Con esta frase fuimos educados y asumimos que la letra entraba con algún tipo de sacrificio físico

Con esta frase fuimos educados y asumimos que la letra entraba con algún tipo de sacrificio físico. A todos, en mayor o menor medida, nos ha llegado un tirón de orejas, un cocacho, un cinturonazo, un reglazo, un lak’aso, un zapatazo, un… escójase el tipo de pena que sufrimos desde nuestra temprana edad hasta nuestra adolescencia. Nuestro paso a la mayoría de edad estaba sujeto siempre a esa amenaza de algo punitivo físico.

Todos los hombres deberíamos sobrellevar la burla, el abuso y el golpe de los sargentos, cabos, tenientes, subtenientes y demás rangos. Todos deberíamos aceptar que el Ejército era el lugar donde nos hacían Hombres y esto contradecía con el ser humano sensible y solidario. Aquel que lagrimeaba o daba muestra de dolor evidente era calificado de maricón, afeminado, mujercita y todo lo asociado con el género obviamente dentro de esa cultura, débil.

Esta manera de ver la vida ha ido con suerte cambiando y el palo se ha trocado en el grito, en el castigo sin algo, sin salir, sin postre, sin… escójase el sin también.

Esta cultura punitiva está representada en prácticamente todas las áreas de educación, de estructura social y de vida cotidiana.

Las nuevas leyes que se perfilan como motores de cambio en una sociedad que se anquilosó en sus propias rúbricas culturales todavía tienen el motor esencial punitivo.

La nueva ley contra el racismo, la legislación contra el alcohol y el conducir y otras leyes no plantean la educación y la nueva adaptación a las nuevas estructuras que se están generando.

El lenguaje sigue siendo el mismo. Castigo a los infractores, puñetazos a los que rompen la norma. No hay parte alguna de las legislaciones que diga específicamente que se aplicará la ley dentro de tiempos establecidos y tomen un tiempo prudencial para la propagación de la nueva ley. Una vez que se haya concientizado a la gente, entonces aplicar la sanción de la ley con toda su fuerza.

Los padres que pegan a sus hijos deben tener un tiempo para aprender que lo punitivo no es la respuesta y los militares deben romper su lenguaje grosero y sus malos tratos dentro de plazos específicos una vez que se sepa de qué va la legislación que hará de nuestras relaciones más humanas y dentro de marcos de convivencia en igualdad y sin abusos.

Quienes pegan a su pareja sepan que no le están mostrando ni amor ni cuidado, que es un abuso a su naturaleza y a su humanidad. Quienes en los colegios pegan o castigan o utilizan lenguaje soez y denigrante deben saber que así no mejoran los niveles de aprendizaje. Los generales que incentivan la estructura disciplinaria deben saber que con injurias y desmanes no logran un mejor contingente militar.

Todo esto debe tener un proceso de reeducar a todos. Y luego la aplicación de la ley tiene sentido.

El autor es economista

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