Ética en medicina
Enviado por luuuuer • 16 de Junio de 2024 • Apuntes • 1.069 Palabras (5 Páginas) • 127 Visitas
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El consejo de Esculapio
Fundado: Anónimo alemán.
fuenteLeon Cechini, Augusto. Ética en medicina (prólogo de Rafael Risquez- Iribarren).
Barcelona: editorial Científico-Médica, 1973; 465, págs. 36-38. Fecha: Siglo XVIII-XIX.
Revisión de la traducción al español: Gonzalo Herranz. Copyright de la versión en español: Gonzalo Herranz. Revisado el 30 de mayo de 2007.
¿Quieres ser médico, hijo mío? Ésta es la aspiración de un alma generosa, de un espíritu ávido de ciencia. Quieres que los hombres piensen en ti como en un dios que alivia sus males y ahuyenta su miedo. ¿Pero has pensado en cómo será tu vida?
Tendrás que renunciar a tu vida privada: si bien la mayoría de los ciudadanos pueden, cuando hayan terminado su trabajo, aislarse lejos de los no deseados, tu puerta siempre estará abierta para todos. A todas horas del día y de la noche vendrán a perturbar tu descanso, tus aficiones, tu meditación; ya no tendrás horas para dedicar a tu familia, a la amistad, al estudio. Ya no te pertenecerás a ti mismo.
Los pobres, acostumbrados al sufrimiento, os llamarán sólo en caso de emergencia. Pero los ricos te tratarán como a un esclavo para remediar sus excesos: ya sea que tengan una indigestión o un resfriado, te harán despertarte apresuradamente en cuanto sientan el más mínimo malestar. Te interesarán mucho los detalles más vulgares de su existencia; tendrás que decirles si deben comer ternera o pechuga de pollo, si deben caminar de un lado a otro cuando salen a caminar. No podrás ir al teatro ni enfermarte: deberás estar siempre dispuesto a ir en cuanto tu amo te llame.
Fuiste severo en la elección de amigos. Buscaste la atención de hombres de talento, de almas delicadas, de ingeniosos conversadores. De ahora en adelante no podréis desechar a los pesados, a los cortos de ingenio, a los altivos, a los despreciables. El malhechor tendrá tanto derecho a vuestra asistencia como el hombre honorable: prolongaréis vidas nefastas, y el secreto de vuestra profesión os prohibirá impedir o denunciar acciones indignas de las que seréis testigos.
Crees firmemente que con un trabajo honesto y un estudio atento puedes ganarte una reputación: sé consciente de que serás juzgado, no por tu ciencia, sino por las coincidencias del destino, por el corte de tu abrigo, por el aspecto de tu casa, por el trato de tus servidores, por la atención que dedicas a la charla y gustos de tus clientes. Algunos desconfiarán de ti si no llevas barba, otros si no vienes de Asia, otros si crees en los dioses, otros si no crees en ellos.
Te gusta la sencillez: tendrás que adoptar la actitud de un augur. Eres activo, sabes lo que vale el tiempo. No podrás mostrar enfado ni impaciencia: tendrás que escuchar historias que se remontan al principio de los tiempos cuando alguien quiere contarte la historia de su estreñimiento. Los holgazanes vendrán a verte por el simple placer de charlar: serás el vertedero de sus mezquinas vanidades.
Aunque la medicina es una ciencia oscura que, gracias al esfuerzo de sus fieles, se va volviendo cada vez más ilustrada, nunca se puede dudar, so pena de perder el crédito. Si no afirmas que conoces la naturaleza de la enfermedad, que posees, para curarla, un remedio que no falla, el vulgo acudirá a charlatanes que venden la mentira que necesita.
No cuentes con el agradecimiento de tus enfermos. Cuando sanan, la cura se debe a su fuerza; si mueren, eres tú quien los has matado. Mientras están en peligro, os tratan como a un dios: os suplican, os prometen, os colman de halagos. En cuanto empiecen a convalecer, ya estarás en su camino. Cuando les hablas de devolverles el cuidado que les has prodigado, se enojan y te denigran. Cuanto más egoístas son los hombres, más aplicación exigen.
No cuente con este duro documento oficial para hacerse rico. Os lo aseguro: es un sacerdocio y no sería decente que ganarais tanto como un petrolero o un político.
Te compadezco si te atrae lo bello: verás lo más feo y repugnante de la especie humana. Todos tus sentidos serán abusados. Tendrás que apretar la oreja contra el sudor de los pechos sucios, aspirar el olor de las viviendas miserables, los perfumes recalentados de las cortesanas; tendrás que palpar tumores, curar llagas verdes de pus, contemplar la orina, escudriñar saliva, fijar los ojos y la nariz en la inmundicia, meter el dedo en muchos lugares. ¡Cuántas veces, en un día hermoso y soleado, al salir de un banquete o de una representación de Sófocles, te llamarán para ver a un hombre que, atormentado por dolores de estómago, te presentará una bacinica nauseabunda y te dirá con satisfacción: Gracias porque he tenido cuidado de no tirarlo. Entonces recuerda estar agradecido por ello y mostrar todo tu interés en esa evacuación intestinal.
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