Adolescente
Enviado por josset12345 • 7 de Septiembre de 2014 • 522 Palabras (3 Páginas) • 137 Visitas
Adolescencia y juventud efímera
Paul Veyne
Adolescencia. A los doce años, el niño romano de buena familia abandona a laenseñanza elemental; a los catorce, abandona su indumentaria infantil y adquiere elderecho a hacer lo que todo muchacho anhela a los dieciséis o diecisiete, puedeoptar por la carrera pública, o entrar en el ejército, no de otra manera que Stendhalse dedicó a los dieciséis por ser húsar. No existe «mayoría de edad» legal, ni deimpúberes, que dejan de serlo cuando su padre o su tutor advierten que están ya enedad de usar el atuendo adulto y de afeitarse el bozo incipiente. Aquí tenemos al hijode un senador; a los dieciséis años cumplidos, es caballero; a los diecisiete,desempeña su primer cargo público: se ocupa de la policía de Roma, hace ejecutar alos condenados a muerte, dirige la Moneda; su carrera ya no se detendrá, llegará aser general, juez, senador. ¿Dónde lo ha aprendido todo? En el tajo. ¿De susmayores? De sus subordinados, mejor: tiene la suficiente altivez nobiliaria para queparezca que decide cuando le están haciendo decidir. Cualquier otro joven noble, alos dieciséis años, era oficial, sacerdote del Estado, o se había estrenado ya en elforo. Al aprendizaje sobre el tajo de los asuntos cívicos y profesionales se añade elestudio escolar de la cultura (el pueblo posee una cultura, pero no tiene la ambiciónde cultivarse); la escuela es el medio para semejante apropiación y, al mismo tiempo,modifica esta misma cultura: es así como llega a haber escritores «clásicos», delmismo modo que de acuerdo con los cánones del turismo va a haber lugares queserá preciso haber visitado, y monumentos que habrá que haber visto. La escuelaenseña por fuerza a todos los notables actividades prestigiosas para todo el mundo,pero que sólo interesan a unos pocos, incluso entre quienes las admiran de lejos. Y,como sucede que una institución cualquiera se convierte enseguida en fin de símisma, la escuela enseñará sobre todo, y llamará clásico, lo que resulte más fácil deenseñar; desde los tiempos de la Atenas clásica, la retórica había sabido elaborarsecomo doctrina establecida y dispuesta para ser enseñada. Fue así como los jóvenesromanos, entre los doce y los dieciocho o los veinte años, aprendían a leer a susclásicos, y luego estudiaban la retórica. ¿Y qué era la retórica? Pues exactamente, nada útil, que aportara algo a la «sociedad». La elocuenciade la tribuna, así como la del foro, desempeñaron un gran papel durante la Repúblicaromana, pero su prestigio provenía mucho más de su brillo literario que de su funcióncívica: Cicerón, que no era precisamente hijo de un oligarca, tendrá el raro honor deser admitido en el Senado porque su relumbre literario de orador no podía por menosde realzar el prestigio de la asamblea. Todavía en tiempos del Imperio, el públicoseguía los procesos como se sigue entre nosotros la vida literaria, y la gloria de
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