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Origen De Las Especies


Enviado por   •  13 de Marzo de 2013  •  2.103 Palabras (9 Páginas)  •  364 Visitas

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uando me encontraba a bordo del barco de Su Majestad Beagle, como naturalista, quedé fuertemente impresionado por ciertos hechos en la distribución de los seres que habitan en Suramérica y por las relaciones geológicas entre los habitantes presentes y pasados de aquel continente. Me pareció que estos hechos aclaraban un poco el origen de las especies -este misterio de misterios, como lo ha llamado uno de nuestros más grandes filósofos. De vuelta a casa, se me ocurrió, en 1837, que tal vez se podría averiguar alguna cosa sobre esta cuestión acumulando y meditando pacientemente todo tipo de hechos que tuviesen una posible relación con ella. Después de cinco años de trabajo, me permití especular sobre el tema y redactar algunas notas breves; las amplié en 1844 en un esbozo de conclusiones que me parecieron probables: desde este periodo hasta el día de hoy he perseguido incesantemente el mismo objeto. Espero que se me excusará de entrar en estos detalles personales, porque si los doy es para hacer ver que no me he precipitado a llegar a una decisión.

Mi obra está casi terminada; pero ya que me harán falta dos o tres años más para completarla, y que mi salud está lejos de ser robusta, me han instado a publicar este resumen. He sido especialmente inducido a hacerlo porque Mr. Wallace, que estudia ahora la historia natural del archipiélago malayo, ha llegado casi exactamente a las mismas conclusiones generales que yo tengo sobre el origen de las especies. El año pasado me envió una memoria sobre este tema, con la petición de que se la pasara a Sir Charles Lyell, que la transmitió a la Linnean Society, y ha sido publicado en el tercer Diario de esta sociedad. Sir C. Lyell y el doctor Hooker, que conocían mi trabajo -el último había leído mi esbozo de 1844-, me honraron al pensar que era aconsejable que se publicaran, con la excelente memoria de Mr. Wallace, algunos breves extractos de mis manuscritos.

(...)

Al considerar el origen de las especies, es bastante concebible que un naturalista, reflexionando sobre las afinidades mutuas de los seres orgánicos, sobre sus relaciones embriológicas, su distribución geográfica, su sucesión geológica y otros hechos semejantes, podría llegar a la conclusión de que cada especie no había sido creada independientemente, sino que descendía, como las variedades, de otra especie. A pesar de todo, tal conclusión, incluso si está bien fundamentada, sería insatisfactoria hasta que se demostrara cómo las innumerables especies que habitan esta mundo han sido modificadas, al extremo de adquirir aquella perfección de estructura y de adaptación mutua que más justamente excita nuestra admiración. Los naturalistas se refieren continuamente a las condiciones externas, como el clima, la alimentación, etc., como las únicas posibles causas de variación. En un sentido muy limitado, como veremos más adelante, esto puede ser verdad; pero es absurdo atribuir a las meras condiciones externas la estructura, por ejemplo, del pájaro carpintero, con patas, cola, pico y lengua tan admirablemente adaptados para atrapar insectos bajo la corteza de los árboles. En el caso del muérdago, que se nutre de ciertos árboles, que tiene semillas que han de ser transportadas por ciertos pájaros y que tiene flores de sexos separados que requieren absolutamente la intervención de ciertos insectos para transportar el polen de una flor a otra, es igualmente absurdo explicar la estructura de este parásito por sus relaciones con diversos y distintos seres orgánicos, por los efectos de condiciones externas, o del hábito, o de la volición de la misma planta.

Imagino que el autor de Vestigios de creación diría que, después de un cierto y desconocido número de generaciones, algún pájaro habría dado nacimiento al pájaro carpintero, y alguna planta al muérdago, y que se habrían producido tan perfectos como los vemos ahora; pero esta presunción no me parece una explicación, porque deja, intacto e inexplicado, el caso de las adaptaciones mutuas de los seres orgánicos a cada uno de ellos y a sus condiciones físicas de vida.

Es por consiguiente de la máxima importancia obtener una perspectiva clara de los medios de modificación y de adaptación mutua. Al comienzo de mis observaciones me parecía probable que un detallado estudio de los animales domésticos y de las plantas cultivadas ofrecería la mejor oportunidad de esclarecer este oscuro problema. No he sido decepcionado. En este y en todos los otros casos sorprendentes, he encontrado, de modo invariable, que nuestro conocimiento, por imperfecto que sea, de la variación en la domesticidad proporcionaba la pista mejor y más segura. Me atrevería a expresar mi convicción del alto valor de semejantes estudios, aunque estos hayan sido dejados de lado muy corrientemente por los naturalistas.

A partir de estas consideraciones, dedicaré el primer capítulo de este resumen a la variación en la domesticidad. Veremos entonces que una gran cantidad de modificaciones hereditarias es al menos posible; y, cosa tanto o más importante, veremos hasta qué punto es grande el poder del hombre en acumular, por medio de su selección, las ligeras variaciones sucesivas. Pasaré a continuación a la variabilidad de las especies en estado natural; pero, por desgracia, me veré obligado a tratar este tema demasiado brevemente, ya que sólo puede ser tratado como es debido dando largas listas de hechos. Seremos capaces, a pesar de esto, de discutir qué circunstancias son más favorables para la variación. En el capítulo siguiente trataremos de la lucha por la existencia entre todos los seres orgánicos del mundo, que deriva inevitablemente de sus grandes capacidades de multiplicarse en proporción geométrica. Esta es la doctrina de Malthus aplicada a la totalidad de los reinos animal y vegetal. Como que quizá nacen muchos más individuos de cada especie de los que pueden sobrevivir, y como que, en consecuencia, hay una lucha por la existencia a menudo repetida, se deduce que cualquier ser, si varía ni que sea ligeramente en cualquier manera que le resulte provechosa, en las complejas y a veces variables condiciones de vida, tendrá más probabilidades de sobrevivir y, así, de ser seleccionado naturalmente. En virtud del fuerte principio de la herencia, toda variedad seleccionada tenderá a propagar su forma nueva y modificada.

Este tema fundamental de la selección natural será tratado con una cierta extensión en el capítulo cuarto; y veremos entonces cómo la selección natural provoca en gran medida, casi inevitablemente, la extinción de las formas de vida menos perfeccionadas, y conduce a aquello que he llamado divergencia de carácter. En el capítulo siguiente discutiré las complejas y poco conocidas

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