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Vive Tu Muerte


Enviado por   •  15 de Noviembre de 2011  •  864 Palabras (4 Páginas)  •  1.195 Visitas

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Estaba estacionado en mi puesto de distribución con mi novia, Mari, una niña delgada, preciosa, igual de adicta que yo. Me sentía especialmente contento, me acaban de ascender, a partir de esta semana las cantidades de mariguana y cocaína que manejaba se habían duplicado, al igual que mi territorio y mi horario. Había dejado de ser uno más de los vendedores de la universidad, ahora me tocaba toda la zona aledaña también.

Esa noche en particular, estaba de excelente humor y todo me hacía reír, pensaba que estaba avanzando a paso rápido y en el sentido correcto para “sacarle jugo” a la vida. Todo me salía bien, había dejado de estudiar hacía dos semestres porque me enteré de que se puede obtener un título chueco por una lana. “Por lo tanto”, había comentado a mis cuates “es mejor hacer dinero de la manera más rápida y fácil posible, que estudiar.” Desde entonces, en lugar de entrar a clases, como creían mis padres, le dedicaba más tiempo a mi negocio.

Siendo un muchacho de clase media, que a los 24 años seguía viviendo en casa de sus papás, el dinero del tráfico se me iba en puros juguetes, y tenía muchos: dos motos, un coche “arreglado” con rines y un súper sonido, ropa carísima, estéreos, cámaras digitales y hasta un buen “fierro” con cachas de maderas finas. Era la envidia de la colonia, y nada me complacía más que verle la cara de babosos a mis vecinos que manejaban cochecitos usados cuya velocidad máxima podía ser superada por el mío en primera velocidad.

Como mis padres preferían creer que las cantidades tremendas de dinero que manejaba provenían de trabajos eventuales como traductor de inglés, dejé de tomarlos en serio desde los dieciocho años. Si vivía en su casa era para ahorrarme una lana, si le compraba regalitos cursis a mi jefa el 10 de mayo, era porque me caía en gracia notar lo bueno que era yo para mentir y lo buenos que eran ellos para creer cualquier babosada que les dijera.

Sin embargo, el destino es una cosa verdaderamente indescifrable. Controlarlo es tal vez el más guajiro de todos los sueños.

Esa noche en que estaba tan orgulloso de mí mismo, en que acariciaba el magnífico cuerpo de Mari sintiéndome el jefe de jefes, se estacionó junto a mí un auto negro sin placas. “Pérame” le dije a mi novia “no me tardo.”

No me acababa de bajar del mi coche cuando supe que algo andaba mal. Los tres tipos que venían en el auto negro ni me miraron, abrieron la puerta del pasajero y sacaron a Mari a jalones.

“Abre la cajuela” dijo uno con voz fastidio. “¿Cómo?” pregunté genuinamente sorprendido. Por toda respuesta el hombre sacó una pistola nueve milímetros y me apunto a la cara. No tuve más remedio que hacer lo que me pedía. Medio kilo de mota y unos 20 gramos de coca brillaron opacos bajo la luz del único farol de la calle.

Uno de ellos dijo: “Ora sí, papacito, ya te

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