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La Piel Que Habito


Enviado por   •  7 de Marzo de 2013  •  429 Palabras (2 Páginas)  •  449 Visitas

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Nada es sencillo. Soy maestra de ballet y nada es sencillo, decía Katerina Bilova (Geraldine Chaplin) al final de 'Hable con ella' (2002), la película en la que se afirmó esa etapa de madurez en la filmografía de Pedro Almodóvar que ahora parece haber llegado a un nuevo punto de inflexión con 'La piel que habito'. Entre una película y otra, la filmografía del manchego parece haber invertido todo su esfuerzo en ilustrar y demostrar las palabras del personaje de la Chaplin: en efecto, no hay nada sencillo en los fascinantes movimientos de la condición humana en esas zonas de alto riesgo que Almodóvar delimita como territorio de sus ficciones.

Si, en 'Hable con ella', emergía la luz en un acto aparentemente atroz, aquí, una retorcida venganza puede revelar una segunda piel como carta de amor mortuorio que transforma al verdugo en vulnerable víctima. Y una brutal tortura, sostenida en el tiempo,

podría ser el largo y tortuoso camino que recorre un personaje para cerrar el círculo esbozado por las leyes de la atracción. En efecto, nada es sencillo en 'La piel que habito'. Ni siquiera escribir sobre ella sin aguarle la fiesta al amante de los giros

imprevistos y los laberintos narrativos.

Horror y belleza

Aplico el teorema de Almodóvar, basta mirar el tiempo suficiente, para transformar el horror en belleza, escribía el enigmático Antoni Casas Ros en su novela 'El teorema de Almodóvar' (ed. Seix Barral), obra que parece mantener más puntos de contacto con 'La piel que habito' que la novela de Thierry Jonquet ('Tarántula') que sirve de punto de partida a la película. Cuando Casas Ros habla de belleza, probablemente no se esté refiriendo a la estética, sino, precisamente, a lo mismo a lo que aludía Katerina Bilova en Hable con ella: a la complejidad, a la posibilidad de trascender ese horror a través de la fascinación por sus matices, sus fragilidades. Pero, sí, también la forma de 'La piel que habito' es exquisita, un ejercicio de aplomo y alta seguridad en el delicado arte de detectar la armonía en lo irreconciliable. En sus notas más extravagantes –el plano final o la aparición de Zeca (Roberto Álamo)– es donde la película encuentra la medida de su grandeza.

El cóctel de géneros no parece la estrategia premeditada, astuta y posmoderna de un mad doctor cinéfilo, sino la respiración natural de una obra que absorbe diversos ecos ('La piel que habito' podría ser la summa de toda la tradición irracional del medio), fija la esencia almodovariana y ahonda en su gran tema: la ley del deseo como fuerza redentora y camino de autodestrucción.

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