Roma Corrupta Roma Perversa
Enviado por Saavedra Lorena • 28 de Octubre de 2015 • Ensayo • 3.653 Palabras (15 Páginas) • 456 Visitas
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ROMA CORRUPTA, ROMA PERVERSA
Ensayo
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INTRODUCCION
Como hemos visto en el trascurso, hablamos de Roma y sus ramas del derecho. Durante el ensayo del libro “Roma perversa, Roma corrupta” mencionaremos más lo que se vivía día con día en la antigua Roma y no solo referente en los derechos y procedimientos legales que ellos contenían.
Espero que sea de su más grato interés y en realidad demuestre una idea generalizada de lo que fue el Roma antiguo con sus costumbres y pues, sus vidas cotidianas. Gracias.
Como todo gran poder, se nace del cansancio de la crueldad de los mismos tiranos. Dentro de Roma, la Roma corrupta, los mismos tiranos, cansados, ellos mismos decidieron repartir el poder para no dejarlo en una persona que hacía que perdieran el control y la cabeza. Dando así lugares a los tal llamados “comicios”. La incurable miopía, un mal que ahora como antes el pueblo la sufre. Algunos estatutos; representantes de comicios debilitaron al pueblo. Plagado de este defecto actúan con capricho y eligiendo a quienes no merecían la confianza del pueblo; pues si tenían la habilidad de convencer a los bobos y sabían comprar descaradamente los botos, se atrevían a llamarse a sí mismos políticos. Las elecciones eran llamadas comicios jurando no tocar lo conquistado por el pueblo pero que de todas maneras lo tenían contemplado y programado a futuro. En el Cabildeo preelectoral los patricios con gran insolencia innata dejaban fluir su plata, aferrándose a la grandeza pasada. Nunca faltaban las sucias prebendas que querían asegurar una silla en el senado. En lo que es referencia a sobornos electorales, nuestro amigo Demosthenes nos expresa “Vuestras leyes son como la telaraña, que agarra lo leve y débil, pero el poderoso las rompe y escapa!”. De esta manera dejando como inútiles las leyes de Licinias, porque los políticos de la antigua Roma sabían aprovechar cada ingenuidad del Senatusconsulto y astutamente lo sobornaban. En la antigua Roma, cuando los electos fueron los resultados indignos, fueron tolerados y el sufrido del pueblo durante un año legitimo los contemplaban con calma y paciencia, gozando así de la encarnizada lucha de los fraudulentos, los cuales como toros y osos encadenados, se desgarraban mutuamente cavando la fosa, cayendo siempre en el final del gobierno saliente, pero solo aquellos que olvidaron el imperativo de sus principales compromisos. En tanto así las fechorías de Verres (Verres se hizo famoso por sus hurtos, robos y rapiñas en su provincia) habían colmado la paciencia de los romanos. No existía propiedad, que no fuera despojada de sus legítimos dueños; pues todas las sentencias eran destacadas por su infame arbitrariedad. Dentro del tribunal los criminales (pagaban con dinero) eran absueltos como inocentes, mientras que, los ciudadanos más honestos eran condenados sin que hubieran sido citados. Dentro de Esparta el hurto y el robo eran una virtud en servicio de la estrategia militar. El autor de un hurto o de un robo era castigado, pero solamente en el caso, en que se dejara atrapar. En Egipto, (en esos tiempos conquistado por Roma) el robo tampoco era descalificado, de hecho era tolerado hasta cierta manera y era “legalizado” por las autoridades. En Alejandría lo hurtado fue entregado por los rateros al honorable jede de los ladrones quien tenía su despacho en una oficina pública, donde ahí mismo llevaban un registro, en el cual anotaban los objetos robados, la fecha de la entrada, el nombre y el domicilio del damnificado. Después los perjudicados en lugar de correr y acusarlos concurrían directamente a esta oficina de los ladrones y allí pagaban la cuarta parte del valor declarado y luego regresaban alegremente con el objeto hurtado. Dentro del ejército romano, la institución romanista solo podía pregonar el himno que su grandeza. Cuando Roma con si tan acertada política de adaptación una podía absorber en el mismo estado a los itálicos, étnicos entre ellos los súper disciplinarios Sabinos y lo más que valientes