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Variadito


Enviado por   •  14 de Agosto de 2013  •  412 Palabras (2 Páginas)  •  289 Visitas

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ACEFALIA, de Julio Cortázar.

A un señor le cortaron la cabeza, pero como después estalló una huelga y no

pudieron enterrarlo, este señor tuvo que seguir viviendo sin cabeza y

arreglárselas bien o mal.

En seguida notó que cuatro de los cinco sentidos se le habían ido con la

cabeza. Dotado solamente de tacto, pero lleno de buena voluntad, el señor se

sentó en un banco de la plaza Lavalle y tocaba las hojas de los árboles una por

una, tratando de distinguirlas y nombrarlas. Así, al cabo de varios días pudo

tener la certeza de que había juntado sobre sus rodillas una hoja de eucalipto,

una de plátano, una de magnolia foscata y una piedrita verde.

Cuando el señor advirtió que esto último era una piedra verde, pasó un par de

días muy perplejo. Piedra era correcto y posible, pero no verde. Para probar

imaginó que la piedra era roja, y en el mismo momento sintió como una

profunda repulsión, un rechazo de esa mentira flagrante, de una piedra roja

absolutamente falsa, ya que la piedra era por completo verde y en forma de

disco, muy dulce al tacto.

Cuando se dio cuenta de que además la piedra era dulce, el señor pasó cierto

tiempo atacado de gran sorpresa. Después optó por la alegría, lo que siempre

es preferible, pues se veía que, a semejanza de ciertos insectos que regeneran

sus partes cortadas, era capaz de sentir diversamente. Estimulado por el hecho

abandonó el banco de la plaza y bajó por la calle Libertad hasta la Avenida de

Mayo, donde como es sabido proliferan las frituras originadas en los

restaurantes españoles. Enterado de este detalle que le restituía un nuevo

sentido, el señor se encaminó vagamente hacia el este o hacia el oeste, pues

de eso no estaba seguro, y anduvo infatigable, esperando de un momento a

otro oír alguna cosa, ya que el oído era lo único que le faltaba. En efecto, veía

un cielo pálido como de amanecer, tocaba sus propias manos con dedos

húmedos y uñas que se hincaban en la piel, olía como a sudor y en la boca

tenía gusto a metal y a coñac. Sólo le faltaba oír, y justamente entonces oyó, y

fue como un recuerdo, porque lo que oía era otra vez las palabras del capellán

de la cárcel, palabras de consuelo y esperanza muy hermosas en sí, lástima

que con cierto aire de usadas, de dichas muchas veces, de gastadas a fuerza

de sonar y sonar.

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