ALTERACIONES DE LA PERCEPCION.
Enviado por martyori • 25 de Diciembre de 2016 • Monografía • 13.134 Palabras (53 Páginas) • 740 Visitas
Índice
INTRODUCCIÓN………………………………………………………………..……………..3
CAPÍTULO I 4
ALTERACIONES CUANTITATIVAS 4
CAPÍTULO II 5
ALTERACIONES CUALITATIVAS 5
CAPÍTULO III 7
IDENTIFICACIONES O SIGNIFICACIONES ANÓMALAS 7
ILUSIONES PERCEPTIVAS 7
CAPÍTULO IV
TEORÍAS PSICOLÓGICAS SOBRE LAS ALUCINACIONES
CAPÍTULO V 22
ESTUDIOS EXPERIMENTALES SOBRE LAS ALUCINACIONES
Investigaciones sobre calidad y cantidad de estimulación ambiental
Sustancias psicoactivas
Sugestión
Estudios sobre las imágenes mentales
CAPÍTULO VI 25
PSEUDOPERCEPCIONES O IMÁGENES ANÓMALAS
Imágenes hipnopómpicas e hipnagógicas
Imágenes alucinoides
Imágenes mnémicas
Imágenes consecutivas o postimágenes
Imágenes parásitas
CAPÍTULO VII …….……………………………………………………………………....… 27
GUÍAS PARA EL DIAGNÓSTICO DE LAS EXPERIENCIAS ALUCINATORIAS 27
CAPÍTULO VIII
CÓMO Y DÓNDE APARECEN LAS EXPERIENCIAS ALUCINATORIAS 30
CONCLUSIONES…………………………………………………………………………….35
BIBLIOGRAFÍA………………………………………………………………………………..37
DEDICATORIA
Este trabajo va dedicado a la personas en general para que se mantengan informados y conozcan el tema que se llega a tratar en el presente trabajo, tema interesante y controversial; que muy pocas personas lo conocen a fondo.
INTRODUCCION
El presente trabajo está diseñado de forma práctica y sencilla para comenzar a conocer un poco sobre las alteraciones de la percepción.
La percepción es la manera en la que el cerebro de un organismo interpreta los estímulos sensoriales que recibe a través de los sentidos para formar una impresión consciente de la realidad física de su entorno.
También describe el conjunto de procesos mentales mediante el cual una persona selecciona, organiza e interpreta la información proveniente de estímulos, pensamientos y sentimientos, a partir de su experiencia previa, de manera lógica o significativa.
Las psicopatologías de la imaginación y las de la percepción constituyen temas centrales para la investigación psicopatológica, además de representar en algunos casos, SIGNOS casi inequívocos de trastorno mental.
Las razones son varias, por un lado porque los fenómenos que abarcan, como por ejemplo las alucinaciones, suelen ser llamativos y extraños, por otro porque en muchos casos estos fenómenos conllevan anomalías en una de las habilidades mentales más complejas y discutidas: la imaginación.
Y por último, porque se entrelazan, además de con la imaginación, con uno de los procesos o funciones mentales más importantes para la supervivencia y la adaptación de los seres vivos, la percepción.
CAPITULO I
ALTERACIONES CUANTITATIVAS
Disestesia
Término general para cualquier alteración de la sensibilidad. En medicina suele referirse a la propiocepción (autosensibilidad o percepción del cuerpo), casi siempre con significado de percepción anormal, molesta o dolorosa.
Hiperestesia o percepción acentuada
Es un aumento exagerado de la intensidad de la sensación ante un estímulo perceptible real, pudiendo llegar a superarse el umbral doloroso. Puede afectar al procesamiento de la información proporcionada por cualquiera de los sentidos. Aparece en numerosos procesos orgánicos (migraña, toxemias, “resaca”), así como en algunos trastornos neuróticos, depresivos y maniáticos, siendo más raras pero no imposibles en las psicosis esquizofrénicas, en cuyo caso suelen coexistir con hipoestesias. En los estados profundos de hiperconcentración (artistas, estudiosos, etc.) hay una hiperestesia para cuanto entonces resulta de interés para el sujeto, y una hipoestesia para todo lo demás.
Hipoestesia o percepción embotada
Opuesta a lo anterior. Puede deberse también a diversas causas orgánicas. En cuanto a las hipoestesias determinadas por un mecanismo psíquico, se presentan en determinadas circunstancias patológicas: ansiedad, estrés, hiperconentración (hipoestesia para lo ajeno al objeto focalizado), trastornos neuróticos, personalidades sensitivas y estados depresivos. Tradicionalmente, han llamado la atención la anestesia o analgesia de algunos individuos normales sometidos a tortura, las de la conversión histérica y las analgesias que parecen concomitantes a ciertas autolesiones en esquizofrénicos.
CAPÍTULO II
ALTERACIONES CUALITATIVAS
Traslaciones o distorsiones en las cualidades de las sensaciones
Cambios en el color, su brillo o su intensidad, así como en las cualidades de los sonidos, se han descrito en las intoxicaciones con mescalina, LSD o digitálicos, y asimismo se atribuyen a las percepciones de los estados disociativos histéricos.
Metamorfopsias
Son alteraciones en la forma (dismorfopsias o dismorfias) o el tamaño de lo percibido mediante la visión (dismegalopsias, a su vez divididas en macropsias y micropsias, que no hay que confundir con las alucinaciones de nombre homólogo ya que en estas últimas no hay objeto real). Pueden referirse tanto a objetos externos como a las partes visibles del propio organismo (beautometamorfopsias). En sujetos sanos se dan en situaciones de fatiga psicofísica y en los momentos de transición sueño-vigilia, durando entonces unos pocos segundos. A juicio de Sharfetter (introducción a la psicología general, 1988), tienen valor semiológico en la esquizofrenia, la epilepsia temporal, psicosis tóxicas, otras intoxicaciones y en lesiones del lóbulo temporal.
Escisiones perceptivas
Fallos en la integración de los datos percibidos, de modo que el objeto se desintegra en fragmentos o en elementos sensoriales como si el paciente no fuese capaz de automatizar los vínculos entre sensaciones de distintas modalidad. Así, por ejemplo, un enfermo comunicará su extrañeza al percibir “como si” estuviesen separados los colores de una bandera y la forma de la misma. Se ha usado en término morfolisis cuando el fenómeno se circunscribe a la percepción de la forma separada del resto de las propiedades, que seguirían unidas, y el de metacromía cuando hay disolución de los lazos perceptivos entre la forma del objeto y su color. Es un fenómeno raro, comunicado en las intoxicaciones por psicodislépticos y también en estados disociativos y esquizofrénicos.
Sinestesia
Fenómeno que también ha recibido los nombres de aglutinación o contaminación perceptiva. Consiste en una asociación anómala entre sensaciones, de modo que la sensación percibida desencadena la percepción de otra debida a un órgano sensorial distinto. En la práctica, solo suelen ser comunicadas sinestesias acústico-visuales (ante la contemplación de los colores se percibiría, además, música) o viso-acústicas (la audición musical provocaría una cierta sensación de color). Pueden darse en ausencia de patología en individuos normales especialmente dotados para experimentarlas; también en los trastornos psíquicos debidos a alucinógenos. Se diferencian de las sensaciones anormales simultáneas porque en la sinestesia el sujeto es consciente de los aspectos del fenómeno, reales y evocados.
Alteraciones en la vivencia del tiempo
Clásicamente se describen enlentecimientos subjetivos de la percepción del fluir temporal en la melancolía, y aceleraciones en la manía. También en procesos febriles y delirium. Asimismo, algunos esquizofrénicos refieren en ocasiones alteraciones del curso del tiempo (detenciones, curso fragmentario o a saltos). A este respecto, el libro de Eugene Minkowski Le temps vécu (1933), mejor que ningún otro, logra transmitir las experiencias de los sujetos psicóticos relativas al tiempo y al espacio.
CAPITULO III
Ilusiones perceptivas
Ya desde tiempos de Esquirol (1772-1840), un médico francés considerado como uno de los padres de la psiquiatría, se distinguen las Ilusiones de las Alucinaciones. Pero… ¿A qué hacemos referencia en psicopatología cuando nos referimos a estos términos? Tanto las Ilusiones, las Paraeidolias (qué son una forma de Ilusión), como las Alucinaciones, se consideran Percepciones Engañosas. La percepción es la forma a través de la que accedemos a los objetos del mundo que nos rodea, pero como estamos hablando de psicopatología, veremos que estas percepciones en muchas ocasiones no se corresponden con el objetos que tenemos delante, o incluso, podemos percibir objetos que ni si quiera están presentes.
En las Ilusiones lo que percibimos son transformaciones de objetos que se encuentran ahí fuera. Es decir, se trata de una falsificación o deformación de una percepción real.
La percepción es uno de los procesos mentales más importantes del hombre, pero, al contrario de lo que normalmente se piensa, la percepción no es una copia literal de la realidad, sino que debemos construir esa realidad dentro de nosotros. Un ejemplo de esto es la figura de la bailarina (en este post ya se vio), es una interpretación activa de lo que captan sus sentidos. Por eso, junto a los factores sensoriales intervienen también elementos de la experiencia o subjetivos.
En el caso de las ilusiones, la anomalía que se da es una percepción errónea de un objeto observado, un ejemplo sería la ilusión de Müller-Lyer (en la foto) que por más que la miremos una y otra vez siempre llegamos a la conclusión de que la línea superior más larga que la inferior, y sólo podemos desconfirmarlo haciendo una medición. No sólo las hay visuales, también se dan en otros sentidos como cuando oímos la voz de alguien conocido entre un grupo de personas desconocidas.
Tipos de Ilusiones
Ilusiones por inatención (ilusión de acabado o del linotipista). Estas ilusiones suceden cuando se interpretan erróneamente estímulos de un campo sensorial diferente al que tenemos proyectada nuestra atención.