Samnitas. Roma arraso con su ejército de hierro la mitad del mundo. Solamente no logro vencer a su peor enemigo, la avaricia, y sucumbió ante las tentaciones del pálido oro. Que se podía esperar de un ejército, cuyos conductores estaban hundidos en una detestable inmoralidad, donde un tribuno militar atentaba hasta en contra el pudor de un simple soldado. De todas maneras de donde penetro fue avaricia y la pasión por el oro, lo primero que inicio la fuga fue la férrea disciplinaria. Algunos generales intentaban frenar los excesos, y sin darse cuenta ellos mismos cayeron en excesos. Esto hizo que las altas clases romanas comenzaran a huir del servicio militar, que al estado le costaba mucho trabajo llenar los cuadros de oficiales para las guarniciones en España. Negarse a prestar el servicio militar, sin eufemismos, se llamaba llanamente cobardía. Según los antiguos existían 3 clases de cobardía; los prevenidos (evitaban los riesgos empleando el método del general griego Gilokles, la segunda clase pertenecían las personas tímidas para luchar, pero se avergonzaban de huir, la tercera eran los que lamentablemente pasaban al otro lado y confiando en la seguridad de la velocidad de sus pies. La cobardía se institucionalizo con la llegada del paleo-cristianismo de carácter netamente antinacional; era un frente firme contra el odiado imperio romano, por medio de su política, que carcomía tanto activa como pasivamente los pilares ya no tan firmes del imperio romano. Su otra arma era su olímpica indiferencia, nacida de su cosmopolitismo, que lentamente hizo neutro e indiferente al romano ante los problemas nacionales. La actividad del protocristianismo se completaba su conducta pasiva, cuyos efectos aparecieron luego como peligrosas fisuras en las columnas que tenían que sostener el imperio, el poder y la defensa nacional. La cobardía sembrada a manos llenas por el paleocristianismo. A este ejercito le había llegado el momento de elegir la desaparición o la supervivencia y gracias a esta decadencia moral Roma comenzó lentamente a llenar las filas de sus antes tan gloriosas legiones con los hijos de los pueblos vencidos en forma tan acelerada que sus legiones, las más destacadas, fueron luego sirios o batavianos antes que romanos. El antiguo romano era un adulado y un adulador innato. Tenía que adular para sobrevivir en su ambiente demasiado cruel y estrecho, pero también tenía que ser adulado, porque la adulación le daba la falsa sensación de estar viviendo en la gloria. El dinero tenía un increíble poder en la antigua Roma. En el siglo de oro el dinero hizo feliz la vida. Con dinero se compraba la más cerril fidelidad. Hombres y dioses se conquistaban con dinero. Ni el mismísimo Júpiter rechazaba las dadivas. En roma fue el dinero y exclusivamente el dinero, lo que hizo feliz a la gente. No el cariño de la madre, ni los méritos del padre, si los tenia. El oro dulcifico el hermoso pero ávido rostro de Venus y Plato nos confiaba, que hasta en el amor triunfaba el oro. En roma el íntimo amigo tuyo, mañana podía ser tu calumniador. Esa peste, que como herencia desde Grecia cruzo las fronteras sin pasaporte, en Roma se hizo una epidemia y ningún curandero encontró un remedio. La insoportable historia en sus Anales acusa al pasado, diciendo que los romanos, plagados de los vicios griegos, se destacaron por ser irreparablemente mentirosos y también cobardes. La mentira que para hoy es un pecado mortal para los cristianos, pero que lo ejercen sin sonrojarse, también, lo era para aquellos que lo inventaron. La gente miente, rara vez admite su culpa, y si lo hace, como lo hizo un mentiroso, tampoco le faltaba inmediatamente un avivado, que lo defendiera con elegancia. Ni la religión toman logro liberarse de la peste de los engaños, que se le adhería como el humo del incienso, que quemaron alrededor de los altares de sus numerosos dioses. Para sembrar la credibilidad inventaron, que los dioses pudieran aparecer también como los demás seres humanos este no muy santo fraude, a la par facilitaba al hombre al mismo tiempo elevarse al rango de los dioses. Como obtener herencias mediante “trucos” más vale que nos hable acerca de esta tan espinosa cuestión. Regulo, el cazador de