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EL PROBLEMA DE LAS EXPECTATIVAS POLARIZADAS: "EL TURISMO ACABÓ CON MARGARITA" Vs. "EL TURISMO ES EL FUTURO DE MARGARITA"


Enviado por   •  9 de Abril de 2013  •  2.144 Palabras (9 Páginas)  •  533 Visitas

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EL PROBLEMA DE LAS EXPECTATIVAS POLARIZADAS: “EL TURISMO ACABÓ CON MARGARITA” Vs. “EL TURISMO ES EL FUTURO DE MARGARITA”

En la época prehispánica, la Isla de Margarita basó lo esencial de su actividad económica en faenas asociadas a la riqueza de los mares. Afirma Luis Alfaro Salazar que “Dadas las características del medio, la actividad económica más importante de los guaiqueríes la constituyó la pesca, de donde obtenían la carne básica para el consumo diario así como para salarla y conservarla para uso futuro y para el trueque con las poblaciones de las costas orientales y del litoral central. Además de este pescado salado, la rica fauna marina paraguachoense, le proporcionaba perlas, sal e insumos para fabricar harina de pescado que incluían en ese trueque”[1].

Con la llegada de los españoles en 1498, el mar siguió siendo el escenario económico por excelencia; entonces, en las primeras décadas del siglo XVI, los placeres perleros de Cubagua fueron explotadas con furiosa intensidad hasta su virtual agotamiento y el consecuente desplazamiento de los codiciosos e impacientes conquistadores -todavía no eran colonizadores- hacia Río Hacha[2].

Además de perlas, también se pescaban peces y otras especies marinas. La agricultura también progresaba en los pequeños, pero fértiles, valles de la Isla: Santa Lucía, Arimacoa, Tacarigua, San Juan, Espíritu Santo. Junto a estas actividades bullía el comercio de cabotaje, y el contrabando, en ágiles embarcaciones que tripulaban hábiles marinos.

Este perfil de desarrollo económico -aún en medio de las graves perturbaciones ocasionadas por la irrupción de Lope de Aguirre en 1561; por las incursiones filibusteras y corsarias de los siglos XVI y XVII[3]; y por la guerra de la independencia- se mantuvo hasta bien entrado el siglo XIX.

Sin embargo, ya para finales de ese siglo XIX, tales actividades ya no eran suficientes para sostener el empuje demográfico de la población local y los margariteños se veían impelidos a buscar otros horizontes en tierra firme y en otras islas antillanas. Utilizando un concepto anacrónico por anticipación, podríamos decir que en aquella época la capacidad de carga había sido superada.

Los movimientos poblacionales aumentaban de intensidad en las épocas de las recurrentes sequías. Por falta de agua, por ejemplo, a comienzos del siglo XX se produjeron dos importantes corrientes migratorias. Régulo Hernández, cronista del Municipio García, las denomina “La Diáspora Verde” y “La Diáspora Negra”. La primera, la verde, aventó hacia los caños del Delta a un contingente importante de margariteños. La segunda, la negra, sembró a los margariteños como la semilla genesíaca de los pueblos del petróleo: El Tigre, Cabimas, Punto Fijo[4].

La condición de región de emigración se revirtió pasada ya la segunda mitad del siglo XX. A partir de esa época, los margariteños pudieron quedarse en su terruño; pero además, muchas personas, desde Venezuela continental, y desde otras latitudes, vinieron y se quedaron.

El punto de inflexión que marca el cambio en la tendencia emigratoria puede encontrarse en los años sesentas en algún momento comprendido entre la construcción del acueducto submarino y el establecimiento del servicio regular de Ferrys. Casi inmediatamente, la Zona Franca y el Puerto Libre completaron las condiciones que terminaron de consolidar a Margarita como un poderoso polo de atracción para los negocios, para los turistas y, naturalmente, para los ciudadanos, nativos y navegados, deseosos de anclar y echar raíces en busca de mejores niveles de vida. Esa fue la época en la cual el turismo como fenómeno económico y, en especial, como hecho social -en el sentido que Durkheim asigna a esta expresión- se constituye en implacable realidad que ha condicionado, desde entonces y hasta el presente, el ritmo y las expresiones concretas de la vida social neoespartana.

Ha transcurrido medio siglo desde entonces y, desde la perspectiva histórica, para nuestra región los efectos de la explosión del turismo pueden compararse -evidentemente, salvando las distancias- con los efectos que tuvo sobre la sociedad venezolana la poderosa explosión, en Cabimas, del Barroso. Para Venezuela todo fue distinto después del Barroso, para Margarita y Coche todo ha sido distinto después del turismo.

En nuestras Islas, muchas de las cosas que han sido distintas, lo han sido para bien; pero muchas otras han cambiado para mal. Del lado del saldo positivo podemos destacar lo que ya hemos mencionado más arriba: la multiplicación de las oportunidades de empleo que evitan a los neoespartanos la dura experiencia de la búsqueda de oportunidades de realización personal en lugares que nos separan de la familia y de la querencia.

Del lado del saldo negativo, se pueden constatar en muchos lugares de la Isla las huellas desfigurantes de la ocupación irrespetuosa y destructiva del borde costero. Guaraguao, Bella Vista y El Morro, por ejemplo, son playas que cedieron ante moles de concreto que anclan sus fundaciones en el lugar que antes pertenecía a balandras y tres puños. En Porlamar, “La Ciudad Marinera”, el paisaje marino fue secuestrado.

Desafortunadamente, no fue solo Porlamar el único espacio geográfico afectado; ni tampoco la geografía la única dimensión afectada. También nuestra forma de ser, nuestras raíces culturales, nuestros modos de convivencia, fueron sacudidos en sus cimientos.

Resulta interesante destacar que las voces tempranas que alertaron sobre las consecuencias del turismo industrial en Margarita, no provinieron de la academia ni de la política, sino de la sensibilidad de sus poetas y cantores. Las primeras protestas se escucharon en la voz recia de artistas y folkloristas, como Perucho Aguirre con su “nueva dialéctica” de la canción insular, como José Ramón Vilarroel y su “Tinajón de mi Abuela”, como Domingo Carrasquero y sus muy emblemáticos “Zapatos Maqueros”.

Para 1968, Checame Rosa, el poeta de Pampatar, protesta iracundo en su poema Viaje: “Me voy. Llana, sencillamente, me marcho con el viento. Me voy porque la protesta del cangrejo no pudo descifrarse. (…) Porque hasta la piel del paisaje ha sido mercantilizada. Porque cuesta moneda hasta el último matiz de las escamas. (…) Me voy porque las rockolas se tragaron el polo con sus fauces de ballena horripilante. (…) Me voy porque la mano que ganaba una parte se extiende para pedir una propina. (…) Me voy porque la gaviota ya no me pertenece. Ni siquiera levaré el ancla en este viaje. Cortaré a ras de borda las amarras. De un manotazo soberbio romperé la choza que construyó mi amor sobre la arena, para que nuestra hospitalidad no continúe sirviendo de cartel a los vendedores del paisaje. (…) Me voy con el grito prepotente

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