Ilusiones Afectivas: Donde es el componente emocional quien actúa como motor del engaño perceptivo. Por ejemplo, caminas de noche por una calle que no conoces, prácticamente no hay nadie, esta situación te genera cierto sentimiento de inseguridad y tensión. Se acerca una persona que por la escasa iluminación solo percibes sus contornos, notas que saca algo metálico del bolsillo y ves claramente un cuchillo. Das un grito de espanto, el hombre ya está cerca, él también pone cara de susto y ahora ves que realmente se trataba de la llave del portal.
Ilusiones Paraeidolias: otro tipo de ilusión, a partir de un objeto ambiguo o poco estructurado, se percibe algo distinto, que es una mezcla de lo percibido y lo fantaseado. Por ejemplo, un niño mira una nube y cree percibir un hipopótamo, o las manchas de humedad de la pared se perciben como rostros humanos.
Ilusiones oniroides: Deformación perceptivas en función del grado de conciencia en su sentido más fisiopatológico
Alucinaciones
Tradicionalmente, se ha hablado de las alucinaciones en términos parecidos a la percepción, intentando distinguirlas de las imágenes. La percepción hace referencia a una realidad objetiva y se presenta en el espacio externo a la persona que percibe. Consta de elementos sensoriales vívidos llenos de detalle y se caracterizan por su constancia. Son involuntarias y pueden modificarse. Las imágenes sin embargo poseen una cualidad subjetiva que hacen que aparezcan en el espacio interno del perceptor. Sus manifestaciones son difusas e incompletas, y se disipan con facilidad. Por último está su carácter voluntario, es decir, pueden modificarse y ser evocadas, implican una actividad deliberada. La alucinación posee características de la percepción pero con la diferencia de la ausencia de objeto externo que las desencadene. El aspecto crucial de una alucinación verdadera es que el sujeto siente que su experiencia se refiere a la realidad externa, aunque objetivamente no sea así. La clasificación habitual de las alucinaciones puede hacerse de varias formas. Una de ellas es el contenido, aunque no es de mucha utilidad ya que este es ilimitado, pues depende de las necesidades, creencias, preocupaciones, etcétera del individuo. Otra forma es la causa de la alucinación, entre las que se encuentran la enfermedad, el abuso de sustancias, las situaciones críticas, la privación sensorial...pero sin duda la más acertada es la clasificación según la modalidad sensorial en la que se presenta.
¿Qué es una alucinación? En líneas muy generales, una alucinación es una percepción falsa que aparece con carácter novedoso y en las mismas circunstancias que una percepción normal. Las alucinaciones más comunes son las visuales y las auditivas, aunque también pueden experimentarse con los otros sentidos. Para las personas con esquizofrenia es bastante común oír voces que se refieren a ellos dándoles órdenes, cuchicheando e incluso oír su propio pensamiento que «se les escapa sonando hacia fuera», de forma que todos lo pueden oír. Respecto a las alucinaciones visuales, pueden confundirse con otros eventos perceptuales parecidos a ellas más fácilmente que las auditivas, así que intentaré que las distingan proponiendo un juego. Imaginen que caminan por un desierto, llevan horas andando y no les queda agua en el zurrón. Su boca está seca, sopla el viento como si fuese fuego que quema los ojos y cada vez cuesta más respirar. Aunque el calor es denso y los pies pesan como el plomo, lo más importante para usted es conseguir agua. Sin ella va a ser imposible que sobreviva y los refuerzos no llegarán a tiempo para socorrerle. De repente, como por arte de magia, el cielo parece estar más cerca del suelo, de forma que una especie de laguna refleja los destellos que el sol emite sobre el desierto. Los ojos cansados distinguen el oasis, su salvador... La explicación más común que casi siempre se ofrece en las historias de desiertos y oasis, es la que dice que esos oasis son espejismos. Aunque haya casos en los que sea certera su existencia, lo más plausible es que los viajeros sean víctimas de un fenómeno físico de refracción de la luz. Este fenómeno consiste en que los rayos procedentes de un objeto distante se desvían, a causa de la diferencia de densidad que hay entre dos capas atmosféricas, algo que suele pasar en el desierto. Para que este espejismo fuese una alucinación y no una ilusión, tendría que pasar que no hubiera oasis en otro lugar, y que el simple deseo de agua provocase una alteración de conciencia capaz de generar una imagen de algo que no existe. Si por el contrario lo que vemos es una imagen que sabemos que está dentro de nuestra cabeza, estaremos imaginando.
I.Alucionaciones psicosensoriales
a) Alucinaciones visuales:
Se refiere a la visión más o menos clara de imágenes, que puede abarcar desde destellos, parpadeos hasta escenas y apariciones organizadas. Después de las auditivas, son las más frecuentes y se dan particularmente en los estados agudos orgánicos con obnubilación de conciencia.
b) Alucinaciones auditivas: verbales y no verbales
Comprenden toda clase de estímulos, de silbidos o golpes hasta palabras e incluso órdenes o instrucciones. El aspecto más curioso es la procedencia de la voz, pues los alucinadores pueden precisar exactamente en muchos casos cual es el lugar físico desde el que se les habla. El contenido sí que es variopinto, incluso puede tratarse de personajes históricos o ficticios que les hablan. Son características de la esquizofrenia y los estados orgánicos crónicos. El ejemplo más clásico, es el de la persona con esquizofrenia que oye las conspiraciones que ejercen contra él sus compañeros del trabajo, y que suele desencadenar serios altercados en la oficina. Se pueden dar una amplia gama de variedades en la alucinación auditiva como el eco de pensamiento, en el que el paciente oye sus propios pensamientos o los imperativos, que empujan a la persona a desarrollar acciones de todo tipo.
c) Alucinaciones olfativas y gustativas:
Tienen que ver con lo que olfatean e incluso con un olor que ellos pueden desprender. Es curioso el caso de los esquizofrénicos de mediana edad que aseguran oler un gas venenoso que es bombardeado por sus enemigos. Suele darse en personas epilépticas, depresivas y por supuesto en la esquizofrenia.
Alucinaciones gustativas suele ir asociada a la creencia delirante de que están siendo envenenados. Cuando se padecen, son comunes las sensaciones de que la comida tiene un sabor especial. Es muy propio de la esquizofrenia y la epilepsia.
d) Alucinaciones táctiles epidérmicas e hipodérmicas:
Los pacientes sienten en su piel vientos fríos, vibraciones, shocks eléctricos o sensaciones sexuales. El ejemplo más común es el del síndrome de abstinencia de la cocaína: sensación de que un insecto se arrastra por encima o por debajo de la piel del paciente. También hay pacientes que, probablemente por una mala relación con el sexo, sientan como alguien les acaricia, gustosamente o no los genitales. Se da sobretodo en estados orgánicos agudos.
Alucinaciones somáticas: abarcan sensaciones propioceptivas, de dolor o de dentro del cuerpo o la cabeza. Suceden solamente en la esquizofrenia y algunos estados orgánicos. Las personas con esquizofrenia aguda se quejan de estirones dolorosos o sensaciones de enroscarse o desgarrarse. Una variante no muy común, es el delirio zoopático, en el que aseguran que su cuerpo ha sido invadido por un animal. No pueden ver el animal, simplemente lo sienten, lo saben. Aunque como pueden comprobar puede ser muy variopinta la experiencia alucinatoria hay que decir que el porcentaje mayor de alucinadores ocurre en la versión auditiva, en imperativos o conspiraciones.
e) Alucinaciones cenestésicas y del esquema corporal:
Son muy variadas y ricas. Suponen una transición con respecto a las táctiles. Con relación a su extensión pueden ser: Generales: alucinaciones referidas a toda la corporeidad. Parciales: están referidas a determinadas partes del cuerpo o a determinados órganos. Con relación al tamaño: pueden ser de todo el cuerpo o de una parte, de tal manera que se puede percibir una mano de forma gigante. Con relación al material de que está compuesto el cuerpo: paciente que piensa que tiene una pierna de acero. Con relación a la inclusión de cuerpos extraños: persona que piensa que tiene una radio en el estomago. Con relación en la variación del nº o clase de los miembros: pienso que tengo 2 hígados. Mixtas: se encuentran entre las cenestésicas y las táctiles. Aparecen con frecuencia en esquizofrénicos. Sensación de que son violados, masturbados o castrados.
f) Alucinaciones motrices o kinestésicas:
Suelen ser sensaciones de moverse o de ser movido. Si son movidos son pasivas, si se mueven son activas. A veces se pueden producir otro tipo de sensaciones que consisten en el vértigo u oscilaciones, se llaman alucinaciones vestibulares.
g) Alucinaciones anormales simultaneas:
Descritas en la esquizofrenia, dudamos que sean privativas de ella. Son alucinaciones que solo tienen lugar al producirse una percepción real del paciente distingue claramente del fenómeno alucinatorio.
II. Alucinaciones psíquicas o ‘’ falsas alucinaciones ‘’:
Son aquellas que están desprovistas de los atributos complejos de la percepción proporcionada por los sentidos, tienen un atributo componente representativo o deico y son vividas por el alucinado en su imaginación o pensamiento.
-Alucinaciones psíquicas visuales
Imágenes claras o borrosas, apenas distintas de las de la introspección normal pero que se presentan involuntariamente y con una especie de incoercibilidad desagradable o extraña.
Alucinaciones acusticoverbales o psicoverbales:
Verdaderas alucinaciones psíquicas .El pensamiento del sujeto, esencialmente ideoverbal, es lo que adquiere carácter alucinatorio: poses interiores, murmullos, anticipación o eco del pensamiento.
El enfermo manifiesta no percibirlas por los oídos si no en su interior, es el espacio psíquico de su conciencia y las diferencias del ejercicio voluntario de la reflexión, la imaginación o el recuerdo.
Alusión psicomotrices-verbales:
Son un trastorno completo complejo en el cual el paciente experimenta simultáneamente fenómenos auditivos localizados en su espacio mental y fenómenos motrices en sus órganos fonatorios “Al mismo tiempo una percepción y un acto ajeno o mejor dicho, la percepción de un acto que parece ajeno” (Bermard Itrouve, 1978), pueden resistir tres formas clínicas.
Alucinacion kinestésica verbal.
Sin realizarlos, el sujeto tiene la sensación de estar ejecutando los movimientos articulados que necesitaría hacer una voz interior.
