Memoria de mis putas tristes
Enviado por Richard123r • 28 de Octubre de 2014 • Tesis • 1.854 Palabras (8 Páginas) • 297 Visitas
Memoria de mis putas tristes
En Memorias de mis putas tristes (2004), Gabriel García Márquez nos cuenta la historia de un anciano periodista, que está cerca de cumplir los 90 años de edad y este decide celebrar su aniversario de una manera un tanto bizarra para una sociedad actual, en donde el amor en algunas ocasiones va de la mano con la edad, este viejo llegando casi al centenario de la vida, recurre a su vieja “promotora” Rosa Cabarcas, dueña de un viejo prostíbulo del cual solía ser cliente en sus años de juventud, y este le pide un deseo morboso un tanto imposible de conceder, una niña de 14 años. Rosa Cabarcas, siendo una mujer de palabra y con gran reputación en este medio, no pudo quedar mal ante tal petición de un viejo cliente y de inmediato se dio a la tarea de consiguió semejante regalo de aniversario. En este momento el anciano no tiene la menor idea de lo que esta apunto de vivir, viniendo de un pasado donde las aventuras sin consentimiento no significaban nada para el más que un signo de virilidad, y una vida donde desconocía lo que era compartir un sentimiento con alguien más fuera de sus propios padres. Rosa Cabarcas llamo al teléfono del viejo con la noticia más alentadora que alguien a los 90 años de edad con deseos bizarros pueda recibir, enseguida el anciano se vistió con sus mejores prendas y partió rumbo a sus viejos recuerdos en aquel burdel, una vez que llego, el saludo con Rosa Cabarcas fue algo predecible, aunque cabe destacar la respuesta del viejo con respecto a su edad, “la edad no es aquella que se ve, si no la que se siente”. La novela se centra en el sentimiento del amor y lo que podemos llegar a hacer por este, no importa a la edad que nos llegue el amor, esta siempre nos hace cambiar para bien, no importa si estamos ancianos, mas sin embargo esto nos hace ver la vida de otra forman a vivir cada día como si fuera el ultimo a disfrutar a valorar a los seres queridos, a valorar el tiempo a sonreírle a la vida
No cabe duda de que Memoria de mis putas tristes es también una reflexión sobre la vejez, pero el relato se inscribe en el apasionante mundo del narrador. Aunque nunca se menciona, el escenario en el que se desarrolla la novela deducimos que es la ciudad de Barranquilla, en el estuario del río Magdalena, población próxima a Cartagena de Indias, donde el autor realizó sus primeros escarceos periodísticos, donde alternó con algunos de sus amigos más fieles; uno de ellos mencionado en el texto y descubrió la literatura contemporánea. Tampoco precisa el tiempo en el que se desarrolla el relato, aunque bien pudiera ser a comienzos de los años cincuenta. En la página 41 el autor narra sus cuarenta años y la novela finaliza cuando acaba de cumplir los noventa y uno. Sabemos también que el primer lance de amor del narrador en primera persona con una prostituta se produjo poco antes de los doce y en su característico afán de precisión, la muchacha que descubre, a la que llamará Delgadina, nombre que procede del romance tradicional de origen español trasplantado a las nuevas tierras, cumple sus quince años el día quince de diciembre. Al conocedor de la obra de García Márquez tampoco le resultarán ajenas algunas de sus precisiones históricas: “Había sido un niño consentido con una mamá de dones múltiples, aniquilada por la tisis a los cincuenta años, y con un papá formalista al que nunca se le conoció un error, y amaneció muerto en su cama de viudo el día en que se firmó el tratado de Neerlandia, que puso término a la guerra de los Mil Días y a las tantas guerras civiles del siglo anterior”. Este narrador que se autocalifica, de forma casi valleinclanesca, como “feo, tímido y anacrónico”, vive en una amplia casa colonial heredada de sus padres, de la que ha ido vendiendo casi todo, salvo la biblioteca, y asegura con orgullo que “nunca me he acostado con ninguna mujer sin pagarle y a las pocas que no eran del oficio las convencí por la razón o por la fuerza de que recibieran la plata aunque fuera para botarla a la basura”. Anotará en una libreta tales experiencias hasta superar las quinientas y abandonar la desbordante tarea.
Frecuentador de burdeles, estuvo a punto de casarse, pero dejó plantada a la novia el día de la ceremonia. Su afición, además de la lectura, es la música (como la del propio novelista) y se convierte en el crítico musical del periódico, además de columnista del mismo (aprovechará para aludir al censor que vigila, implacable, los textos a pie de redacción) tras haber sido profesor sin ningún interés por la docencia o hacia sus alumnos. La exageración, uno de sus métodos narrativos, se inicia ya con lo que definirá como “glorificación de la vejez”. Contará el paso del tiempo por décadas y, a diferencia de Kawabata, terminará su relato con el apasionamiento de un joven, porque “la edad no es la que uno tiene sino la que uno siente”. En una conversación franca con Casilda Armenta, de la que fue antiguo y repetido cliente, le confiesa: “es que me estoy volviendo viejo, le dije. Ya lo estamos, suspiró ella. Lo que pasa es que uno no lo siente por dentro, pero desde fuera todo el mundo lo ve”. Esta tardía pasión se inicia a través de una celestina, Rosa Cabarcas, que constituye una
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