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Adolecencia


Enviado por   •  18 de Marzo de 2014  •  3.371 Palabras (14 Páginas)  •  143 Visitas

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INTRODUCCIÓN

El objetivo de Simone de Beauvoir, es el de probar su frase más famosa que dice: “no se nace mujer se llega a serlo”. De esta forma, el peso de las circunstancias culturales, de la educación y de los condicionamientos que nos modelan era claramente designado como la clave que explicaría la situación de desventaja en que las mujeres se han encontrado a lo largo de la historia.-

Desde el título de la obra basado en un juego de palabras muy original y bien logrado, Simone de Beauvoir nos da la medida de su aproximación al tema de sus investigaciones: la mujer, a la vez objeto de aceptación y de repulsión, el mundo “femenino” al cual ella pertenece pero del cual no quiere formar parte... A partir de la primer lectura que hemos hecho, El Segundo Sexo es a la vez una interpretación crítica de la condición femenina, desactivando la referencia naturalista y biologicista, y una especie de rechazo de la realidad misma de la mujer en lo que comporta de inevitable y de irreductible, (al tiempo que la acepta como tal).

Porque Simone de Beauvoir, al mismo tiempo que rechaza la biología como destino de la mujer (y de allí su “no se nace mujer se llega a serlo” ), le da un peso ontológico a lo que la naturaleza le ha hecho corresponder a la mujer: su mayor sumisión a la especie, es para ella la causa de su condición, de su ser consagrado a la inmanencia, del cual no puede liberarse sino mediante medios mecánicos y tecnológicos, participando igualitariamente en la producción, una vez superada con la ayuda de la ciencia y el progreso, su servidumbre biológica. Más que la historia, es pues la Naturaleza la que es incriminada por ella como explicación a la subordinación femenina, que parecería así ser original, dato natural del cual la mujer no escaparía, sino por la Cultura. La Naturaleza, así como la Cultura, tienen dos caras en El segundo Sexo, si se lo lee atentamente. La Cultura es a la vez lo que oprime (al interpretar los datos de una forma contraria a la mujer) y lo que libera, puesto que es en lo cultural en donde la mujer puede afirmar su transcendencia. En cuanto a la Naturaleza, no es el destino (todo depende de la forma como la Cultura la interpreta), pero lo es de todas formas, porque es por su mayor sumisión a las necesidades de la especie que la mujer sufre de un estar amarrada a la inmanencia contra lo cual debe luchar para liberarse.

La lectura del El Segundo Sexo tuvo sobre nosotros el efecto de colocarnos, con relación a la mujer y las mujeres, en el mismo estado de espíritu que en nuestra opinión era el de Simone de Beauvoir en la época de la redacción del libro: éramos mujeres, pero también seres humanos, cuya pertenencia a un sexo determinado no quería decir nada en sí misma. Queríamos así ser aceptadas en tanto que humanas y nos reencontrábamos mujeres con todos los inconvenientes y todas las limitaciones que socialmente habían sido construidas sobre “la feminidad”.

La tendencia era pues a ser muy críticas hacia todo lo que “olía a la Mujer”, a rechazar todo este artificio que consagraba a la mujer a la inmanencia y demostrar que valíamos tanto como el hombre, el “obligatorio” sujeto de referencia.

Así comenzamos a luchar tratando, como conquistadoras, de mostrar que éramos también “primer sexo” como el otro, adoptando muchos de sus puntos de referencia. Del otro lado del espejo dejábamos a muchas mujeres “segundo sexo” que parecían justificar los terribles análisis del libro y no querer salir de su secundaria posición.

Luchamos pues, nos reencontramos y escalamos el mundo, sintiéndonos por otra parte dependientes de una realidad corporal rechazada, pero de la cual seguíamos siendo de una cierta forma todavía sus rehenes.

El Segundo Sexo nos dio en ese momento el impulso y la energía, y sobre todo los útiles y las categorías históricas para trabajar en nuestra liberación. P ero no fue sin más tarde cuando comprendimos, después de otras reflexiones y debido a los avatares de la vida, que para liberarse y tratar de liberar también a los otros, había que amar una misma a la mujer real, sexuada, diferente y diversa, y reivindicar la igualdad, y todos los mismos derechos e incluso otros derechos en nombre de esta diferencia originaria.

Para muchas mujeres, tanto en la época de su aparición como más tarde, e incluso hoy en día, El Segundo Sexo fue un detonador y un catalizador para tomar el control de sus vidas. Se puede ver con razón El segundo Sexo como el punto de partida de los movimientos feministas de la segunda mitad de este siglo y en todo caso como uno de sus puntos de apoyo ideológicos fundamentales.

En la época en que fue escrito El Segundo Sexo, el feminismo evidentemente no tenía ni el alcance ni la fundamentación teórica rigurosa que tiene hoy en día. También le faltaba el éxito de las luchas, incluso parcial, y con ello la sanción de la historia, que ha hecho del feminismo uno de los movimientos claves del mundo contemporáneo. Sin quererlo, la autora de El Segundo Sexo contribuyó a producir todo eso, pero no podía preverlo.

“El Segundo Sexo ha llegado también a las mujeres, en la medida en que su autora disponía de la distancia necesaria para describir una situación a la cual ella había en parte escapado, pero de la cual seguía sintiéndose solidaria porque le seguía siendo presente, a la vez en su cuerpo (en cuanto sexualidad asumida) y en el mundo (en cuanto obstáculo a toda empresa real de humanización). Simone de Beauvoir no sufría por el hecho de ser mujer, sino por ver su propia existencia cuestionada día tras día por la permanencia de un abismo entre la mayor parte de los hombres y la mayor parte de las mujeres. Tal es el sentido profundo de una empresa cuyos efectos sobre nuestras propias conciencias aún no hemos terminado de medir”.

Así nos dice ella, el hombre encuentra en la mujer no solamente otro individuo, otra conciencia, sino también la expresión misma por excelencia, de la Alteridad. “Ya se ha dicho que el hombre no se piensa jamás sino pensando al otro; capta al mundo bajo el signo de la dualidad y, en principio, ésta no tiene un carácter sexual. Pero, siendo naturalmente distinta del hombre, que se plantea como lo mismo, la mujer está clasificada en la categoría de lo Otro; lo Otro envuelve a la mujer.”

Llega pues un momento en que la mujer se convierte en la representación absoluta de la Alteridad. Su realidad en cuanto conciencia, en cuanto individuo otro pero semejante pasa a un nivel secundario, y desaparece casi en favor de este rol de Alteridad Absoluta que se le atribuye. Ahora bien, lo que hace que esta situación sea problemática, no es tanto el que la mujer sea para el hombre la expresión misma de la Alteridad Absoluta (ella

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