Alucinación verbal motriz completa.
El paciente esboza movimientos de la lengua o los labios.
Impulsiones verbales
El trastornado lleva a cabo la pronunciación completa de las palabras muy a su pesar.
CAPITULO IV
TEORÍAS PSICOLÓGICAS SOBRE LAS ALUCINACIONES
Como ha dicho Hemsley (1988), una teoría sobre la alucinación debe poder responder al menos a dos preguntas: en primer lugar, por qué determinadas «percepciones» que se han generado internamente se vivencian de hecho como si hubieran sido derivadas de fuentes externas; y en segundo lugar, cuáles son los determinantes que propician la aparición de las alucinaciones. En la exposición de las distintas teorías sobre la alucinación vamos a seguir el guión propuesto por Slade y Bentall (1988), según el cual se establece una diferenciación entre tres grupos de teorías: las de la «destilación» (seepage theories), las de las representaciones mentales y las de la subvocalización. Comentaremos además sucintamente las aportaciones de la psicología dinámica. Finalizaremos esta relación con la propia propuesta de Bentall y Slade (Bentall, 1990a,b; Bentall, Baker y Havers, 1991; Slade y Bentall, 1988).
Teorías dinámicas
Bajo esta denominación se podrían englobar aquellas posturas que consideran a la alucinación como la representación de deseos inconscientes, luchas, y esperanzas del individuo. En el caso de que su contenido sea desagradable, proporciona igualmente un dolor deseado inconscientemente. Las alucinaciones, tanto en su contenido latente como manifiesto, ofrecen al clínico una importante oportunidad para entender los deseos y conflictos del paciente y pueden ser trabaja das como lo son los sueños, puesto que, al igual que ellos, revelan el universo inconsciente del paciente (Fenichel, 1945). De hecho, algunos psicopatólogos que han seguido los planteamientos de Freud han recalcado las semejanzas entre los sueños y las alucinaciones, planteando que ambos tipos de experiencia mental serían la expresión inconsciente de deseos inaceptables para la mente consciente. Lo cierto es que, desde un enfoque puramente clínico aplicado, los contenidos o temas sobre los que versan las alucinaciones resultan muchas veces aversivos, molestos e incluso francamente hostiles y dañinos para el paciente, lo que sugiere que entre las posibles causas de aparición de experiencias alucinatorias se encuentran probablemente también elementos motivacionales complejos, poco explorados hasta la fecha de un modo sistemático y que valdría la pena investigar en profundidad, incluso desde una perspectiva de análisis funcional.
Teorías de la «destilación» («seepage theories»)
Bajo esta denominación, Slade y Bentall (1988) incluyen aquellas teorías que explican el fenómeno alucinatorio como resultado de una «destilación» en la conciencia de la actividad mental que, en condiciones normales, permanecería a nivel preconsciente. Entre estas teorías cabe mencionar las de L. West (1962, 1975) y Ch. Frith (1979, 1992).
West (1962) partía del hecho de que un input sensorial eficaz ha de servir para organizar el proceso atencional que controla el paso de información a la conciencia. Las alucinaciones se producirían, según este autor, cuando el nivel del input fuera insuficiente para organizar ese filtrado (es decir, que fuera pobre, escaso, mal estructurado o extraordinariamente extraño o nuevo), y al mismo tiempo hubiera un nivel suficiente de arousal para que se produjera una consciencia (apercibimiento consciente) de ese input. En otros términos, el sujeto es consciente de que se ha producido un cambio en el medio, pero ese cambio es confuso, poco claro o demasiado nuevo o extraño. En tales casos, si el nivel de arousal cortical persiste con una intensidad suficiente (si la persona mantiene intacto su nivel de alerta), es posible que los engramas o huellas de memoria de experiencias perceptivas anteriores sean emitidos hacia la conciencia y, en consecuencia, se experimentarán como si estuvieran siendo originados desde una fuente de estimulación externa (o sea, desde aquel input inicial tan insuficientemente estructurado). Esta teoría podría explicar, en parte, lo que ocurre en la privación sensorial o en los déficit sensoriales, ya que en esos estados el nivel de arousal del sujeto se mantiene intacto, pero el input estimular disminuye drásticamente. El problema, como ya vimos, es que las alucinaciones que se presentan sobre todo en la privación sensorial son bastante infrecuentes y parece que tienen más relación con la sugestión que con la propia situación en sí (Slade y Bentall, 1988).
Una versión más actualizada de estas teorías es la propuesta por Charles Frith (1979), cuyo supuesto fundamental se basa en la distinción entre procesamiento preconsciente y consciente de la información. Este autor parte de la idea de que la conciencia es un mecanismo de capacidad limitada, entre cuyas misiones se hallan las de controlar y supervisar todos los procesos mentales (conscientes y no conscientes) para una revisión de estos planteamientos pueden consultarse en castellano: Baños, 1989; Baños, Belloch y Perpiñá, 1991; Belloch, Baños y Perpiñá, 1987; Frith (1992); RuizVargas, 1987; Vizcarro, 1987. Desde esta postura se considera, por ejemplo, que la percepción tiene lugar gracias a la generación de hipótesis perceptivas realizadas a nivel preconsciente; algo así como decir que el cerebro se cuestionaría qué es lo que está siendo percibido. Según este autor, sólo aquellas hipótesis que resultaran más probables son las que entrarían en la conciencia, que por su limitación de capacidad desecharía las que resultaran más inverosímiles. La alucinación se produciría, por tanto, porque las hipótesis preconscientes que se realizan acerca de la naturaleza del estímulo percibido no se han podido filtrar y, en consecuencia, la conciencia se ve invadida por un exceso de información. Las alucinaciones representarían, pues, un ejemplo de cómo interpretaciones incorrectas preconscientes del estímulo se han convertido en conscientes para el individuo. La experiencia alucinatoria estaría favorecida en aquellas situaciones en las que el input sensorial externo sea ambiguo. De hecho, como indica Hemsley (1988), la mayor frecuencia de las alucinaciones auditivas en la esquizofrenia se ha explicado precisamente porque, en contraste con los estímulos visuales que están más configurados, los estímulos auditivos son más ambiguos y desestructurados, y por tanto están más abiertos a interpretaciones en función de las necesidades afectivas del paciente. Sin embargo, tal y como nos indican Slade y Bentall (1988), si llevamos hasta sus últimas consecuencias la postura de Frith, habría que admitir que en las condiciones en las que hubiera mucha estimulación se produciría un mayor número de hipótesis preconscientes y, por tanto, habría mayor probabilidad de que se produjera la alucinación, mientras que se reducirían en aquellas situaciones de escasa estimulación. Esta deducción entra en contradicción no sólo con los estudios sobre privación sensorial, sino también y paradójicamente con la otra teoría representante de esta postura general.
Teorías de las representaciones mentales en imágenes
Los primeros teóricos ya afirmaban que la alucinación era simplemente una imagen mental exagerada. Más recientemente, Mintz y Alpert (1972) argumentaron que el sujeto que alucina se caracterizaría por tener unas imágenes mentales anormalmente vívidas y, por el contrario, una escasa habilidad para distinguir entre lo que es real y lo que es imaginario. En definitiva, desde esta postura se defiende que hay una conexión entre la alucinación y la calidad de las imágenes mentales del individuo.
Horowitz (1975), el principal defensor de esta perspectiva, propone que las alucinaciones son imágenes mentales que el sujeto atribuye equivocadamente a fuentes externas. Para este autor las experiencias alucinatorias serían el punto final de varios determinantes en el sistema de procesamiento que llevan a que un sujeto considere, erróneamente, que una imagen de origen interno es una percepción externa. Por tanto, y como ya comentamos en el apartado dedicado al concepto de alucinación, según Horowitz las alucinaciones serían experiencias mentales que:
1) Se dan en forma de imágenes; 2) derivan de fuentes internas de información; 3) se evalúan incorrectamente como si surgieran de fuentes externas, y 4) normalmente aparecen como intrusiones en el proceso perceptivo. Partiendo de la afirmación de Bruner (1964) de que el pensamiento es una combinación equilibrada de representaciones de naturaleza léxica, imaginativa o inactiva, lo que Horowitz postula es que en los sujetos que tienen predisposición a alucinar se produce un desequilibrio entre esos sistemas en favor del sistema de las imágenes, desequilibrio que tiene su origen bien en factores psicológicos, bien en fisiológicos. Entre ellos se encuentran, por ejemplo, los siguientes: la reducción del input externo, sin que se produzca una disminución de la actividad del sistema representativo de imágenes (por ejemplo, en la deprivación sensorial); el incremento en el sistema representativo, mientras que el input externo se mantiene constante (caso de las alucinaciones producidas por estimulación cerebral directa); o la reducción de la inhibición de inputs externos (estados de descenso del nivel de vigilia consciente, como el sueño). Todas estas condiciones conducirían a que se produjera una intensificación de la «información interna» de la persona. Sin embargo, para que se produzca un procesamiento correcto es imprescindible que exista un equilibrio entre la información procedente tanto del exterior como del interior; de lo contrario la información de origen interno, lejos de atenuarse, se intensifica e irrumpe en la conciencia. Si además la imagen es ambigua, excesivamente breve o poco fa miliar puede quedar aislada en la memoria activa, entorpeciendo el proceso de la integración en la experiencia consciente, lo que a su vez crea una sensación de extrañeza en el sujeto que la está experimentando. Desde estos planeamientos se han llevado a cabo diversos estudios que han intentado encontrar una relación entre alucinación e imágenes mentales vívidas (Mintz y Alpert, 1972; Slade, 1976a,b). Sin embargo, como ha señalado Bentall (1990a), es difícil admitir que pueda equipararse el concepto de viveza al de realidad, o encontrar una clara asociación entre alucinación y viveza de las imágenes. Las alucinaciones a veces son muy difíciles de percibir por el propio sujeto que alucina, mientras que los su jetos normales pueden experimentar imágenes mentales muy vívidas y, pese a todo, no las consideran como reales, es decir, como producidas por estímulos provenientes del exterior.