testamentos, un día se dio cuenta que el muy rico viejo Bledo estaba muy enfermo, además se enteró que el enfermo quería hacer algunos cambios en sus testamento. En Roma era costumbre falsificar las firmas, los testamentos, los pesos de las balanzas, las aleaciones de las monedas, hasta la corona, que algunos monarcas querían ofrecer a los mismos dioses. Una de las peores pestes que casi cotidianamente asolaba la población de Roma fue la usura. El usureo se acercaba al angustiado pobre, ostentando un profundo sentimiento de compasión y humanismo que le ofrecía a aquel hombre (ahogado en sus deudas) su servicio de salvación por medio de un mediatos préstamos. Mommsen nos dice que como en el fondo del sistema, puramente capitalista, no había en el estado as que una inmoralidad creciente. El estado al querer remediar este mal resulto ser impotente, pues en vez de cambiar el sistema económico desde sus cimientos, se contentaba con poner la especulación solamente bajo la vigilancia de la policía. Bajo los elevados porcentajes de la usura sufrían no solo los romanos, sino también los pueblos del oriente. Detrás de los usureros llegaba la pobreza y la desesperación. El hombre de las clases bajas, al no poder ya soportar el hambre, comenzó a sumergirse en la corrupción y en la holgazanería del proletariado pordiosero. También en Roma existió el bien sin el mal y entre tantos buenos que los antiguos autores nos nombraban, había también muchos que no respetaban nada ni a nadie fuera de sus propios intereses. Fiel a las leyes etruscas Roma tuvo diferentes tratamientos para libres y para esclavos. Las causas de este diferente tratamiento las sabían los únicos patentes, los antiguos médicos. Afortunadamente en nuestra cultura ya no existe este problema. No es raro encontrar incendiarios entre los mismos bomberos. También hubo quienes olvidaron sus obligación para con la comunidad y se degradaron como el medico Herodes, que rosaba la tasa del mísero enfermo a quien visitaba. Existiendo también en Roma, aquellos, que con la mayor buena fe estaban convencidos, que la mujer va al consultorio siempre con una doble intención. En la decadencia del abogado romano, M.Tullio Tirón nos asegura en uno de sus manuscritos que “no hay nadie, cuya conducta no ofreciese en algún punto una detestable infamia: no hay nadie que no tuviese la impudicia de vivir públicamente en el vicio y que no hubiese parecido más imprudente aun si lo hubiere negado. Tito, heredero del emperador Vespasiano podía vender la justicia de las causas que se ventilaban ante el tribunal de su padre, no debe extrañarse entonces el cuadro sombrío, que nos pintan las vibrantes censuras de algunos autores de los decadentes tiempos del principado. A finales del siglo del oro, Marcial hablaba con elogios de un abogado, llamado Regulo, de quien Plinio despectivamente dice, que era el “Nequissimus bipedum”, el más detestable entre todos los que andaban con dos pies en este mundo. En la nueva Roma el Forum (foro) se había convertido en un establo de cerdos y en donde si el rey Numa hubiera resucitado y contemplado su ciudad, no hubiera encontrado si no vestigios de sus sabias leyes. Juvenal, en el siglo segundo, se dirigió en su sátira caustica a sus conciudadanos diciendo: “Si tu pretendes defender una causa dudosa no sin gran peligro, pregúntate quien eres, si eres un orador elocuente o solo un Mato o un Curio, que eran unos charlatanes. Como un resumen de la decadencia del abogado romano tenemos de un lado la acusación de Plutarco que sostiene que: “muy resbaladiza es la vida del togado…” la inscripción del otro lado es la defensa, una parábola de profundo contenido, y repetimos, al par es la apología de un abogado, que al resentirse por los términos despectivos del príncipe, tenía el deseo olímpico de repetir las palabras del pirata, por medio de las cuales este dirigía a Alejandro Magno, cuando fue capturado. Dentro de la decadencia de los jueces no faltaron en Roma los que se desviaban del camino recto, a os cuales Ciceron llamaba “Vesanicos”. Los desviados lamentablemente no eran muy pocos y en Roma, desde las portrimerias de la casta Republica, nadie daba ya de que el dinero fuese omnipotente en los tribunales, en los que