Una reflexión sobre "Los hombres de Celina" de Mario Halley Mora
Enviado por CCPHero • 24 de Septiembre de 2012 • 2.412 Palabras (10 Páginas) • 892 Visitas
Una reflexión sobre "Los hombres de Celina" de Mario Halley Mora
Mario Halley Mora es autor teatral tan conocido que no necesita presentación. Es también poeta. Cuentista desde hace rato; ahora se inicia como novelista.
Ya en sus cuentos primero, y luego en sus “Anticuentos” como en más de una de sus piezas teatrales, esta calificación plurivalente se hacía notoria, imprimiendo a los textos un aura poética, equivalente de la resonancia del toque de campana prolongándose en nuestras estancias interiores. Ahora, en su novela, el dramaturgo y el poeta insinúa su presencia como sujetos gemelos en la visión fáctica.
Josefina Plá
"Los hombres de Celina”, premio “La República” en 1983, sería, en principio, la crónica de una maternidad sin parto y de un amor sin sexo. De una singular adopción que podría, sin embargo, resultar simbólica de la esencial actitud femenina ante el hombre, el “eterno hijo”; el que en una forma u otra regresa siempre al regazo femenino. (No en vano ha dotado Halley Mora a su Celina de atributos físicos que recuerdan vagamente los de las Diosas Madres).
Celina marcha, en ese empeñoso modelado que se ha propuesto, de Carlos Salcedo y, a su manera, hacia la completitud de una vocación materna que la vida truncó en sus arranques más legítimos y simples.
Pero la historia de Celina, ejemplo límite de vocación maternal, es, necesariamente, por contrapartida y a un tiempo, la historia del que, a través de Celina, mediante ella, realiza sus sueños ambiciosos. Sueños mal o nada definidos -aquí está su “pecado capital”- que adoptan del comienzo, la forma elemental de la fuga. Una fuga seguirá siendo la trayectoria ulterior de Salcedo. Fuga mimetizada, a lo largo del relato, por incidencias diversas; pero fuga. Fuga ante la responsabilidad. Fuga ante la gratitud. Fuga ante los valores.
La obsesión de Salcedo es sustraerse a un sistema de cosas en el cual no encaja. Espécimen subdesarrollado de los “rebeldes sin causa”, Freud lo rotularía seguramente de inmaduro; pero quizá quedase mejor decir: podrido antes de madurar. ¿No es el prototipo actual del humano, del individuo que cree y reclama que el mundo tiene una deuda con él, pero no reconoce, porque ni lo imagina siquiera, que también él tiene una deuda con el mundo...?
Salcedo, así, se siente urgido por un ansia de independencia, por el deseo de “ser él”. Ansia, deseo, urgencia, legítimos, y que son, en lo individual como en lo colectivo, fermento de toda construcción humana. Pero en Salcedo este propósito no va acompañado de las definidas íntimas directrices precisas para poder enderezar camino por sí mismo y menos aún sin míticos tropiezos. Como habla en primera persona, puede permitirse el lujo de pintarse a sí mismo con los colores que le placen, y así ofrecerse, a veces desnudo como una lombriz y a trechos, ribeteado de ingenuo; pero es evidente que se deja persuadir con mucha facilidad a lo que más le conviene. Consiente que la mantengan y le paguen estudios y ropas; Celina costea esos gastos con lo que le dan “sus hombres”. Nos sentimos inclinados a ver llana y sencillamente en él, a un “gigoló”. Pero peculiar “gigoló”, amparado por filial investidura. Investidura que no le cuesta llevar; ella condiciona una situación que le conviene. Y se desliza fácilmente por el tobogán de la mentada conveniencia fácil a una vida que podría calificarse a primera vista como vida de pícaro.
Este calificativo es, en efecto, el primero que surge en la punta de la lengua, al intentar el análisis a un somero del personaje. Sin embargo, el adjetivo se disloca, a breve andar reflexivo.
Pues el pícaro consagrado por los clásicos -y antes y después de ellos por las circunstancias, a lo largo de los tiempos- acepta, con independiente y conformista filosofía, el deterioro de las apariencias externas, las disminuciones sociales, la marginación, las carencias económicas, y los encontronazos personales (en esto se diferencia del bohemio, que hace de ello, y razones tiene, bandera). Mira hacia afuera sin amargura ni quejas nacidas del sentimiento de desmesura entre ambiciones y logros. El pícaro no desea “ser él”. “Es él”, sin propósitos ni presupuestos. Para el pícaro auténtico, las peripecias de su peripatética vida son la vida en sí misma. Picaresca y pícaro en suma, son “tal para cual”. No se contradicen, no son conflicto: toda peripecia es consecuencia de la misma profesión de libertad, explícita o no, del pícaro. Este acepta en todas sus dimensiones esta “vida al revés” que le interesa en sí misma como experiencia enriquecedora, no como ruta hacia logros calculados y concretos. La vida pícara es una aventura única: un hojear del libro “del mundo cabeza abajo”. El pícaro no tiene plan alguno en la vida, salvo el inmediato del cotidiano subsistir. Su ventaja ante el mundo radica precisamente en este desprendimiento.
No así para este antihéroe de Halley Mora. Carlos Salcedo se deja proteger, mantener, por Celina, para lograr su propósito de “triunfar en la vida”, y si en su relato en primera persona da a entender en tal cual momento que no está del todo conforme con ello, sus actos no ratifican sus palabras; siguen sospechosamente paralelos a su conveniencia. Podríamos hablar, en este caso, de dualidad, de bivalencias; del hombre contradictorio. Pero si el hombre contradictorio, como lo atestigua cruelmente la literatura moderna, lleva en sí el germen de toda humanidad -porque el hombre se construye a fuerza de contradicciones- es preciso para que en él la contradicción sea constructiva que en la lucha haya un ángel, y que el conflicto ofrezca una escala desafiando a la ascensión. El conflicto radica entre lo que el hombre quiere y lo que sabe; el resultado pues depende de cuál sea el plano en el cual operar su querer y saber. Aún el más analfabeto tiene noción de esa contradicción esencial que le acecha a cada paso, y trata de obviarla procurando presentar lo que quiere o hace bajo una faz benéfica. Los grandes destructores -leamos la historia- siempre presentaron como bueno lo que hacían. Es una concesión que el mal hace al bien; pero desgraciadamente el bien no vive de concesiones. Vive de sí mismo.
Pueden estas consideraciones parecer un poco marginales, o dilatadas. Pero la aparición en nuestra literatura, de la “novela de costumbres” moderna, y en ella del personaje contradictorio, es algo que en sí lleva a la reflexión. Y el final del relato y del personaje -su candidatura al desquicio mental- tiende a reforzar hipótesis o intuiciones.
Aún después de lo anotado, la palabra pícaro acude espontánea,
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