Teorías de la subvocalización
Son aquellas que establecen una relación entre las alucinaciones auditivas y la subvocalización. Se fundamentan en las evidencias de que el habla interiorizada se acompaña la mayor parte de las veces de subvocalizaciones, esto es, de la actividad de los músculos responsables del habla que, en ocasiones, acompaña al pensamiento verbal (Sokolov, 1972). Autores como Gould (1950) o Green y Preston (1981), entre otros, han puesto de manifiesto que las alucinaciones auditivas se acompañan de subvocalizaciones. En contrapartida, Slade (1974) encontró que las tareas de seguimiento ayudaban a reducir la incidencia de las alucinaciones, y esa reducción estaba en función del contenido del mensaje que debía ser seguido. Del mismo tipo son las conclusiones del estudio de Margo y cols. (1981), que comentamos en la sección dedicada a los estudios experimentales sobre estimulación ambiental. Y en la misma dirección se encuentra el hallazgo de Hammeke, McQuillen y Cohen (1983) de que las alucinaciones auditivas podían inhibirse haciendo que el paciente cantara o tarareara. Así pues, y a juicio de Slade y Bentall (1988), puede que el problema radique en que los intentos para dar explicación a la relación entre subvocalización y alucinaciones auditivas son poco convincentes. Green, Hallett y Hunter (1983) propusieron que las alucinaciones auditivas se debían a un déficit en la transferencia de información entre hemisferios, de tal modo que las «voces» que se originan en el hemisferio derecho (en las personas diestras) encontrarían su expresión en la subvocalización, mediatizada a través de las áreas motoras del habla del hemisferio dominante. Esta explicación implica que las alucinaciones se reducirían al poner un casco en el oído no dominante con el fi n de que se bloqueara la audición en el hemisferio no dominante. Sin embargo, esta especie de terapéutica no ha sido eficaz y, por tanto, no avala la teoría de estos autores (Bentall, 1990a).
Por su parte, Johnson (1979) propuso que las alucinaciones se deberían a un daño en el mecanismo neurológico que toma parte en el habla interiorizada. Parte de la evidencia para este planteamiento la ofrecen estudios como el de Bahzin, Wasserman y Tonkongii (1975), quienes constataron la presencia de umbrales anormalmente altos en el oído derecho de pacientes esquizofrénicos con alucinaciones auditivas. En esta misma línea, existen datos que ratifican que los pacientes con alucinaciones tienen un umbral más alto sólo para los tonos de breve duración, en comparación con los sujetos sin alucinaciones (Babkoff, Sutton, Zubin y HarEvan, 1980). En síntesis, este tipo de datos apoya la idea de que puede haber anomalías en las áreas de procesamiento del habla del hemisferio izquierdo en las personas con alucinaciones.
Hoffman (1986) es otro de los autores que se incluyen dentro de este grupo de teorías, ya que considera que las alucinaciones auditivas se deben a la producción de imágenes verbales, sin la intención o la voluntad del sujeto. La alucinación, en este caso, se explicaría porque el sujeto experimenta su propia habla internalizada como algo involuntario y, por tanto, ajeno a él mismo. Consecuentemente, plantea que debería existir una correlación estadística entre los trastornos del habla y las alucinaciones auditivas, como así quiso comprobar en un estudio realizado con esquizofrénicos y maníacos (Hoffman, Stopek y Andreasen, 1986). Sin embargo, este estudio ha sido fuertemente criticado por lo artefactual del proceso de selección de los pacientes que cumplimentaron el estudio, ya que excluyó del análisis a los pacientes maníacos, es decir, pacientes que pese a tener muchos trastornos del lenguaje presentan pocas alucinaciones (Bentall y Slade, 1986). Con todo, el escollo más importante con el que tropiezan estas teorías es que sólo se ciñen a la alucinación auditiva, dejando sin explicación el resto de moda li da des sensoriales en las que aparecen experiencias alucinatorias.
La teoría de Slade y Benfall: el déficit en la habilidad metacognitiva de discriminación de la realidad
Como hemos visto hasta ahora, pese a las diferencias que existen entre las diversas teorías, todas tienen en común un mismo supuesto: en la alucinación el individuo atribuye erróneamente sus experiencias internas a fuentes de información externas. Sin embargo, Bentall (1990a,b) tiene razón al argumentar que ninguna de esas posturas es capaz de explicar por qué, en circunstancias normales, la mayor parte de la gente puede distinguir perfectamente entre hechos imaginados y reales.
En un intento por dar respuesta a esta pregunta, Slade y Bentall (1988) han propuesto que las alucinaciones se producen a causa de una deficiencia en la capacidad para distinguir cuándo un hecho es real y cuándo es producto de su imaginación: según la propia expresión de los autores, las alucinaciones están causadas por deficiencias en la habilidad metacognitiva de evaluación y/o discriminación de la realidad. Utilizando la metodología de detección de señales, Bentall y Slade (1985) comprobaron que los sujetos que sufren de alucinaciones (o con predisposición a experimentarlas) muestran una gran tendencia a creer, en experimentos de ese tipo, que el estímulo está presente o que podría llegar a estarlo. Más recientemente, Bentall, Baker y Havers (1991) han encontrado que los pacientes esquizofrénicos con alucinaciones auditivas, a diferencia de otros pacientes mentales no alucinadores y de personas mentalmente sanas, atribuyen equivocadamente a fuentes externas el origen de sus propios eventos mentales (en este caso, se trataba de respuestas a diversas preguntas de dificultad elevada y que requerían un elevado esfuerzo cognitivo).
Basándose en estudios de este tipo, plantean una hipótesis sobre el origen psicológico de las alucinaciones, que parte del concepto de metacognición (término acuñado desde la psicología experimental por Flavell (1979) para referirse a los procesos mentales que están implicados en el conocimiento de nuestros propios procesos mentales). La importancia de esta capacidad metacognitiva se revela no sólo en la posibilidad o no de que una persona pueda llegar a saber cómo funciona su mente, esto es, que sea más o menos capaz de hacer introspección, sino también en el hecho de que sea más o menos capaz de dirigir y/o controlar su pensamiento (Bentall, 1990b). Y puesto que estamos hablando de una capacidad de la mente humana, hemos de tener en cuenta que, como toda capacidad humana, es una fuente de diferencias individuales: las personas diferimos en cuanto a nuestra capacidad de metacognición, o lo que es igual, en nuestra capacidad para llegar a conocer y dirigir nuestros propios procesos mentales. Al mismo tiempo, esta capacidad (o conjunto de habilidades) es modificable a través del aprendizaje, a la vez que es susceptible a la influencia, positiva o negativa, de muchos factores, entre los que probablemente se encuentran desde el estrés hasta nuestro propio estado fisiológico (incluyendo el nivel de arousal), pasando naturalmente por las características del input estimular, tales como su estabilidad, intensidad, grado de estructuración, etc. Finalmente, la capacidad metacognitiva incluye una amplia gama de habilidades, como la de hacer inferencias, establecer juicios de probabilidad o realizar análisis causales, entre otras.
Lo que Bentall y Slade plantean es que las personas que experimentan alucinaciones presentan diversos tipos de deficiencias en alguna o varias de las habilidades que forman la capacidad general de metacognición.
Una de tales habilidades es la que estos autores catalogan como habilidad para discriminar el origen o procedencia de la realidad, o de los estímulos, habilidad que se halla a su vez modulada por una amplia gama de posibilidades (estrés, estructuración del input, estado fisiológico, etc.). El fracaso en esta habilidad, o una disminución de su eficacia, llevaría, por ejemplo, a atribuir equivocadamente la procedencia de un estímulo generado por el propio sujeto a fuentes externas de estimulación (que era lo que sucedía en el trabajo que hemos comentado de Bentall, Baker y Havers, 1991). Así, las alucinaciones se producirían porque la persona atribuye el origen de sus propias imágenes mentales a fuentes externas de estimulación. En definitiva, las alucinaciones se producen porque la persona discrimina mal el origen real de sus imágenes. Este análisis tiene la ventaja de plantear que es posible que la alucinación no sea tanto un problema de la información que está disponible, sino que puede que más bien radique en las inferencias que la persona hace sobre esa información. Si lo que se atribuye de modo erróneo es habla internalizada o pensamiento verbal, entonces la alucinación será auditiva; si son imágenes mentales, visual. Según sus autores, el modelo puede explicar la mayor parte de las alucinaciones que se producen en pacientes mentales y especialmente las que aparecen en la esquizofrenia, que es sin duda el trastorno mental en el que las alucinaciones tienen mayor valor diagnóstico.
Una vez explicado el mecanismo por el cual se producen las alucinaciones, intentan resumir en cinco factores los determinantes que favorecen la aparición de la alucinación; es decir, aquellos que pueden hacer que la discriminación de la realidad fracase y, por tanto, lleven al sujeto a alucinar. Entre esos determinantes se encontraría el papel del arousal, los factores predisponentes, la estimulación ambiental, el papel del refuerzo y las expectativas (Bentall, 1990a,b; Bentall, Baker y Havers, 1991; Slade, 1976; Slade y Bentall 1988). Veámoslos con algo más de detenimiento siguiendo para ello la exposición que al respecto realiza Bentall (1990a).
Arousal inducido por estrés
Un incremento en el nivel de arousal, producido a su vez por factores estresantes, puede conducir a diversas alteraciones y, en el caso del tema que nos ocupa, hay evidencia experimental de que el inicio de las alucinaciones se asocia con un aumento en el nivel basal de arousal (Slade, 1976a; Tarrier, 1987). Los niveles anormalmente altos de activación hacen que, por un lado, se produzca un aumento de la selección de información que tiene que ver con las características físicas del estímulo y, por otro, disminuya el procesamiento de la información semántica (Schwartz, 1975). Por ejemplo, la persona atendería más a la intensidad del ruido que produce su propia subvocalización que a su significado. Ese «atender más» significa que la persona está consumiendo la mayor parte de sus recursos atencionales (que como sabemos son limitados) en el análisis de una característica poco relevante (la intensidad, en nuestro ejemplo) del estímulo que está percibiendo (su propia subvocalización). En consecuencia, le quedan muy pocos recursos atencionales para analizar otros aspectos como la procedencia del sonido, su contenido, etc. Podemos suponer que este «estilo» de procesar información, que podríamos calificar de más superficial, puede inducir a errores a la hora de discriminar el origen real del estímulo, debido precisamente a esa limitación de la capacidad del individuo para acceder a, y hacer uso de, las claves cognitivas apropiadas que le hubieran permitido apresar correctamente el significado del estímulo (Bentall, 1990a,b).
