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La vida moderna exige un completo dominio de la escritura


Enviado por   •  1 de Agosto de 2013  •  Tesis  •  1.520 Palabras (7 Páginas)  •  1.007 Visitas

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La vida moderna exige un completo dominio de la escritura. ¿Quién puede

sobrevivir en este mundo tecnificado, burocrático, competitivo, alfabetizado y altamente

instruido, si no sabe redactar instancias, cartas o exámenes? La escritura está arraigando,

poco a poco, en la mayor parte de la actividad humana moderna. Desde aprender

cualquier oficio, hasta cumplir los deberes fiscales o participar en la vida cívica de la

comunidad, cualquier hecho requiere cumplimentar impresos, enviar solicitudes, plasmar

la opinión por escrito o elaborar un informe. Todavía más: el trabajo de muchas personas

(maestros, periodistas, funcionarios, economistas, abogados, etc.) gira totalmente o en

parte en torno a documentación escrita.

En este contexto escribir significa mucho más que conocer el abecedario, saber

«juntar letras» o firmar el documento de identidad. Quiere decir ser capaz de expresar

información de forma coherente y correcta para que la entiendan otras personas. Significa

poder elaborar:

· un curriculum personal,

· una carta para el periódico (una/dos hojas) que contenga la opinión personal

sobre temas como el tráfico rodado, la ecología o la xenofobia,

· un resumen de 150 palabras de un capítulo de un libro,

· una tarjeta para un obsequio,

· un informe para pedir una subvención,

· una queja en un libro de reclamaciones,

· etc.

En ningún caso se trata de una tarea simple. En los textos más complejos (como

un informe económico, un proyecto educativo y una ley o una sentencia judicial), escribir

se convierte en una tarea tan ardua como construir una casa, llevar la contabilidad de una

empresa o diseñar una coreografía.

La formación que hemos recibido los autores y las autoras de estos textos es

bastante escasa. La escuela obligatoria y el instituto ofrecen unos rudimentos esenciales

de gramática que no pueden cubrir de ninguna manera las complejas y variadas

necesidades de la vida moderna. Más allá, sólo los estudios especializados de

periodismo, traducción o magisterio contienen, y de forma más bien limitada, alguna

asignatura suelta de redacción. Incluso los escritores potenciales de literatura creativa

tienen que conformarse estudiando filología (que enseña más a leer que a escribir)

porque no hay equivalente de las Bellas Artes o del Conservatorio de Música en el campo

de las letras.

¿Y el resto de personas que desempeñamos nuestra profesión con la escritura? ¿Y

los ciudadanos y ciudadanas que tenemos que ejercer los derechos y deberes sociales?

¿Los abogados, psicólogos, ingenieros, físicos, políticos, etc., que escribimos en nuestro

trabajo, dónde y cómo aprendemos a hacerlo al nivel que se nos exige? Terminamos por

formarnos exclusivamente en nuestra profesión, en nuestra área específica de

conocimiento, y permanecemos indefensos ante un papel en blanco. Si no nos las

ingeniamos por nuestra cuenta, nos quedamos para siempre con las cuatro reglas

escolares de ortografía.

En algunos casos esta carencia llega a comprometer el ejercicio profesional. Forma

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y fondo se interrelacionan de tal manera que los defectos de redacción dilapidan el

contenido. ¿Cuántas veces has tenido que esforzarte para entender la letra pequeña de

un contrato o de una ley, que se supone que deberíamos comprender con facilidad? ¿No

te has encontrado nunca discutiendo el significado de ambigüedades no premeditadas en

un documento? ¿Te has enfrentado alguna vez a artículos de reputados especialistas

que, por la impericia de su prosa, resultan indigestos e incluso difíciles de cornprender?

En general, la formación en escritura que la mayoría de usuarios poseemos es

fragmentaria, o incluso bastante pobre. Lo prueba la larga lista de prejuicios de todo tipo

que nos estorban. Muchas personas creen que los escritores nacen; que no se puede

aprender a redactar; que no hay técnica ni oficio en la escritura y que, por lo tanto, no se

puede enseñar ni aprender de la misma manera que un aprendiz de carpintero aprende a

montar armarios. La escasa preceptiva que pueda conocerse se envuelve en una auréola

de secretismo. Se acuñan y aplauden expresiones opacas como estar inspirado o tener

mucha maña. Incluso la palabra escritor/a sugiere un misterio y un prestigio inmerecidos y

se utiliza en un sentido muy distinto al de sus equivalentes lector o hablador: cualquier

persona puede ser un lector, un hablador, pero... ¿a quién nos referimos cuando decimos

de alguien que es escritor?

En estas circunstancias, el libro que tienes en las manos pretende ayudar a las

personas que tengan que escribir. La cocina de la escritura es un manual para aprender a

redactar. Un buen plato de pato a la naranja conlleva horas de trabajo y la sabiduría de

toda una tradición culinaria. Del mismo modo, una carta, un cuento o un informe técnico

esconden el intenso trabajo del autor y una larga preceptiva sobre comunicación impresa.

Autores y autoras trajinamos ante el papel como un chef en la cocina: limpiamos la vianda

de las ideas y la sazonamos con un poco de pimienta retórica, sofreímos las frases y las

adornamos con tipografía variada.

Me gustaría que este libro fuera una cocina abierta para todos los aprendices de

escritura. Escritoras y escritores: ¡Ven! ¡Entra! ¡No te quedes en el comedor!

...

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