La Virgen De Los Sicarios: Análisis Del Lenguaje Cinematográfico
Enviado por gabrielr7 • 5 de Abril de 2015 • 1.228 Palabras (5 Páginas) • 380 Visitas
La virgen de los sicarios
Contraste entre el lenguaje literario y el fílmico
“Jugué mi corazón al azar y me lo ganó la Violencia”, dice Arturo Cova en “La Voragine” y ésta declaración parece flotar y permear toda la historia de “La virgen de los sicarios”. Una historia de amor atravesada por un río de sangre, un afán exterminador, un nihilismo que rechaza todos los valores cristianos, que desprecia la vida y el tiempo: un amor por lo efímero y por el silencio —fugaz silencio encarnado en la figura del sicario, ángel de muerte, niño eterno que acalla voces y cierra historias para terminar abierto en canal como una bella pieza de museo profanada. Fernando, el protagonista, se sumerge en la ciudad hasta sus bajos fondos, se zambulle guiado por Alexis, por las calles de una Medellín caótica, posterior a la muerte de Pablo Escobar, para ofrecernos una visión cercana y humana del fenómeno del sicariato: el negocio de la muerte. Las comunas son esa selva, ese infierno que lo llama a sus fauces para devorarlo. Pero este personaje no es Arturo Cova, es un ser sosegado, sin valentía, resentido. Un viejo que saborea el último suspiro de erotismo, de sensualidad y que pese a su intención manifiesta de morir, se aferra a la vida acercándose a un joven que representa lo opuesto a ésta: un asesino.
Sin embargo, el tono imponente e irreverente de la novela se pierde en la adaptación cinematográfica. La filosofía del narrador sólo aflora en un par de chispazos intermitentes cuando se enfrenta al ruido de la ciudad, a su mezquindad y violencia. El desarraigo y la desesperanza de no encontrar rastro alguno en la ciudad del esplendor mítico de su niñez, no son palpables en la adaptación y cuando lo intenta no está bien logrado. La poesía encabronada de Vallejo, su memoria juguetona e irrespetuosa del tiempo lineal, no encuentra, en el relato fílmico, una forma de expresarse: la narración que propone Schoreder va en una sola dirección, sin giros, sin sobresaltos, expedita hacia un final sin sorpresas, solemne y discreta como un obituario. La mirada dolorosa de un colombiano en el exilio hacia su pasado y sus orígenes en contraste con la mirada curiosa de un extranjero.
La carga autobiográfica y confesional que tiene la novela no está presente en la película. El narrador, en el relato literario, se confiesa, se desahoga ante un interlocutor indeterminado —quizás un espejo, quizás un diario—. Recuerda aquella última vez que amó. El narrador en primera persona es, al traducir la obra al lenguaje cinematográfico, remplazado por un narrador omnisciente que nos presenta los personajes a través de diálogos. Se extraña la voz en off pero hay que admitir que los diálogos son un acierto; los protagonistas interactúan y el lenguaje “del bajo mundo” paisa, dota de verosimilitud al relato y aunque no consigue construir un personaje complejo en ningún caso, la violencia, la muerte como negocio y la ciudad quedan retratados de manera certera.
La división en cuanto a la iluminación (claro- oscuro) dan cuenta de una intensión por rescatar elementos presentes en la novela: las iglesias, en su interior, son lugares oscuros y tétricos, representando así, la relación amor-odio que el protagonista tiene con la religión: algo heredado, como un vicio, una enfermedad que debe extirpar de su ser. La presencia de tonos azules en los espacios interiores y el colorido de los exteriores (atiborrados de elementos decorativos, de caos, de ruido) se pueden interpretar como la relación que vive Fernando con su pasado, su personalidad turbada enfrentada con la Medellín que encuentra al volver de su exilio. Una ciudad
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