Factores predisponentes
Existen algunos datos, aunque a veces son contradictorios, que proporcionan cierto apoyo al papel que tienen las diferencias individuales en la vulnerabilidad a la experiencia alucinatoria. Tal es el caso de la presencia de déficit intelectuales, concretamente respecto a habilidades lingüísticas para describir sus propias experiencias mentales, en los sujetos con alucinaciones (Heilbrun y Blum, 1984), o la mayor capacidad de sugestión en los sujetos que alucinan en comparación con los que no lo hacen (Mintz y Alpert, 1972), especial mente en situaciones que implican juicios de percepción: por ejemplo, los alucinadores parecen más proclives a decir que oyen voces ante la estimulación con ruido blanco (Alpert, 1985); y las personas mentalmente sanas que obtienen puntuaciones elevadas en la Launay-Slade Hallucination Scale (Launay y Slade, 1981) —una escala que evalúa la predisposición a las alucinaciones— responden más positivamente a la sugerencia de «ver» objetos en un experimento de proyección al azar de estímulos visuales (Jakes y Hemsley, 1986).
Otro tipo de estudios intenta establecer relaciones entre subtipo de esquizofrenia y modalidad sensorial alucinatoria, con un tipo específico de deficiencia cognitiva. Según este planteamiento, los diferentes tipos de alucinaciones tendrían causas cognitivas distintas según la modalidad de esquizofrenia en que aparecieran. Heilbrum, Diller, Fleming y Slade (1986), utilizando estrategias experimentales que implicaban la evitación de estimulación aversiva (estrategias de evitación de atención), llegan a concluir que los esquizofrénicos procesuales tienden a evitar la estimulación auditiva aversiva, mientras que los reactivos son más proclives a focalizar su atención, exclusivamente, en algunos aspectos parciales de la estimulación auditiva, con la consiguiente ausencia de atención a otros tipos de estimulación. Ambas estrategias atencionales aumentarían la vulnerabilidad a experimentar alucinaciones: en el primer caso, porque volcar toda la capacidad atencional en una fuente de estimulación sensorial (por ejemplo, la visual) diferente a la que resulta aversiva (la auditiva) daría lugar a errores a la hora de interpretar los propios pensamientos como tales, lo que llevaría a atribuirlos a fuentes externas de estimulación (esto es, daría lugar a alucinaciones auditivas). En el caso de los reactivos, la alucinación auditiva se produciría por un exceso de concentración sobre los propios pensamientos, lo que haría más vulnerable al sujeto a la hora de interpretar sus propios pensamientos como procedentes del exterior. Se trata de una hipótesis de trabajo que, aunque resulta interesante, presenta problemas importantes tanto a niveles teóricos como metodológicos que deben ser resueltos, como Bentall (1990) señala, antes de llegar a establecer conclusiones fiables.
Estimulación ambiental
Hay ciertos tipos de estimulación externa que tienen un efecto inhibidor sobre la experiencia consciente de la alucinación. Es decir, el hecho de que una alucinación sea o no experimentada en la conciencia depende de parámetros tales como la calidad, la intensidad, la estructuración o el tipo de estimulación externa al que está sometido el individuo. Por ejemplo, Fonagy y Slade (1982) encontraron que las alucinaciones podían suprimirse con niveles altos de ruido blanco; sin embargo, niveles moderados de este ruido incrementan la aparición de alucinaciones (Alpert, 1985). Es decir, tanto el aislamiento social como determinados estímulos (como el ruido del tráfico) pueden ser antecedentes, en muchos casos, de alucinaciones (Bentall, 1990a). Ya hemos comentado, al hilo de las teorías de la destilación y de las imágenes mentales, que los juicios sobre si un hecho es real o imaginario, son más difíciles cuando las propiedades sensoriales de los acontecimientos externos e internos son muy similares, y las condiciones estimulares son ambiguas y desestructuradas. Los datos que hay en torno a la privación sensorial y las alucinaciones «liberadas» («released») indican que la estimulación poco estructurada y de intensidad moderada aumenta la probabilidad de que se produzcan alucinaciones. Por el contrario, la estimulación con significado parece disminuir esa probabilidad.
El papel del refuerzo
Algunos estudios de casos indican que algunos pacientes experimentan una reducción de ansiedad después de la alucinación (Slade, 1972, 1973), mientras que otros informan de una mayor perturbación (Tarrier, 1987). Es decir, puede que tanto la reducción como el incremento de la ansiedad tengan como consecuencia un efecto de persistencia de las alucinaciones. En el primer caso estaríamos ante un ejemplo típico de refuerzo: la alucinación tendría efectos reforzantes en el paciente, ya que haría disminuir su ansiedad. En el segundo caso, sin embargo, la presencia de alucinaciones aumentaría el nivel de ansiedad del paciente porque elevaría todavía más el nivel de arousal que, como se sabe, es anormalmente alto en los estados de ansiedad: es decir, se produciría una especie de círculo vicioso, puesto que el elevado nivel de arousal, típico de la ansiedad, aumentaría todavía más con la presencia de alucinaciones (que como comentamos antes se asocian también a elevados niveles de arousal). En consecuencia, la elevación del nivel de ansiedad y/o malestar ante la presencia de alucinaciones tendría que ver con un incremento del nivel de arousal, ya de por sí alto en la ansiedad.
Expectativas
La información que recibimos no es inmune a nuestras expectativas y creencias. Este hecho puede considerarse como una forma especial de predisposición perceptiva: del mismo modo que las expectativas de una persona le inclinan a «ver» un estímulo ambiguo con una forma estructurada concreta, las creencias y expectativas demasiado concretas le llevarán a experimentar un estímulo ambiguo como real o, por el contrario, como imaginario. Este puede ser uno de los pilares básicos de la explicación de por qué las alucinaciones pueden ser experimentadas por personas mentalmente sanas, y de por qué se puede hablar de un continuo entre experiencias alucinatorias y no alucinatorias. La capacidad para distinguir entre lo que es real (aquello que se produce en el «mundo exterior») y lo que no es real (aquello que únicamente sucede o se produce en la mente de una persona), es decir, la capacidad para discriminar la realidad de un suceso, constituye probablemente una habilidad en la que se puede producir tanto una exactitud máxima como mínima. Y tal y como se ha podido demostrar experimentalmente, también personas sanas mentalmente cometen fallos a la hora de discriminar la realidad, como muestra el fenómeno ya clásico de Perky o, más recientemente, el trabajo de Bentall, Baker y Havers (1991). Por otra parte, y también en relación con este aspecto, no hay que olvidar, como ha señalado Al-Issa (1978), el efecto que tienen tanto la sugestión como las diferencias y/o las influencias culturales en el tipo y prevalencia de alucinaciones: muy probablemente, una parte importante de la decisión acerca de si un hecho es real o imaginario depende de la probabilidad percibida sobre la ocurrencia del hecho en cuestión, y ese conocimiento está en gran medida determinado por las normas culturales. Evidentemente, la propuesta de Slade y Bentall no ha de ser considerada ni la mejor ni la definitiva. Sin embargo, hay que reconocer sus esfuerzos para integrar en su modelo tanto los factores culturales como la abundante aunque dispersa investigación psicológica sobre las experiencias alucinatorias, además de su interesante argumentación sobre los mecanismos implicados en la discriminación de realidad, y sobre cuáles son los factores que favorecen que esta habilidad fracase.
CAPITULO V
ESTUDIOS EXPERIMENTALES SOBRE LAS ALUCINACIONES
Pese al atractivo que la experiencia alucinatoria despierta en legos y estudiosos, no es nada fácil diseñar estrategias de estudio rigurosas para analizar un fenómeno tan subjetivo. Con todo, contamos con algunos intentos que, con mayor o menor fortuna, han intentado reproducir artificialmente el fenómeno de la alucinación. Siguiendo a Reed (1988) podemos agrupar dichos estudios en tres categorías: aquellos que estudian bajo qué situaciones o condiciones de estimulación ambiental se producen experiencias alucinatorias; aquellos que intentan provocar respuestas alucinatorias; y por último, los que analizan las características cognitivas de las personas que confunden su imaginación con la realidad externa. Dentro del primer y segundo grupo nos encontramos sobre todo con los estudios sobre privación sensorial y uso de alucinógenos, y en el tercero cabría encuadrar los estudios sobre los efectos que tienen en algunas personas la sugestión y el condicionamiento sensorial. Veámoslos con algo más de profundidad.
Investigaciones sobre calidad y cantidad de estimulación ambiental
El mayor volumen de este tipo de estudios se centra en la utilización de la privación sensorial como estrategia experimental. El uso de esta estrategia lo iniciaron, en la década de los cincuenta, Hebb y su equipo en la Universidad de McGill utilizando estudiantes voluntarios mentalmente sanos como sujetos experimentales. El grupo de Hebb intentaba analizar qué es lo que sucedía cuando el input estimular se volvía monótono o decrecía drásticamente, hasta el punto de tornarse casi inexistente (situación de privación estimular). Hebb había hipotetizado que para que el sistema nervioso central (SNC) funcionara correctamente necesitaba estar expuesto a una estimulación constante y cambiante. Los resultados mostraron que tras la experiencia de ausencia de estimulación, los sujetos presentaban un estado afectivo alterado, que iba desde la irritación y el pánico hasta la apatía y el más completo aburrimiento, junto con diversas anormalidades perceptivas, incluyendo alucinaciones. La conclusión más inmediata que se podía extraer de estos estudios era que las alucinaciones constituían una respuesta normal ante la ausencia y/o disminución drástica de estimulación ambiental.