durante el proceso se cometían delitos más enormes, que aquel que se perseguía, y corría el rumor, de que se habían repartido muchos Denarios entre los jueces. La negociación no fue tan secreta como debía serlo, ni tan publica, como convenía a la causa de la republica que lo fuera. Roma en todas sus épocas, defendiéndose con esmero y tino contra los sacrilegios en la Justicia por cuanto hizo todo lo posible para eliminar previamente las posibles causas de ellos, aplicando en casi de culpa y delito, desde las multas hasta la más severas y “aterradoras” sanciones. Roma criticaba agriamente las costumbres de los egipcios. Tanto como los acusadores como los defensores podían presentar sus causas exclusivamente por escrito. La diosa de la justicia Themis, tiene 3 caras, aseguraba Crysipo. Las tres caras prometían justicia: la ciega, solo una a la “frentana”; la sonriente una equitativa; y la irascible con la espada, se hizo famosa por su justicia Catoniana y Pisoniana. Como la justicia sin venda observa con ojos bien abiertos la balanza, y juzga equitativamente. Existía también en Roma la justa injusticia. Era siempre un acto realizado por los magistrados, cuya finalidad consistía en aclarar la pura verdad, y a la par, dar a cada uno lo suyo, ni menos ni más. En aras del interés particular en la antigua Roma, se perdonaba al que antes de la sentencia corrompía a su acusador. En roma realmente no era fácil encontrar la justicia. Perdidos en las intrincadas redes de la dialéctica sopista griega no todos lograron salir de las trampas. En la roma perversa era curiosa, tenían sus crueldades pero como hemos dicho, las ideas y las costumbres cruzan las fronteras sin pasaporte. Los Etruscos, son el pueblo original y verdadero que transmitieron a los latunos las ceremonias de las nupcias, entremezclados con una picaresca caterva de dioses. Dentro de las ceremonias nupciales (in domum deductio) el novio llevaba a su mujer a la casa, durante las horas vespertinas, la pareja era conducida por cinco niños, cada uno de ellos con una antorcha mantenida en alto. Las antorchas tenían un significado, pues eran cinco. Estas eran símbolos de los penteteoses, de los cinco dioses, que asistieron a la reunión de los dos diferentes sexos. Por una causa irrefutable: la gente de la antigüedad tenía como concepto profundamente religioso que el phallos (el pene) era el verdadero y real portador de vida, pues el semen del hombre, del varón, millones de veces repetido, por causa de su movimiento inmanente demostraba estar vivo y que res el portador de la vida y que con el despertar de un huevo dormido, los dos juntos cumplían con el postulado de la misteriosa naturaleza, produciendo un ser nuevo. Este portador y fiel imagen de la vida, de la fuerza creadora, fue también objeto de cultos místicos, por medio de los cuales los dioses se humanizaron, manteniendo con las mujeres una comunicación de lo más íntima. Existente la prostitución religiosa, los cultos phalicos abrieron el camino para una santa licenciosidad. Entre los Babilonios, prostituirse por lo menos una vez en su vida con algún forastero y para no perder la santidad de semejante acto, lo hacían en el templo de Aphrodite, la diosa del amor, ahí llamada Melitta. Todas las mujeres realizaban largas filas y pasaban entre ellas los forasteros, que elegían a la mujer de su gusto. Ninguna mujer podía negarse a quien la eligiera; su deber sagrado era seguir y recibir el dinero, que su hombre le tiraba a su regazo con las palabras “invoco en favor tuyo muchacha, la diosa Melitta. El romano era ecléctico. Así de esta manera solo se limitaban a importar, importaban todo lo que les parecía importante y útil para mejorar su vida cotidiana. A fines de la república o más bien en los primeros años del principado, Roma estaba inundada con las exquisitas mercaderías del lejano oriente: telas transparentes, purpura de fenicia, sandalias multicolores con cintas de oro, forradas con purpura, sandalias que hoy en día también suelen reaparecer en nuestro presente. Unos dos siglos después, los Romanos se alarmaron porque les parecía que las temidas Bacchanalias tenían un brote nuevo en el paleo-cristiano que para los romanos, era una despreciada secta judía, una