobre la arena

Melancolía, brillando sobre la arena.

“Confuso”, primeras palabras que suelen venir a la cabeza de cualquier lector no muy aguerrido, que tenga la mala suerte toparse de improviso con esta historia; ¿el motivo? bueno, fiel al estilo de escritura contemporánea, la historia da brincos constantes en el tiempo en ambas direcciones (pasado y futuro), pero en el caso muy particular de esta obra, el presente, pasado y futuro se mezclan en un vals onírico, que da la sensación de tener la boca “llena de tierra”.

Yo, ciertamente no soy tan afecto a la lectura como me gustaría, entre mis libros favoritos, se encuentran dos obras del país nipón: “Shin Sekai Yori” (Desde el Nuevo Mundo) y “Zaregoto” (Sin sentidos), ambas abordan la naturaleza humana. La primera haciendo una brillante alegoría a la condición social que, para efectos del libro, resulta inherentemente contradictoria; una lucha fútil y desesperada de la raza humana por librarse de su inherente, pero necesario, comportamiento violento, llegando a modificar incluso, la propia definición de lo que es “un ser humano”. La otra obra, nos presenta la última instancia de un producto de nuestra época postmoderna, la encarnación del nihilismo y el individualismo, un ser consciente de su condición, pero tan sumido en la incertidumbre que le resulta imposible vislumbrar (si es que la hay) otra forma de vivir la vida. Ambas lecturas arrojan visiones muy pesimistas de la vida, las dos tienen esa aura que envuelve a las tragedias; estas historias, similares a la de la humanidad misma, no van a terminar bien, sin embargo, el futuro no existe más que en la mente de los humanos y como tal, solo nosotros podemos decidir sobre el mismo. Los autores se permiten el lujo de si quiera suponer que nosotros tenemos la posibilidad de, mientras sigamos viviendo, encontrar la forma de cambiar, y citando las últimas líneas de una de las novelas, “el poder de la imaginación, tiene la capacidad de cambiarlo Todo”.

“Viva México”, aquella frase encontré en repetidas ocasiones junto al título de la novela por la que escribo hoy este ensayo, dos ideas cuya unión resulta irónica. Pedro Páramo, posee una crítica muy fuerte a la naturaleza del mexicano, alejándose del usual desfile de insultos con los que suelen llenar al gobierno, la obra sabe bien que el mismo, es solo un producto la sociedad, así que los reflectores de la crítica se posan en esta ocasión en el común denominador más bajo de la escala social mexicana, la zona rural.

Pedro Páramo, un joven “chiquillo” hijo de un hacendado en el pueblo de Comala, cuyo padre es prontamente asesinado, evento que ocasiona que este delgado y polvoriento niño, se decida a tomar su destino con sus propias manos. Hereda la hacienda y deudas de su padre a partes iguales, pero consigue librarse de ellas y escalar hasta la sima; claro, esta “sima” está conformada por pila tras pila de cadáveres que sirven como la estructura de la misma.

Pedro Páramo es una machista, es violento, es un mujeriego, es egoísta y muchas cosas más, pero, una descripción que me parece a mí, mucho más acertada, sería la dada directamente por uno de los personajes del libro, “Pedro Páramos, es un rencor viviente”. Un rencor que abarca al pueblo mexicano, un rencor bañado en sangre, que deriva en más sangre y esta, a su vez, en más rencor.

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