Sin embargo, los muchos trabajos que se realizaron después dieron paso a una conclusión mucho más moderada, pues se pudo constatar que existían muchas diferencias individuales en cuanto a la naturaleza de las alteraciones perceptivas, y por lo tanto era preferible emplear otro término diferente al de alucinación para denominarlas. En concreto, Zuckerman (1969) propuso el término de «sensaciones visuales o auditivas informadas», dependiendo de si la alteración se presentaba en una u otra modalidad. Además de esta clasificación se añadieron dos subcategorías: la «tipo A», en el caso de que las experiencias sensoriales tuvieran que ver con cambios simples tales como frases y destellos de luz, puntos, formas geométricas, tonos, sonidos fragmentados, etc., y la «tipo B», para agrupar aquellas experiencias con un contenido más complejo y con significado.
Sustancias psicoactivas
Las sustancias psicoactivas se caracterizan por ejercer diversos efectos en el SNC. Según la APA (2000) se pueden establecer tres grupos de sustancias de este tipo: 1) Alcohol, sedantes, ansiolíticos e hipnóticos. 2) Alucinógenos y PCP (fenilciclidina). 3) Cocaína y anfetaminas, o simpaticomiméticos de acción similar. De todas estas sustancias, las que se han utilizado con más profusión en los estudios sobre alucinaciones experimentales han sido los alucinógenos y otras drogas psicoticomiméticas. Bajo la denominación de drogas psicoticomiméticas se incluyen aquellas sustancias que producen alteraciones en la conciencia y mimetizan estados psicóticos. Dentro de ellas hay que destacar, por una parte, el grupo de los alucinógenos como el LSD y la mescalina, y por otra parte el cannabis o marihuana. Todas esas sustancias pueden provocar alucinosis y trastorno delirante, pero sólo el cannabis produce el síndrome de intoxicación. Por su parte, el término alucinógeno incluye dos tipos de sustancias psicoactivas: las relacionadas estructuralmente con la hidroxitriptamina-5 (caso del LSD, dietilamida del ácido lisérgico), y las relacionadas con las catecolaminas (caso de la mescalina). En cuanto a la fenilciclidina (PCP) se suele incluir en el grupo de los alucinógenos por las alteraciones perceptivas que provoca, aunque raramente induce una alucinosis pura (APA, 2000). En este apartado nos vamos a ceñir a la sustancia que más popularidad ha tenido en la investigación experimental sobre el fenómeno alucinatorio: el LSD-25.
Sugestión
La sugestión podría estar jugando un papel fundamental en la explicación de las alteraciones perceptivas. Ya en 1895, Seashore demostró que se podía inducir a los sujetos a «ver» cosas donde no existían. En un experimento muy sencillo, este autor pidió a los sujetos que caminaran a lo largo de un pasillo poco iluminado y que se detuvieran en el momento en que vieran una luz. Aunque en ningún momento se encendió ninguna luz, todos los sujetos se detuvieron porque creían haberla visto. Este mismo fenómeno puede encontrarse en las tareas de condicionamiento sensorial que requieran dar respuestas rápidas a estímulos difícilmente discriminables. En estas situaciones, los sujetos continúan dando respuestas aunque haya cesado la serie de estímulos (Reed, 1988). Desde otro contexto, Bozzeti y cols. (1967), al analizar las cáscaras secas de plátanos (mellow, yellow) que adquirieron cierta inmerecida popularidad como droga psicodélica fumable entre los movimientos juveniles occidentales de finales de los sesenta, no encontraron ninguna huella de alucinógeno conocido que justificara ese tipo de experiencias.
Estudios sobre las imágenes mentales
Como comentábamos al principio de este apartado, también se han llevado a cabo una serie de estudios, de naturaleza fundamentalmente correlacional, que han intentado analizar las diferencias entre lo que podríamos denominar los «imaginadores» normales y las personas con alucinaciones. En principio, podría suponerse que las personas que tienen más facilidad para generar imágenes mentales tendrían también más dificultad para discriminar entre sus imágenes y las percepciones externas. Sin embargo, en el estudio de Segal y Nathan (1964) lo que se demostró fue todo lo contrario: aquellas personas que imaginaban con facilidad también tenían un mayor poder de discriminación sobre lo que eran «imágenes» y lo que no; es decir, los «imaginadores» suelen estar más familiarizados con sus experiencias internas.
CAPITULO VI
PSEUDOPERCEPCIONES O IMÁGENES ANÓMALAS
Según Mayor y Moñivas (1992), «es preciso distinguir entre las representaciones que tienen su fuente en estímulos o acontecimientos exteriores (perceptos) y las que, aunque muy similares a los anteriores, se originan sin la presencia de tales estímulos exteriores. Desde esta perspectiva, las pseudopercepciones son anomalías mentales que pueden concebirse como imágenes, esto es como procesos mentales similares a los perceptivos que, o bien se producen en ausencia de estímulos concretos para activarlos o desencadenarlos, o bien se mantienen y/o se activan a pesar de que el estímulo que los produjo ya no se encuentre activamente presente. En nuestra opinión, ambas características diferencian estos fenómenos de las ilusiones. En el primer caso nos encontramos con las imágenes hipnagógicas, hipnopómpicas y alucinoides, mientras que en el segundo grupo se pueden incluir las imágenes mnémicas, las parásitas y las consecutivas. Exponemos a continuación las características de este grupo especial de imágenes o representaciones mentales.
Imágenes hipnopómpicas e hipnagógicas
En algunos manuales clásicos se las denomina alucinaciones fisiológicas, dadas las circunstancias en las que se producen. Se trata de imágenes que aparecen en estados de semiconsciencia, entre la vigilia y el sueño. En sentido estricto, el término imagen hipnagógica se reserva para los fenómenos que acompañan al adormecimiento, mientras que el término imagen hipnopómpica designa a las imágenes que aparecen al despertar. Tanto las unas como las otras se caracterizan por su autonomía, es decir, que aparecen y se transforman sin control alguno por parte del individuo. Suelen ser vívidas y realistas, aunque su contenido puede carecer de significado para el sujeto. Se pueden dar en todas las modalidades sensoriales, aunque las más frecuentes son las auditivas y las visuales
Imágenes alucinoides
Como en el caso anterior se producen en ausencia de estímulos concretos que las activen. Se caracterizan porque son subjetivas y autónomas, a la vez que poseen un claro carácter de imagen y plasticidad. Se dan en el «espacio negro de los ojos cerrados» (fenómeno de Müller o imágenes de la fiebre) o en el espacio físico externo, a causa de intoxicaciones o uso de drogas (fantasiopsias). También se pueden dar en la modalidad auditiva. El individuo no les otorga juicio de realidad, es decir, sabe que son productos de su mente y, en este sentido, se diferencian de las experiencias alucinatorias.
Imágenes mnémicas
Se trata de imágenes de nuestros recuerdos que pueden presentarse de un modo transformado. De hecho, a veces la persona las puede recombinar o variar en función de sus deseos, lo que una vez más muestra la plasticidad de las imágenes mentales. Si no se mantienen voluntariamente, comienzan a desvanecerse hasta su desaparición. Su naturaleza es eminentemente subjetiva y son experimentadas con poca nitidez y viveza. Las imágenes eidéticas constituyen un tipo muy especial de imagen mnémica y podrían considerarse como una especie de «recordar sensorial». Consisten en representaciones exactas de impresiones sensoriales (normalmente visuales y auditivas) que quedan como «fi jadas» en la mente de la persona. Pueden provocarse voluntariamente, o bien irrumpir en la consciencia de un modo involuntario. Según los criterios de Jaspers, estas imágenes son imaginadas (no corpóreas) y tienen determinación espacial (son «objetivas»), pero el juicio de realidad permanece intacto, es decir, el sujeto no las vivencia como reales. Son más habituales en la infancia y en las culturas primitivas o poco desarrolladas. El niño eidético proyecta, fijando su atención sobre una superficie lisa, la imagen de algún objeto que había sido percibido anteriormente.
Imágenes consecutivas o postimágenes
Se dan como consecuencia de un exceso de estimulación sensorial inmediatamente anterior a la experiencia, y por tanto se diferencian del eidetismo en que en éste la representación puede ser evocada perfectamente al cabo del tiempo, mientras que las postimágenes perduran solamente unos segundos. Además, la imagen que se produce tiene las propiedades completamente opuestas a las de la imagen original, hecho por el cual a veces se las denomina «imágenes negativas» (por ejemplo, después de mirar un intenso color oscuro se ve un color claro, o el movimiento descendente de una cascada se experimenta posteriormente con un movimiento ascendente). A pesar de su objetividad, fijeza y autonomía el individuo no las considera reales, y raras veces revisten características patológicas.
Imágenes parásitas
Se diferencian de las mnémicas por su autonomía, y de las consecutivas por su subjetividad. Pero al igual que ellas, son consecuentes o se producen como consecuencia de un estímulo concreto que ya no se halla presente cuando se produce la imagen, lo que las diferencia de las ilusiones, como antes comentamos.
CAPITULO VII
GUÍAS PARA EL DIAGNÓSTICO DE LAS EXPERIENCIAS ALUCINATORIAS
Importantísimo a tener en cuenta es la claridad del informe verbal del paciente. Por lo general, cuanto más vaga es la experiencia, su naturaleza es menos convincente y su informe más borroso. Sin embargo, no debemos olvidar que a veces es difícil determinar si lo que resulta poco claro es la experiencia en sí o su descripción. A este respecto, hay menos dudas en las alucinaciones visuales y auditivas en comparación al resto de las modalidades. Esto se debe en parte al hecho de que el lenguaje cotidiano suele ser más rico para describir estas experiencias.
No debemos presuponer que un paciente que presenta delirios también presentará alucinaciones, ya que si bien se suele encontrar que el 90% de los que sufren alucinaciones sufre de delirios, sin embargo sólo un 35% de pacientes con delirios sufre de alucinaciones. Este tipo de datos revela que cuando una persona experimenta una alucinación, que desde luego no puede calificarse como experiencia perceptiva normal, intenta buscar algún tipo de explicación que es en definitiva, en lo que consisten los delirios que se producen como consecuencia de una alucinación. Es decir, si un paciente «oye» comentarios desgradables o despectivos sobre su aspecto o sobre su modo de ser, pero sin embargo es incapaz de ver a las personas que hacen tales comentarios, intentará buscar una explicación, averiguar quién o quiénes hablan mal de él y en ese proceso es muy posible que la explicación que encuentre sea tan extraña e improbable como la misma experiencia que dio lugar a ella.
