Nada De Verdad
Enviado por quenodigo • 5 de Marzo de 2014 • 2.393 Palabras (10 Páginas) • 176 Visitas
En la época clásica en Esparta la mujer gozaba de cierta libertad e importancia social, pues la vida militar de los hombres hacía recaer en ellas las obligaciones domésticas, el cuidado de los esclavos y la supervisión de los trabajos agrícolas. Sus costumbres gimnásticas y sexuales escandalizaban a los demás griegos, que no estaban acostumbrados a que las mujeres tuvieran tanta libertad de acción.
En Jonia, donde, al contacto con los pueblos bárbaros, la tradición no era tan fuerte y las costumbres habían evolucionado más, la mujer, aún dentro de la organización patriarcal, tenía un mínimo de independencia y de cultura, según se desprende de la poesía y de los testimonios literarios.
Pero en Atenas la situación era mucho más desfavorable para la mujer. Toda su vida tiene un tutor que la representa jurídicamente y jamás puede ser cabeza de familia según los principios del patriarcado.
Al nacer tiene muchas más posibilidades que los varones de ser expuesta, y el único derecho que tiene es el de la dote que su padre le dará al esposo. La mujer nunca puede heredar, excepto a falta de otros herederos masculinos, y en ese caso la epicleros está obligada a casarse con uno de los parientes colaterales para que la familia no se interrumpa.
El matrimonio lo concierta el padre tan pronto como la hija llega a la pubertad, normalmente a los quince años, y por lo general había bastante diferencia de edad entre los esposos. Mayor eraa aún la diferencia cultural, pues la mujer no acude a la escuela y sólo conoce las labores domésticas (Jenofonte en su Económico retrata perfectamente esta situación). Ante el marido no tiene más defensa que el abandono de la casa en caso de malos tratos.
Nos encontramos pues, con una mentalidad que ve en la mujer casada a la madre de familia y a la administradora del hogar. Vive encerrada en la casa, en el gineceo, y está mal visto que salga excepto para las fiestas religiosas, funerales, etc. Este encierro entraña una desconfianza basada en el tópico de la debilidad femenina, más vulnerable que el hombre frente a la pasión por su menor capacidad de autodominio. Por eso la virtud que se predica para ella es la sotrosyne, ideal que expresa Pericles en su discurso fúnebre: una mujer debe tratar de que los hombres no hablen de ella ni para bien ni para mal.
De esta manera hombres y mujeres viven vidas distintas y separadas. No participan juntos de los momentos placenteros, y faltan casi completamente oportunidades para el trato entre solteros de distinto sexo, e incluso el trato entre los esposos era mínimo. En definitiva, las relaciones sociales y el diálogo eran privilegio, casi exclusivo del género masculino.
El único tipo de mujer que encontramos en Atenas con cierta autonomía personal es la hétera. Frecuenta los banquetes y la sociedad de los hombres y tiene con frecuencia un nivel cultural y una personalidad superior a la de la esposa ateniense. El trato con ellas no está generalmente mal visto, y algunas como la famosa Aspasia, gozaron de gran prestigio en los círculos elevados.
Conviene señalar que este panorama que se acaba de expresar, se refiere a la mujer de clase media y alta, nada sabemos sobre la mujer de clase baja, aunque es de imaginar que, por imperativos económicos y sociales, su libertad de movimientos fuera mayor al tener que colaborar en el trabajo del campo, acudir al mercado a vender y comprar, o ejercer algún oficio: nodriza, partera, etc.
La razón de por qué los atenienses fueron tan dados a la sospecha y de que estuvieran siempre dispuestos a pensar lo peor de cualquier mujer puede ser doble: las creían más débiles y por eso las despreciaban, o bien las consideraban más fuertes y las temían por ello. Los poemas homéricos y la mitología, apuntan más bien a lo segundo, poniendo de manifiesto que los griegos consideraban a las mujeres incapaces de no ejercer sus encantos sexuales y creían que siempre los resultados serían catastróficos, independientemente de que la mujer lo buscara deliberadamente o actuara con ignorancia ciega. El análisis psicológico del mito nos descubre un miedo sumergido en el subconsciente: la creencia en el insaciable apetito sexual de la mujer. Esta idea puede remontarse al siglo VII, época del poema hesiódico Melapondia en el que en el mito de Tiresias se afirma que la mujer experimenta en el acto sexual diez veces más placer que el hombre, lo cual va contra la creencia popular y se contradice con la supuesta virtud femenina de la sofrosyne, básicamente “moderación sexual”. Nada podría ser una afirmación más clara de la idea de que las mujeres sólo pueden ser dominadas por la fuerza bruta, una solución que el hombre adopta consciente de su propia debilidad y por miedo al otro sexo.
Lo mismo se conserva en mitos como el de Pandora, las Amazonas, Deyanira, la seducción de Anquises en el Himno a Afrodita, etc.
Por eso, Hestia y Atenea poseían un especial atractivo para los hombres griegos, al igual que la Madre de Dios para los ortodoxos de hoy en día, que se explica por el miedo del “macho mediterráneo” a la mujer y a la consideración del sexo como una trampa. Así Atenea/la Virgen sublimarían una mujer que pueda satisfacer sus necesidades emocionales sin exponerse a la tentación y peligro que supone el sexo. Además Atenea es una diosa guerrera, una ocupación propia de hombres, y su preferencia por el género masculino está patente en su juicio de Orestes en el Aerópago. De tal forma que, la actitud de los griegos hacia las mujeres, como se desprende de estos mitos analizados, proviene del miedo a la sexualidad.
LAS MUJERES EN LA OBRA DE EURÍPIDES.
Desde la propia antigüedad, desde los tiempos mismos de Eurípides, sorprendió la abundancia de personajes femeninos en sus obras, pero sobre todo, el tratamiento tan novedoso. En efecto, ninguno de los otros dos grandes trágicos, pese a presentar también grandes heroínas en escena (pensemos en la Clitemnestra y la Electra de Esquilo, en Las Suplicantes del mismo autor, o en las tres famosas heroínas de Sófocles, Antígona, Electra y Deyanira), suscitó comentarios especiales. El ideal es que la tragedia debe representar modelos ejemplares. Las mujeres de Sófocles y Esquilo responden al ideal tradicional, no ofrecen conflicto: o bine se limitan a gemir y llorar entorpeciendo los planes de varón o bien usurpan decididamente el papel que está asignado al hombre, como Clitemnestra, la mujer andróboulos, que piensa y decide como un varón, de la obra de Esquilo.
Las heroínas de Sófocles, en cambio, son más sutiles, aunque bajo las apariencias, las señales están más claras. Sus propios nombres las delantan: Electra,
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