PLAN DE TRABAJO DEL SISFOH
Enviado por gefelucantor • 12 de Abril de 2013 • 915 Palabras (4 Páginas) • 685 Visitas
LOS LIMONES DEL MERCADO
Es un miércoles caluroso, sí, en verdad sofocante. La ciudad hierve y
es peor en el mercado. Claro, ahora “el mercado del pueblo” tiene otra
dimensión, pues los han esparcido hacia los cuatro ángulos de Huaraz.
El mercado se comienza a llenar desde muy temprano. Las tiendas
comerciales son eclipsadas por las carpas amarillas, verdes, azules, rojas,
no falta ningún color; que las gentes del Callejón de Huaylas van colocando
en las calles, sólo así pueden sobrevivir a la miseria. Hay gente joven,
algunos ancianos, también niños y hasta madres con sus lactantes; todos
permanecen junto a sus carpas, el estío y el invierno les son indiferentes. Se
sientan, y siguen esperando las pocas monedas que ganaran este día.
●¡Abuso! ¡Abuso! ¡Tenemos que comer! –gritan los comerciantes,
cuando los serenos arremeten con violencia contra ellos.
Hace unas semanas hubo más luchas, y hasta un muerto, sin embargo,
nadie desiste. Muchos han marchado como hormigas a Pedregal, otros han
bajado hasta el margen del río Santa, y con ellos se fueron las carpas del
mercado; pero aún quedan muchos en la parada, son los que luchan contra
los serenos. El pueblo no se rinde.
●¡No pueden vender aquí! ¡Lárguense a los cerros! –gritan los serenos,
a los restantes de la lucha, hoy tal vez no usen sus macanas; pero el
abuso sigue en una ciudad olvidada en el cielo.
Aurelio ha comenzado a conocer el mercado. Es el mayor de cinco
hermanos, pero aún no cumple la mayoría de edad. Su madre no puede
acompañarle debido al prolapso que padece, pero antes de mandarle a
trabajar le dijo: <<El mercado es muy grande, nunca se llena. >> Eso es
precisamente lo que no entiende el alcalde, que le dice a los ambulantes: <<
¡Váyanse!, pongan sus negocios en el nuevo mercado, no ensucien más la
ciudad. >> Pero aunque construya un mercado más grande, siempre habrá
lugar para los nuevos en la parada.
Los últimos disturbios en la parada asustaron mucho a Aurelio. El humo
de las bombas lacrimógenas lo cogió desprevenido, no entendía el peligro y
por eso lo tuvieron que sacar en hombros, mientras lloraba y gritaba de dolor.
Los demás ambulantes lo acogieron entre sus pancartas y palos, y todos
gritaban de continuo: << ¡Corruptos! ¡Malditos!... >>
“¡Aurelio carnero! ¡Cara de perro!”
Aurelio aún no olvida los apodos que tuvo en el colegio. Carga en su
espalda con todos esos insultos, por eso camina encorvado cuando trabaja
en el mercado; pero ya nadie de su colegio lo reconocería, pues no existen
diferencias en las caras de los pobres, todos tienen las mismas llagas en el
rostro, el mismo olor a miseria, y el hondo brillo en sus pupilas que suplican
por un mañana mejor.
Con esa solidaridad que une a los ambulantes, le llego a Aurelio su
carretilla de llanta de caucho, y con ella vende los limones que don Agustín le
da cada semana,
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