Aproximadamente en el 20% de pacientes, las alucinaciones son mezcla de distintas modalidades sensoriales (alucinaciones multimodales); por lo tanto, siempre deberemos preguntar por posibles «sensaciones» en otras modalidades diferentes a la que el paciente enuncie en primer lugar.
Hay que tener en cuenta la cronicidad de la enfermedad, ya que cuanto más crónica es ésta menos perturbadoras suelen ser las alucinaciones para el paciente (e incluso puede darse el caso de que comience a considerarlas como «amistosas» o poco perturbadoras), y por tanto es más pro- bable que no informe sobre ellas espontáneamente. En este aspecto precisamente, se basan Bentall (1990a) y Slade y Bentall (1988) para afirmar que las pseudoalucinaciones son verdaderas alucinaciones que aparecen en personas con una larga historia de experiencias alucinatorias, esto es en pacientes crónicos, tal como comentamos anteriormente.
Cuanto menos formadas estén las alucinaciones, más probable es que se deban a causas bioquímicas, neurofisiológicas o neurológicas. Y al contrario cuanto más complejas y formadas, más probable es que se trate de síntomas nucleares de trastornos como la esquizofrenia.
Aunque no existe ninguna correspondencia total entre un tipo de alucinación y una psicopatología determinada, hay que tener en cuenta que los distintos trastornos tienen diferentes probabilidades de presentar uno o más de los diversos tipos de alucinaciones, tal y como hemos ido exponiendo al comentar las diversas modalidades de alucinación.
Por otro lado, puesto que las alucinaciones constituyen una experiencia mental extraordinariamente extraña, es lógico suponer que su aparición se acompañe de ciertos concomitantes comportamentales, emocionales y por supuesto, fisiológicos que es conveniente tener en cuenta. Por decirlo de otro modo: dado lo anómalo de la experiencia, lo más probable es que la persona no permanezca indiferente ni siga con sus rutinas habituales, como si no pasara nada o como si esos insultos que escucha, o esos bichos repugnantes que le recorren el cuerpo, fueran algo tan normal como oír la radio o ver una película en la televisión.
Según Soreff (1987), la gama de respuestas emocionales que un paciente puede desarrollar ante sus experiencias alucinatorias es relativamente amplia, si bien la mayor parte de las veces se producen una o más de las siguientes:
Terror. Muchas personas reaccionan con pánico, ya que las voces, imágenes, etc., pueden presentarse de un modo amenazador, terrorífico o agresivo, lo cual es típico especialmente de los estados orgánicos (mentales o no) y de la esquizofrenia aguda. En muchos casos se acompaña además de agitación motora.
Desagrado. Ciertos pacientes describen sus alucinaciones como algo desagradable e incómodo. Las voces que discuten les molestan, el olor es insoportable, etc. Se sienten inquietos por la sensación, pero no necesariamente alarmados. Esto puede ocurrir en los pacientes deprimidos que consideran sus voces como un castigo merecido, o cuyo contenido reafirma lo que piensan de ellos mismos.
Agrado. Algunas personas, especialmente bajo los efectos de drogas, fármacos, o en episodios psicóticos de naturaleza exógena, pueden experimentar un sentimiento de alegría, bienestar o satisfacción.
Indiferencia. Otros las vivencian con total apatía, como es el caso de los pacientes crónicos; las han sentido antes quizás durante mucho tiempo, y las reconocen como su síntoma, su problema o su conflicto. De hecho, algunos esquizofrénicos crónicos que saben que sus experiencias alucinatorias no son normales, llegan a negar que las tienen por miedo al tratamiento, a ser ingresados en el hospital, al rechazo familiar o social, etc.
Curiosidad. Son las personas que quieren saber la causa, el significado y el curso de la sensación. Están intrigados por su percepción y quieren comprenderla.
Por otra parte, las alucinaciones pueden provocar diversas respuestas conductuales, tanto por el contexto afectivo en que se producen como por las propias reacciones ante el contenido alucinatorio. Soreff (1987) señala las siguientes:
Retirada. El paciente se encierra en su propio mundo, en sus pensamientos, visiones y creaciones. Prefiere la realidad interna a la experiencia externa, se recrea en sus imágenes y aventuras mentales. Esto puede deberse tanto a que las alucinaciones les producen placer y alegría, como porque les provocan dolor y molestia y por ello eligen, en este último caso, aislarse para intentar protegerse de la experiencia.
Huida. El paciente escapa de las voces acusadoras, de las imágenes amenazantes, de los olores desagradables, etc. Están en un estado de gran agitación motora: corren, se tapan los oídos, pueden incluso llegar a lesionarse (por ejemplo saltando por la ventana, arrojándose a la calzada, etc.).
Violencia. El paciente puede luchar con enemigos imaginarios, atacar a otros siguiendo, por ejemplo, las indicaciones de una orden (alucinaciones imperativas). Es decir, que su conducta violenta es en ocasiones, producto de la obediencia a los mensajes que están recibiendo.
Por último, y por lo que se refiere a las respuestas fisiológicas, éstas pueden ser asimismo de lo más variadas dependiendo en gran parte del tipo de trastorno que presenta el paciente. Así, por ejemplo, en los síndromes de abstinencia alcohólica las alucinaciones suelen ir acompañadas de taquicardia e incremento de la temperatura; sin embargo, otras drogas pueden llevar a descensos de la temperatura y la presión arterial. En otros casos nos podemos encontrar con los componentes físicos típicos de la ansiedad, tales como pulso acelerado, incremento de la presión arterial sudoración palmar excesiva, taquicardia, midriasis, etc.
CAPITULO VIII
CÓMO Y DÓNDE APARECEN LAS EXPERIENCIAS ALUCINATORIAS
En términos generales se puede afirmar que la presencia de alucinaciones debe hacernos sospechar, al menos en nuestra cultura, que nos hallamos frente a un estado psicopatológico evidente, que conlleva una ruptura con la realidad, que es indicativo de un proceso más o menos transitorio, y cuya etiología puede ser orgánica o no.
El problema es que, desde un punto de vista clínico, las alucinaciones rara vez tienen un significado patognomónico por sí solas, es decir, que se requiere la presencia de otros signos y síntomas para poder establecer un diagnóstico concreto. Vamos a realizar una revisión de los principales trastornos en los que están presentes las alucinaciones.
a) Esquizofrenia
Los pacientes esquizofrénicos presentan una amplia variedad de trastornos perceptivos: ilusiones, alteraciones en la intensidad y calidad de la percepción (desde la viveza a la atenuación), pseudoalucinaciones y alucinaciones parcial y/o totalmente formadas, siendo estas últimas las que adquieren mayor preponderancia.
Ludwig (1986) estima que cerca del 75% de los pacientes hospitalizados en primer ingreso informan de alucinaciones en más de una modalidad. Las auditivas son las más frecuentes, siguiéndoles en orden decreciente las visuales, somáticas, olfativas, táctiles y gustativas. La naturaleza de las alucinaciones puede cambiar a lo largo del trastorno. Durante los episodios agudos, las alucinaciones auditivas suelen ser acusadoras, demandantes o imperativas. Cuando el trastorno está en remisión puede que las alucinaciones no desaparezcan, aunque pueden adoptar un contenido más positivo, incluso sugerente.
Kurt Schneider (1959) propuso una «guía diagnóstica práctica para la esquizofrenia» que está estrechamente relacionada con las alucinaciones.
Los síntomas específicamente alucinatorios, con un valor diagnóstico de primer rango para la esquizofrenia, serían los tres siguientes:
1) El paciente oye comentarios continuos sobre sus propias acciones.
2) Las voces hablan sobre el paciente en tercera persona.
3) El paciente oye sus propios pensamientos en voz alta (Gedankenlautwerden o eco del pensamiento).
Los dos primeros tipos de alucinaciones siguen siendo criterio suficiente para cumplimentar el criterio principal de un diagnóstico de esquizofrenia, e incluso de trastorno psicótico no especificado, en la nueva propuesta de sistema clasificatorio de los trastornos mentales elaborada por la American Psychiatric Association (DSM-IV).
Las voces que escuchan suelen ser la suya propia («la voz de la conciencia»), alguien de su familia, la de Dios..., y pueden estar susurrando, hablándole, riñéndole o cantando. El paciente puede que no sepa si las voces provienen de ellos o de objetos tales como televisores, radios, ventiladores, etc., en caso de que además presente experiencias delirantes de pasividad (un trastorno que afecta a la propia identidad y que consiste en que la persona no atribuye a sí misma, o a su propia voluntad y deseo, las cosas que hace, dice, piensa o experimenta).
Si las alucinaciones son visuales se suelen diferenciar de las que se presentan en las psicosis orgánicas en dos aspectos: porque suelen ir acompañadas por alucinaciones en otras modalidades, y porque tienden a presentarse casi continuamente, excepto en el período de sueño, no circunscribiéndose a ningún momento del día en particular, como sucede en las psicosis orgánicas que presentan mayor frecuencia de alucinaciones durante la noche (Ludwig, 1986).
Respecto al contenido de otras experiencias alucinatorias, normalmente están en consonancia con sus delirios (por ejemplo, notar sabor a veneno en la comida) y experiencias delirantes de pasividad: dolor, corrientes eléctricas, excitación sexual, olores y otras sensaciones corporales que el paciente atribuye a fuentes externas o inespecíficas.
b) Trastornos afectivos mayores
Entre los trastornos afectivos, el tipo de experiencia alucinatoria más frecuente suele ser la auditiva, que puede ser congruente o incongruente con el estado de ánimo (Soreff, 1987). La presencia de alucinaciones en estos trastornos constituye uno de los criterios importantes para calificarlos como graves o para añadirles la connotación de episodio con características psicóticas. Vamos a comentar por separado los episodios depresivos y los maníacos.
