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Culturas Juveniles En México


Enviado por   •  18 de Octubre de 2012  •  10.553 Palabras (43 Páginas)  •  1.790 Visitas

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Las culturas juveniles en México∗

El estudio de la juventud en México

Paradójicamente para un país tan joven en términos demográficos como México (Yánez, 1987), las investigaciones sobre la juventud no han adquirido carta de naturaleza hasta épocas recientes. Los primeros intentos de aproximación científica al sector juvenil están conectados con el movimiento insurreccional de 1968, y se concentraron en el análisis de los jóvenes estudiantes de clase media, las élites intelectuales y los grupos radicales que conformaron los movimientos políticos (Cabañas, 1988; Arteaga, 1996).

Desde mediados de los años ochenta, la emergencia de los “chavos banda” en la ciudad de México y de los “cholos” en la frontera norte ha suscitado un creciente interés. Los primeros estudios, de carácter sociológico y psicológico, se caracterizan por el peso de los paradigmas criminalistas, sin que puedan distinguirse con claridad de las visiones sensacionalistas y satanizadoras de los medios de comunicación, que identificaban el fenómeno de las bandas con la delincuencia o con problemas de desarrollo psicosocial. El ejemplo más relevante es el libro ¿Qué transa con las bandas? de Jorge García Robles (1985), que recoge un total de seis autobiografías de jóvenes pandilleros. A pesar de que en la contraportada de la última edición se afirma que el libro “se ha convertido ya en un clásico al lado de Los hijos de Sánchez”, se trata de una visión sesgada que recupera las viejas tesis del rencor social como origen de la agrupación en bandas:

Las bandas juveniles están formadas por adolescentes resentidos que unen su

∗ En El reloj de arena. Culturas juveniles en México, México, SEP-Causa Joven (Jóvenes, 4), 1998, pp. 94-111.

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Carlos Feixa

Temblamos de frío y de odio pero estamos juntos y somos lo mismo que todos temen. No queremos a nadie ni a nosotros Nos duele nuestra vida y la de los otros, Mejor morir pronto.

Los Panchitos

rencor social al apetito natural transgresor de su edad; que necesitan vengarse de una sociedad que los ha menospreciado y orillado a vivir una violencia cotidiana que se manifiesta en variadas formas (1985-246).

En realidad, todas las entrevistas fueron realizadas en la cárcel y, más que hablar de las bandas, se alude a las subculturas de la delincuencia.

En el otro extremo, se sitúan diversos trabajos que presentan a las bandas como “sujeto emergente”, depositarias de una capacidad impugnadora del orden establecido. Muestra de esta aproximación son los trabajos coordinados por Francisco A. Gomezjara, Las bandas en tiempos de crisis (1987), donde se destacan los aspectos contestatarios y autogestivos de las bandas:

La pandilla resulta ser una forma de organización social que desborda el ámbito familiar escolar-recreativo de la pandilla tradicional de las metrópolis para ubicarse en el centro de la tela de araña de la crisis general del contexto urbano. No significa tampoco que sea una mera continuidad pasiva de este proceso, sino que precisamente por constituirse en un actor beligerante, es que se le sataniza (1987:18).

Merece destacarse también la tesis de licenciatura presentada en la Escuela Nacional de Antropología e Historia por A. Alarcón, F. Henao y R. Montes, Bandas juveniles en una zona industrial de la ciudad de México (1986). Los autores se plantearon “si las bandas podían ser válidas para un estudio antropológico... aunque para el colectivo del taller parecía un tema no muy aceptable”. Uno de los integrantes del taller les facilitó el contacto con los Charck’s, una banda de la delegación Álvaro Obregón, una zona suburbana al occidente de la ciudad de México. En la definición inicial, se dibujan los supuestos que guiaron a los autores en su búsqueda:

Planteamos a las bandas como entretejidos sociales de poder y de saberes locales, generadores de vínculos contestatarios y con propósitos sólo para ellos; y como un producto más de la cultura económica actual. No se trata de grupos, comunidades o clases sociales nuevas, mucho menos de manifestaciones políticas con respuestas conscientes y organizadas. Se trata de un sector juvenil que, desde sus propios espacios urbanos, resiste localmente ante las imposiciones o disposiciones del Estado y la sociedad civil, es decir, que las subversión de la banda es su esencia corrosiva, para ella el cambio social interesa desde su propia conciencia de ser banda, o del sentir de cada uno de los jóvenes que la conforman (Alarcón, Henao, Montes, 1986:8).

La opinión contraria es sostenida por Jorge Cano (1991), a partir de un trabajo basado en una rica investigación-acción con bandas juveniles de Naucalpan, Estado de

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México. Para el autor, la dimensión contestataria y moderna de la banda es sólo un disfraz que esconde los valores de la cultura tradicional, es decir, las culturas parentales, los valores religiosos, sexuales y políticos de los migrantes campesinos.

Tras la apariencia de movimiento contracultural, opuesto a los códigos y valores establecidos, se esconden las permanencias, las continuidades y la reproducción de las pautas tradicionales heredadas de la familia y su ambiente (...) La cara moderna de la banda, su aspecto cosmopolita, no es más que la máscara que esconde los patrones tradicionales de comportamiento de la sociedad mexicana, como su apego a las tradiciones religiosas, ya sean éstas peregrinaciones, mañanitas a la Virgen o fiestas a su santo patrón, la reproducción de familias extensa, el compadrazgo y redes de parentesco y amistad amplias, pero que no van más allá de la comunidad, no son más que formas culturales tradicionales que se reproducen en un contexto urbano... (Cano, 1991:71-72).

Desde finales de los años ochenta han aparecido diversos trabajos que se esfuerzan por dar cuenta de la capacidad creativa de las bandas, sin caer en la mistificación, ubicándolas al mismo tiempo en un determinado contexto sociocultural. José Manuel Valenzuela, en ¡A la brava ese! (1988), analiza el fenómeno del cholismo en la frontera norte. Utilizando categorías gramscianas, el autor se esfuerza por relacionar las culturas juveniles con la clase social y las migraciones. La frontera como elemento catalizador del proceso de transculturación y la crisis económica, son factores que propician que al cholismo, surgido en los barrios chicanos de Los Ángeles, cobre forma y estilo en urbes como Tijuana y Ciudad Juárez, difundiéndose más tarde a otras ciudades mexicanas. Valenzuela disecciona el “mito del Cholo” presentado por la prensa amarilla, y lo contrasta con la vida cotidiana de los “barrios cholos”, documentando la creatividad cultural que surge de los mismos. El autor concluye

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