sociedad secreta, triste y “lucífuga”, que desataba una lucha sin tregua entre los diferentes clases sociales, todavía acumulaban sus pecados, incitando a la gente hacia la rebeldía con su política netamente antinacional. En roma pervertir, el acto más sagrado del ser humano realizado junto con la plena conformidad y por medio de la fuerza creadora de los omnipotentes dioses, se troca en un pecado sinceramente imperdonable. El amor es tan sublime, tan maravilloso que una mujer despechada desconoce la palabra “perdonar”, pero si conoce la voz de la vergüenza. Había adulterios ocultos, descubiertos, directamente abiertos y hasta comprados, no faltaban los concedidos y desde luego estaban los adulterios descarados al igual que algunas religiosas con los sacerdotes. El adulterio comprado tenemos el ejemplo de un Sr enloquecido por una hermosa mujer casada que compro el adulterio por medio de grandes dadivas. En los consejos de Bias nos cita: “Por amor de dios, jamás casarse mientras eres un joven, y si eres viejo, categóricamente nunca. No es conveniente casarse, porque si tu novia es bella, prepárate a compartirla con otro, y si es fea, ¿para qué amargar luego el resto de tu vida? Es inútil quejarse luego, como aquel, citado por Palladas: Yo infeliz. He casado con una mujer que es la perfecta desgracia.” Algunas veces los maridos celosos de Roma, tomaban semejantes precauciones para que no ocurriera el adulterio y aun así eran burlados hasta en sus propias casas. Pues una mujer que ama a otro puede hacer lo imposible para llegar a su meta. Una que fue sorprendida con su amante, rápidamente desplegaba su velo muy ancho, mostrando a su marido la calidad del tejido, y el marido encantado por la hermosura del velo ni se dio cuenta que detrás de la tela desplegada estaba escondido el aterrado amante, esperando el momento para poder escaparse y no ser atrapado. Llegando al divorcio como solución alterna al adulterio, había dos clases de divorcios: uno legal, donde la mujer era repudiada, que claro era bastante raro porque la mujer se marchaba la acompañaba en su salida brazo a brazo también su dote multiplicada más de una vez. La otra clase de divorcio obligaba al marido irse de la casa y tomar una dirección hacia el más allá, desde donde no había regreso un divorcio, en que no se metieron los abogados y demás causídicos. En ambos casos corría el peligro de perder además de la unión también sus haciendas, pero en el segundo casi regresaba la paz a la casa con la diferencia, que la mujer difícilmente podía llamarse viuda, porque en resultaba ser una vulgar asesina. Pues la definición de viudas proviene del latín vidua, tiene un doble sentido, no solamente este nombre lo llevaba la mujer que perdía a su hombre. Sino también a la soltera que no tenía suerte de un buen marido. En Roma llego el momento en que ante esa frenética danza de inmoralidad, el estado tuvo que intervenir, ya que no estaba dispuesto a tolerar más. En los adulterios intervenían tanto la mujer como el hombre, pareció justo entonces, que fueran castigados ambos, es decir, también la “otra mitad” del delito, que por si naturaleza lo es de dos. Después lo peor que le podía pasar a un hombre era no querer cumplir con los postu-lados de la naturaleza, buscando el amor entre su propio sexo. Esta práctica había sido importada desde Esparta, donde la pedofilia estaba muy en boga, y también había sido legalizada por la legislación de este estado tan puritano. Luego el mal paso a Atenas y desde ahí golpeo las anchas puertas de Roma. Después se vino que se vendía más caro un lindo adolecente, un esclavo sexual que un campo fértil. Detrás del odio hay un íntimo deseo por destruir al prójimo, pero cuando esto se pretende hacer, infligiendo al otro una serie de sufrimiento esto es ya crueldad y sinónimo de la perversión. Dando final a esto, el derrumbe de Roma, es dada a una extraña mezcla de corrupción con el abismo de una perversa inmoralidad que condujo a Roma a su fatal ruina. El honor nacional y el honor individual fueron arrastrados por el lodo. La justicia y el pudor, abandonaron esta corrupta tierra, dejando atrás una descendencia cada vez más degenerada.
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