LA CRISIS EN MEXICO
Enviado por ERIKAMZT • 11 de Abril de 2014 • 4.324 Palabras (18 Páginas) • 214 Visitas
LA CRISIS EN MEXICO
Daniel Cosío Villegas
Reputado escritor, historiador y economista. Fundador del Fondo de Cultura Económica, como
dirigente de revistas de historia y economía, como presidente del Colegio de México e impulsor de
los tomos de la Historia moderna de México, recibió el Premio Nacional de Letras en 1971.
México viene padeciendo hace ya algunos años una crisis que se agrava día con día; pero como
en los casos de enfermedad mortal en una familia, nadie habla del asunto, o lo hace con un
optimismo trágicamente irreal. La crisis proviene que las metas de la Revolución se han
agotado, al grado de que el término mismo de revolución carece ya de sentido. Y, como de
costumbre, todos los grupos políticos continúan obrando guiados por los fines más inmediatos,
sin que a ninguno parezca importante el destino final del país.
¿Cuál eran las metas de la Revolución, cuándo se agotaron y por qué, son las primeras
cuestiones que debieran abordarse para entender la crisis y, sobre todo, medirla?
La Revolución Mexicana nunca tuvo un programa claro, ni lo ha intentado formular, ahora, in
articulo mortis, aun cuando el día de mañana, post mortis, habrá muchos programas, sobre
todo los expuestos e interpretados por escritores conservadores. Algunas metas o tesis,
empero, llegaron a establecerse, siquiera en la forma simplista a que conduce la mera
repetición. Además, como en todo proceso histórico de alguna duración, no todos los
propósitos iniciales se han conservado hasta el fin; por el contrario, algunas de esas metas
fueron debilitándose y en cierto momento dieron paso a otras nuevas –unas principales y
otras secundarias- y, en consecuencia, más vigorosas. Esta yuxtaposición de metas ha hecho
aún más confuso el proceso ideológico de la Revolución, pues las tesis nuevas no
reemplazaron a las antiguas, sino que coexistieron, al menos en la forma; y luego, al lado de
tesis realmente fundamentales, aparecieron designios de una magnitud y de una importancia
menores.
En todo caso, una de las tesis principales fue la condenación de la tenencia indefinida del
poder por parte de un hombre o de un grupo de hombres; otra, la de que la suerte de los más
debía privar sobre la de los menos, y que para mejorar aquella el gobierno no sólo no podía ser
pasivo, sino que debía ser activo; en fin, que el país tenía intereses y gustos propios por los
cuales debía velarse, y, en caso de conflicto, hacerlos prevalecer sobre los gustos e intereses
extranjeros. La reacción contra el régimen político porfirista y su derrocamiento final, fueron la
meta primera; dentro caen la reforma agraria y el movimiento obrero; en la tercera, el tono
nacionalista que tuvo la Revolución al exaltar lo mexicano y recelar de lo extranjero, o
combatirlo con franqueza. Algunos pondrían entre las tesis principales de la Revolución la
necesidad de una acción educativa vigorosa por parte del Estado, si bien ha sido notoriamente
más débil e inconsistente que las tres anteriores.
Esas tesis parecen hoy lugares comunes, y candorosos, por añadidura; lo son para los
poquísimos que siguen creyendo en ella, y más, por supuesto, para quienes las admitirán en el
papel impreso de un libro, pero nunca en la realidad histórica de México. En su tiempo, sin embargo, no solo fueron novedades, sino que correspondían tan genuina y tan hondamente a
las necesidades del país, que desviaron la ruta de éste durante más de un cuarto de siglo, y
pueden cambiarla todavía hasta completar la media centuria…
Por qué y cuándo se agotó el programa de la Revolución Mexicana es un capítulo muy
doloroso de nuestra historia; pues no sólo el país ha perdido su impulso motor sin lograr hasta
ahora sustituirlo, sino que este fracaso es una de las pruebas más claras a que se ha sometido
el genio creador del mexicano… y las conclusiones, por desgracia, no pueden ser más
desalentadoras.
Desde luego, echemos por delante esta afirmación: todos los hombres de la Revolución
Mexicana sin exceptuar a ninguno, han resultado inferiores a las exigencias de ella; y sí, como
puede sostenerse, éstas eran tan modestas, legítimamente ha de concluirse que el país ha
sido incapaz de dar en toda una generación nueva un gobernante de gran estatura, de los que
merecen pasara a la historia. Lo extraordinario de esos hombres, y desde luego, en magnifico
contraste con los del porfirismo, parecía ser que, brotando, como brotaban, del suelo mismo,
construirían en el país algo tan grande, tan estable y tan genuino como todo cuanto hunde sus
raíces en la tierra para nutrirse de ella directa, honda, perennemente. Si la Revolución
Mexicana no era, al fin y al cabo, sino un movimiento democrático, popular y nacionalista,
parecía que nadie, excepto los hombres que la hicieron, la llevarían al éxito, pues eran gente
del pueblo, y lo habían sido por generaciones. En su experiencia personal y directa estaban
todos los problemas de México: el cacique, el cura y el abogado; la soledad, la miseria, la
ignorancia,; la bruma densa y pesada de la incertidumbre, cuando no el sometimiento cabal.
¿Cómo no esperar, por ejemplo, que Emiliano Zapata pudiera hacer triunfar una reforma
agraria, él, hombre pobre, del campo y de un pueblo que desde siglos había perdido sus tierras
y por generaciones venía reclamándolas en vano? El hecho mismo de que los hombres de la
Revolución fueran ignorantes, el hecho mismo de que no gobernaran por la razón sino por el
instinto, parecía una promesa, quizás la mejor, pues el instinto es más certero, aun cuando la
razón más delicada.
Lo cierto es lo que antes se dijo: todos los revolucionarios fueron inferiores a la obra que la
Revolución necesitaba hacer: Madero destruyó el porfirismo, pero no creó la democracia en
México; calles y Cárdenas acabaron con el latifundio, pero no crearon la nueva agricultura
mexicana. ¿O será que el instinto basta para destruir pero no para crear? A los hombres de la
Revolución puede juzgárseles ya con certeza, afirmando que fueron magníficos destructores,
pero que nada de lo que crearon para sustituir a lo destruido ha resultado indiscutiblemente
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