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Platero Y Yo


Enviado por   •  22 de Noviembre de 2013  •  8.335 Palabras (34 Páginas)  •  261 Visitas

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platero y yo(resumen)

Platero es un burro pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Come de todo y los del pueblo dicen que tiene acero.

Era una noche morada y brumosa. Vagas claridades malvas y verdes quedaban tras la torre de la iglesia. Salió un hombre oscuro, con una gorra y un pincho que quería clavar en el seroncillo pero lo impide.

Tres niños hacían como si fueran mendigos, uno decía que era cojo, etc. En esto que llegó una niña forastera y les insulto dándoles a la vez un consejo.

Todo se veía distinto cuando ocurrió el eclipse, el mar parecía blanco... Y para observarlo mejor utilizaban varios instrumentos: gemelos de teatro, etc. Y también lo veían desde diferentes sitios: desde el mirador, etc.

La luna les acompaña por un valle soñoliento. Hay un olor penetrante a naranjas, humedad y silencio. Hace frío y tienen miedo, así que Platero trota para salir de allí.

Le dice a Platero que si fuera a la miga aprendería muchas cosas. Sabría más que el médico. Pero que era muy grande para sentarlo en una mesa, cantar en el coro, escribir con pluma, etc. Además le maltratarían. Así que el mismo dijo que le enseñaría algunas cosas.

Cuando se viste de luto con barba nazarena y pasa montado sobre Platero, los chiquillos gitanos aceitosos y peludos, le llaman loco.

Es Sábado Santo y están matando a Judas. Todos disparan sus escopetas. Pero hay un problema, y es que hay mucha gente que se llama Judas.

Hacía un buen tiempo para comer brevas. Así que echaron una carrera para cogerlas, pero Adela, que era gordita y baja, corría poco y como no la esperaban, se enfado. Poniéndose a tirar las brevas a la cara, y así no las empezamos a tirar entre nosotros.

Caen rosas del cielo, parece que se deshace el cielo en rosas. Cuando caen dejan el paisaje rosado como los cuadros de Fray Angélico.

Parece que la vida pierde su fuerza cotidiana. Si se muriera Platero antes que el muchacho, no lo enterraría en el Moridero como los demás hombres que tienen burros si no que lo enterraría en un lugar donde estuviera entretenido con niños, niñas, pájaros, etc. En el cielo azul de Moguer.

Cuando iban por la dehesa de los caballos, Platero, cojeó. Y cuando le vio la pata se fijó que tenía una púa, y se la sacó. Después el muchacho lo llevó al arroyo para curársela y siguieron su marcha.

Ya llegaron las golondrinas, contando lo que han visto en África y en los lugares por donde han pasado. Están como despistadas sin saber qué hacer. Vuelan en línea recta. Y se van a morir de frío.

El muchacho va a ver a Platero al mediodía a la cuadra. Diana una cabra que se echa sobre las patas de Platero, se acerca al muchacho como jugando y lo mira. Y Platero rebuzna de felicidad.

Había un potro negro, con tornasoles granas. En sus ojos parecía que había fuego. Y pasaba por las calles como un campeón. Cuando entro en el corral, cuatro hombres lo cogieron y lo tiraron sobre el estiércol, y, después de castrarlo parecía otro; blando, sudoroso, triste, etc. Lo levanto un hombre y se lo llevó.

Su niñez fue buenísima. Primero se iba a la casilla de Arreburra, y estaba en su corral dorado por el sol, y desde allí miraba Huelva, encaramándose en la tapia. Después de allí se iba a la calle Nueva, etc. Luego a la casa de don José, el dulcero, y se quedaba deslumbrado con sus botas de cabrito. Tuvo muchos sueños, que se imaginaba desde su balcón y otros lugares.

Trata de un niño tonto que siempre estaba sentado en su silla delante de su casa viendo como pasaban las personas. Nunca daba nada, todo era para su madre. Un día cuando pasó el autor ya no estaba el niño tonto sino un pájaro y entonces supo que había muerto y había subido al cielo, y allí estaría sentado en su silla.

Era una niña que se llamaba Anilla la Manteca a la que le gustaba disfrazarse de fantasma, y una noche se vistió para asustar a unos niños pero empezó una tormenta y se metieron en casa. Hubo un ruido seco y entonces todos se quedaron ciegos. Cuando volvieron a la realidad estaban en otro sitio y bajaron donde estaba Platero. Y allí estaba la pobre de Anilla muerta a causa de un rayo.

El autor le va contando a Platero todo lo que ve, las hierbas, las flores, etc. Entonces Platero se pone a beber en un charco que había. Luego todo cambia. Como si cada momento que pasaba fuera a descubrir un paisaje abandonado. La tarde fue inacabable, tranquila. Llamó a Platero y se fueron.

Cuenta el autor que estaba jugando con Platero y entonces vio llegar a una mujer gritando que si estaba ahí el médico francés y un poco más atrás venía la gente con un cazador cogido. El médico lo bajo y le miro la herida que tenía en el brazo, pero el médico decía que no era nada. Y un loro repetía todo lo que decía mientras el cazador gritaba de dolor.

Platero como no había subido nunca a la azotea no podía saber lo que allí se sentía. La azotea es maravillosa. Desde allí se pueden ver y sentir un montón de cosas. Parece rara la vida de debajo de la azotea cuando estás allí.

Venían cargados de flores de los montes. Caía la tarde. Parecía que el oro se convertía en plata. Los lirios parecían con otra frescura. Y sin darse cuenta había dejado a Platero atrás.

Siempre que iba el autor a la bodega del Diezmo, él se iba a contemplar la verja para ver si podía ver algo de dentro. Que fantástico espectáculo el de la verja. En sus sueños, el autor, se imagino que aquello era maravilloso. Así que acudía muchas veces para ver si alguna vez la abrían.

Platero iba ungido y hablaba como con miel. Vio a don José en su huerta gritando palabrotas a los muchachos que le robaban las naranjas. Como de él no se habla peor de nadie.

Pero luego está don José el cura que cuando entra en el pueblo montado en su burra, se parece a Jesús cuando iba a la muerte.

Por la culpa de los niños no podía dormir, el autor, pero cuando se asoma a la ventana se da cuenta de que no son los niños, sino los pájaros. Cuando sale a la huerta da gracias a Dios por los pájaros. El campo se abría en estallidos como si estuvieran dentro de un gran panal de luz en el interior de una inmensa y cálida rosa encendida.

El aljibe estaba lleno de las últimas lluvias, no tenía eco, ni se veía el fondo como cuando está bajo. Le dice el autor a Platero que no había bajado nunca al aljibe, pero que él sí. Anteriormente cuando el aljibe estaba seco bajó. Tenía una galería larga y un cuarto

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