Rabelais
Enviado por angeles.miranda • 25 de Abril de 2013 • Informe • 1.733 Palabras (7 Páginas) • 339 Visitas
Rabelais se complacía en escribir los prólogos de sus novelas como si de textos publicitarios se tratase, enumerando las buenas razones que el futuro comprador tenía para
adquirirlas. ¿Qué es lo que en nuestros días, querido lector del siglo xxi, le ha llevado a usted a escoger un libro
firmado «Rabelais»?
Rabelais tiene, ante todo, la reputación de ser un autor
cómico. No obstante y paradójicamente, su vida fue la de un
escritor representativo de los humanistas de su tiempo. En
el Renacimiento, el humanista es, en primer lugar, el adepto
a las «lettres humaines», es decir a la cultura clásica antigua,
en contraposición a la cultura a base de teología y escolástica que reinaba en la Edad Media. Para él, la tradición intelectual de la humanidad consiste en ese precioso legado
que elaboraron las culturas más antiguas: quiere aprender
de ellas cómo alcanzar el tipo ideal de individuo y cómo tender a la perfección de las relaciones humanas. Ahora bien, la
novela cómica Pantagruel, que mezcla gigantes y farsantes,
borrachos y cretinos, no parece expresar esa armonía, ese
idealismo, esa dignidad. Otra paradoja, complementaria a
las anteriores, radica en que el humanista reverencia las lenguas antiguas en su pureza, pues son el armonioso vehículo
de un mensaje de orden y razón. Sin embargo, aunque es
cierto que Rabelais era conocido y apreciado por sus contemporáneos a causa de su erudición y de sus escritos en latín e incluso en griego, su novela se erige en campeona de la
lengua vulgar; en el prefacio del Libro Quinto, milita por
la defensa e ilustración de la lengua francesa. Aún resulta 32
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más paradójico el hecho de que los personajes más «rabelaisianos» cultiven la subversión del lenguaje, los razonamientos idiotas, los juegos de palabras ridículos, los borborigmos
animales… cuando el humanismo magnifica ese privilegio
del hombre que es el lenguaje, expresión del pensamiento
y alma de la sociedad, y lo relaciona con el Logos, el Verbo creador del Cosmos y organizador del ritmo universal.
una obra cómica en la vida
de un humanista europeo
Reconstruir la entera biografía de François Rabelais equivaldría a penetrar en la historia del humanismo europeo
de la primera mitad del siglo xvi. A pesar de las zonas de
sombra que subsisten en su vida, los historiadores han sabido dibujar poco a poco la figura de quien fue tanto un testigo como un crítico de su tiempo. Como hombre político
estuvo al servicio de los más influyentes representantes de
la diplomacia francesa y fue un propagandista nacionalista hostil a la política europea del papado. Era considerado
como uno de los más conspicuos médicos de Europa, además de ser un competente jurista. Las graciosas parodias
de sus almanaques eran la obra de un filósofo en busca de
la verdad, que aborrecía la presunción que supone escrutar
los secretos de la Providencia. Como folklorista conocedor
de las tradiciones locales, fiestas, ritos y dichos, detestaba
las supersticiones que subsistían en la cultura popular. Lejos de moverse entre contradicciones y paradojas, como podría pensar un espíritu superficial a la vista de la compleja
riqueza de sus opciones intelectuales y espirituales, el hombre Rabelais fue ante todo un humanista que sabía conjugar las sólidas tradiciones de la cultura antigua con los va-33
prefacio
lores del Evangelio; experto en las misteriosas pero fecundas ciencias de los números, poseía una inteligencia llena
de curiosidad intelectual por la investigación científica, al
tiempo que alarmada por los desórdenes que dejan prever
las innovaciones técnicas en manos de cínicos materialistas. En él se reconoce a un teórico de la audaz pedagogía
que pone la riqueza de la cultura clásica al servicio del desarrollo total del hombre, de su inteligencia asociada a la
armonía de un cuerpo sano.
François Rabelais nació a finales del siglo xv, tal vez en
1483 o más probablemente en 1494. Su padre era abogado
del rey en Chinon, en el corazón de la Francia, en el país del
Loira, donde los reyes de Francia y los poderosos establecían sus castillos; poseía una propiedad rodeada de viñas, la
Devinière, que será teatro de aventuras épicas en las novelas de su hijo. Una carta al célebre Guillaume Budé nosinforma a un tiempo de que, en 1521, Rabelais era hermano
menor franciscano y de que, entusiasmado por el progreso
imparable del humanismo europeo, se consagraba al estudio de las lenguas antiguas. Con ese nuevo espíritu aborda
los estudios de derecho: frecuenta un círculo de cultos magistrados adeptos a los nuevos métodos; escribe un texto
en versos griegos introductorio a un tratado que, fundándose en el derecho romano, defiende la tesis de la inferioridad de la mujer en el contrato matrimonial, en oposición
al consensus igualitario que el derecho canónico establece.
Pero la Sorbona, enfrentada a la crisis luterana, prohíbe el
estudio del griego, que favorece la interpretación personal
del Nuevo Testamento y, como consecuencia, sus superiores confiscan sus libros a Rabelais, quien obtiene autorización para pasar a la orden de los benedictinos, más abiertos
que los franciscanos a la evolución cultural. Tras entrar al
servicio de un prelado ilustrado, lo acompaña en sus giras 34
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episcopales, lo que le da ocasión de interesarse por las leyendas y los dichos de la región de Poitou, es decir, por las
tradiciones locales de un folklore aún pagano.
Paralelamente, prosigue
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