1. Episodio depresivo
En la depresión mayor, los pacientes pueden experimentar diversas alteraciones perceptivas tales como ilusiones, cambios en la imagen corporal y alucinaciones. Estas no suelen ser muy frecuentes, ya que sólo el 25% de estos pacientes informa de ellas (Duke y Nowicki, 1986). De haber alucinaciones, normalmente son de naturaleza auditiva, y muy frecuentemente están en consonancia con su estado de ánimo (voces que le acusan, que le culpabilizan, que le ordenan que se mate...). En la modalidad visual se pueden presentar escenas de cementerios, infiernos, torturas, etc. También pueden aparecer alucinaciones olfativas, en las que el paciente huele, o se huele a sí mismo, a cadáver, a cementerio u otros olores que le sugieren un estado de putrefacción, o por el contrario se queja de que todo huele igual, o de que no diferencia unos olores de otros aunque en este caso habría que establecer un diagnóstico diferencial con una distorsión perceptiva. Junto a éstas pueden aparecer alucinaciones gustativas, que normalmente coinciden en cuanto a su contenido o dirección con las olfativas.
2. Episodio maníaco
Como en el caso anterior, se estima que sólo un 25% de pacientes experimenta alucinaciones. Normalmente se presen- tan en las modalidades auditiva (las voces le comunican alguna misión o un estatus especial) o visual (visiones inspiradoras o panorámicas). Al contrario que en las alucinaciones de la esquizofrenia, las alucinaciones del paciente maníaco suelen ser más breves en su duración y normalmente no son de naturaleza imperativa (Ludwig, 1986). Una vez que el episodio ha remitido es frecuente que el propio paciente critique sus alucinaciones y ya no las considere como reales, sino como «visiones».
c) Síndrome orgánico del estado de ánimo
Si este cuadro se presenta con alucinaciones, son de naturaleza similar a las que se presentan en los trastornos del estado de ánimo. Las alucinaciones y las ideas delirantes son más frecuentes en la forma maníaca que en la depresiva. Dentro de las causas que pueden provocar este síndrome se encuentran las sustancias como la reserpina, la metildopa y algunos alucinógenos, o también alteraciones endocrinas como el hiper o el hipotiroidismo y el hiper o el hipoadrenocorticalismo, e incluso enfermedades neurológicas.
d) Deficiencias sensoriales
Las alucinaciones pueden estar presentes en una amplia gama y variedad de problemas relacionados con el funcionamiento de los sistemas sensoriales, sobre todo en lo que se refiere a las reducciones en la agudeza visual o auditiva, especialmente en la vejez. Así, por lo que respecta a la sordera, se han relatado casos de alucinaciones después de varios años de haber padecido una sordera progresiva; incluye componentes no formados (sensaciones simples) o, por el contra- rio, formados (es decir, vividos y detallados como canciones, voces familiares actuales o del pasado). Estas experiencias se producen sobre todo en situaciones y/o períodos de bajo ruido ambiental y pueden llegar a controlarse con entrenamiento en concentración o en subvocalización. Ninguno de los sujetos en los que se han descrito estas experiencias era completamente sordo. Los intentos de reducirlas con fármacos antipsicóticos suelen ser poco eficaces; es más, una vez que la alucinación ha sido experimentada es muy probable que los pacientes la sigan experimentando en el futuro.
Sin embargo, el equipo de Barraquer-Bordás (citado en Slade y Bentall, 1988) ha descrito un caso de desaparición de alucinaciones asociadas a sordera central después de un ata- que, que sólo se circunscribieron a una semana después del inicio de la sordera.
También se han descrito alucinaciones en la ceguera progresiva y en la pérdida visual por daño del quiasma óptico. Dentro de este tipo de alteraciones hay que destacar el síndrome de «Charles Bonnet», nombre del filósofo que describió el síndrome de su abuelo (Berrios y Brooks, 1982). Se trata de un trastorno alucinatorio que se da en ancianos con patología orgánica central o periférica, cuya característica definitoria es la presencia de alucinaciones liliputienses. Estos pacientes ven pequeñas figuras de animales u otras criaturas, frecuentemente al anochecer, con ausencia tanto de delirios como de otra modalidad de alucinación. No hay que confundirlo con la micropsia, que es la visión de objetos que están presentes, pero en una escala reducida (es decir, una distorsión perceptiva).
Este tipo de experiencias han intentado explicarse a partir de los resultados obtenidos en los estudios de privación sensorial. Los bajos niveles de estimulación causan la desinhibición de los circuitos relacionados con la percepción, lo cual tiene como resultado que los trazos perceptivos de acontecimientos previamente experimentados sean «liberados» hacia la conciencia (West, 1975) Por eso, las alucinaciones que se asocian a déficit sensoriales se conocen a menudo como alucinaciones «liberadas o emitidas». Sin embargo, los datos no son concluyentes sólo con esta explicación, ya que en condiciones de alto nivel de estimulación también se pueden producir alucinaciones de este tipo (Slade y Bentall, 1988).
e) Variaciones fisiológicas
Existen diversas variaciones fisiológicas que pueden llevar a experiencias alucinatorias. Una temperatura corporal anormal, tanto baja como alta, produce alucinaciones. La privación del alimento y de la bebida también pueden llevar a alucinaciones (no hace falta comentar el ejemplo paradigmático del espejismo del «oasis» en el desierto). Sin embargo, de nuevo no sólo hay que hablar en términos de carencia; también el exceso las puede provocar. Noonan y Ananth (1977) describieron un caso de beber compulsivo de agua que, como consecuencia aparente de su intoxicación, presentó alucinaciones auditivas y visuales. También la hiperventilación puede provocar alucinaciones visuales y auditivas. En definitiva, las variaciones fisiológicas extremas, tanto por exceso como por defecto, al igual que las variaciones en la estimulación externa (alta o baja) pueden provocar la aparición de alucinaciones.
f) Enfermedades del sistema nervioso central (SNC)
Hay una amplia variedad de condiciones que afectan al SNC y que producen alucinaciones, tales como el síndrome postcontusional (golpe violento en la cabeza), migraña, meningiomas, encefalitis vírica, entre otras. Las experiencias alucinatorias variarán enormemente en naturaleza y calidad, duración y modalidad, contenido e intensidad en función de la localización del tumor o del daño.
1. Lesiones focales del cerebro:
Ciertas áreas del cerebro están más implicadas que otras en la formación de alucinaciones. Tras una serie de experimentos con animales, Baldwin, Lewis y Bach (1959) demostraron que para que se produzcan alucinaciones ha de estar intacto el córtex temporal. Las alucinaciones que se producen como consecuencia de un tumor cerebral suelen ser de una gran viveza. Normalmente no son atemorizantes y sur- gen súbitamente sin que se pueda predecir su aparición. La modalidad variará en función de la localización del área cerebral que esté dañada. Las lesiones en el lóbulo temporal pueden producir el fenómeno del doble y alucinaciones negativas además de olfativas, auditivas o visuales (Ludwig, 1986). Lesiones en los lóbulos occipitales pueden dar lugar a la aparición de alucinaciones visuales, tales como flashes de luz, etc. Las lesiones en el hipocampo provocan distorsiones liliputienses, cambios en la imagen corporal y olores desagradables (Soreff, 1987).
2. Epilepsia del lóbulo temporal
A menudo los episodios comienzan con una experiencia alucinatoria elemental (es decir, no formada: música, destellos, luces, olores) normalmente en la modalidad olfativa o gustativa, aunque también pueden aparecer auditivas y visuales.
g) Complicaciones quirúrgicas
1. Quetamina
La quetamina es un anestésico general que produce alucinaciones, normalmente visuales, e incluso delirium. También se han relatado experiencias de flash-backs, después de transcurridas varias semanas desde su utilización (Soreff, 1987).
2. Miembro fantasma
Es una experiencia que aparece inmediatamente después de la amputación. Se han descrito alucinaciones cinestésicas en las que el paciente percibía cambios, sensaciones, movimientos, paresias, etc., en el miembro ya inexistente. Normalmente suele producirse en los miembros más distales, como por ejemplo los dedos.
3. Dolor fantasma
Esta experiencia consiste en sentir dolor en el miembro que ha sido extirpado. No ocurre en todos los casos de amputación. Normalmente sólo se da en aquellos casos en los que ya existía alguna patología previa, no siendo sin embargo frecuente en amputaciones debidas a accidentes (Soreff, 1987).
Además pueden aparecer alucinaciones y otros trastornos perceptivos en una amplia serie de alteraciones causadas bien por la ingesta de determinadas sustancias (drogas y/o fármacos), bien por los síndromes de abstinencia originados como consecuencia de la retirada de las mismas
CONCLUSIONES
- La percepción, no implica una mera copia de la realidad, sino un proceso constructivo, mediante el que se interpretan los datos sensoriales, la aprehensión de la realidad a través de los sentidos; es un proceso cognitivo en el que las cosas se hacen manifiestas como tales, en un acto de experiencia de nuestro YO (Vivencia).
- Proceso psicológico en el que el sujeto interpreta activamente aquello que sus
Sentidos están captando, la interpretación se basa en experiencias previas, expectativas, predisposiciones personales.
- Percepción distorsionada de un estímulo distinta a la que tendríamos si sólo se tuviese en cuenta la configuración física o formal del estímulo (ilusiones), engaños perceptivos: experiencia perceptiva nueva que suele convivir con el resto de las percepciones “normales” no se fundamenta en estímulos realmente existentes (alucinaciones).
- Se mantienen y/o se activan a pesar de que el estímulo que produjo la percepción inicial ya no se halla físicamente presente (imágenes mnémicas,
parásitas o consecutivas).
BIBLIOGRAFIA
- http://www.psicocode.com/resumenes/6psicopato.pdf
- http://www.unioviedo.es/psiquiatria/docencia/material/PSIQUILEGAL/2011-12/5PL-PERCEPCION.pdf
- https://es.scribd.com/doc/53674137/Psicopatologia-de-La-Percepcion
- GUIA DEL PSICOANALISIS Y PSICOPATOLOGÍA
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