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Alfred Adler


Enviado por   •  25 de Junio de 2013  •  5.319 Palabras (22 Páginas)  •  384 Visitas

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La educación después de Auschwitz

No puedo entender que se le haya prestado tan poca atención hasta hoy. Explicar esto tendría algo de monstruoso, ante la monstruosidad de lo sucedido. Sin embargo, el hecho de que se haya tomado tan poca conciencia de esta exigencia y de los interrogantes que plantea, revela que esa monstruosidad no ha penetrado bastante en la mente de los hombres, y eso es en sí mismo un síntoma de que, en lo que se refiere al estado de conciencia e inconsciencia de éstos, la posibilidad de la repetición aún permanece. Cualquier debate sobre ideales de educación es insignificante e insustancial frente a esto: que Auschwitz no se repita.

Aquello fue la barbarie, contra la cual toda educación dirige sus esfuerzos. Se habla de la amenaza de recaer en la barbarie. Pero no es una amenaza: Auschwitz fue esa recaída. Y la barbarie subsistirá mientras perduren en lo esencial las condiciones que produjeron aquella recaída. Precisamente, esto es lo terrible. La presión social sigue pesando, aunque hoy se oculta el peligro. Arrastra a los hombres a lo indescriptible, a aquello que en una escala histórico-universal llegó a su punto máximo con Auschwitz. Entre las ideas de Freud que, sin duda, pueden aplicarse a la cultura y a la sociología, una de las más profundas es, a mi juicio, que la civilización engendra por sí misma la anti-civilización, y la refuerza cada vez más. Debería prestarse mayor atención a sus obras El malestar en la cultura y Psicología de las masas y análisis del yo, precisamente en relación con Auschwitz. Si la barbarie está instalada en el principio mismo de la civilización, entonces la lucha contra ella tiene algo de desesperado.

Cualquier reflexión sobre la manera de impedir la repetición de Auschwitz es oscurecida por la idea de que debemos tomar conciencia de ese carácter desesperado, si no queremos caer en los lugares comunes idealistas. Sin embargo, debemos intentarlo, sobre todo porque la estructura básica de la sociedad, así como sus miembros, son hoy los mismos que hace veinticinco años. Millones de inocentes –calcular las cifras o regatear acerca de ellas es indigno del hombre– fueron sistemáticamente exterminados. Nadie tiene derecho a invalidar este hecho como si hubiera sido un fenómeno superficial, una aberración en el curso de la historia, irrelevante frente a la tendencia general del progreso, de la ilustración, del presunto avance de la humanidad. El solo hecho de que tuviera lugar es una expresión de una tendencia social extraordinariamente poderosa. Que sucediera es por sí solo una expresión de una tendencia social extraordinariamente poderosa. Y aquí mencionaré un hecho que, en forma significativa, apenas parece ser conocido en Alemania, aunque proporcionó el material para un best-seller como Los cuarenta días del Musa Dagh de Franz Werfel. Ya en la Primera Guerra Mundial, los turcos –el movimiento llamado de los Jóvenes Turcos, dirigido por Enver Pachá y Taleat Pachá– asesinó a más de un millón de armenios. Al parecer, las más altas autoridades militares y del gobierno de Alemania se enteraron de la matanza, pero guardaron un estricto silencio al respecto. El genocidio hunde sus raíces en la resurrección del nacionalismo agresivo que se desarrolló en muchos países desde finales del siglo XIX. Por otro lado, no se puede negar que el invento de la bomba atómica, capaz de aniquilar literalmente de un solo golpe a centenares de miles de personas, pertenece al mismo contexto histórico que el genocidio. El brusco crecimiento de la población suele denominarse hoy “explosión demográfica”. Es como si la fatalidad histórica preparara contra-explosiones para frenar la explosión demográfica: la matanza de pueblos enteros. Esto es sólo para indicar hasta qué punto las fuerzas contra las que hay que actuar son las del curso que sigue la historia mundial.

Como la posibilidad de transformar las condiciones objetivas, es decir, las sociales y políticas, en las que esos hechos encuentran su caldo de cultivo, es hoy extremadamente limitada, los intentos por impedir la repetición de Auschwitz se reducen necesariamente al aspecto subjetivo. Con esto me refiero también, en lo esencial, a la psicología de las personas que hacen tales cosas. No creo que sirva de mucho apelar a valores eternos, frente a los que quienes son proclives a tales crímenes se limitarían a encogerse de hombros. Tampoco creo que sirva de mucho aludir a las cualidades positivas de las minorías perseguidas. Las raíces deben buscarse en los perseguidores, no en las víctimas, exterminadas con los más miserables pretextos. Lo urgente y necesario es lo que en otra oportunidad he llamado, en este sentido, el retorno al sujeto. Hay que sacar a la luz los mecanismos que hacen a los seres humanos capaces de tales atrocidades, hay que mostrárselos a ellos mismos, hay que tratar de impedir, despertando una conciencia general sobre tales mecanismos, que las personas vuelvan a ser de ese modo. Los asesinados no son los culpables, ni siquiera en el sentido sofístico y caricaturesco en el que muchos quisieran presentarlo hoy. Los únicos culpables son los que, en forma irracional, descargaron sobre ellos su odio y su agresividad.

Esa irracionalidad es lo que se debe combatir: hay que disuadir a las personas de golpear hacia afuera sin reflexionar sobre sí mismas. La educación podría tener sentido sobre todo como una educación para la autorreflexión crítica. Pero como, de acuerdo con los conocimientos de la psicología profunda, los caracteres, en general, incluso los de quienes perpetran tales crímenes en edad adulta, se forman en la primera infancia, la educación llamada a impedir la repetición de esos hechos monstruosos tendrá que concentrarse en ella. Ya he mencionado la tesis freudiana sobre el malestar de la cultura. Pero esto llegó aún más lejos de lo que Freud supuso, sobre todo porque con el correr del tiempo, la presión civilizatoria que él observó se ha multiplicado hasta lo insoportable. Y con ello, las tendencias explosivas sobre las que llamó la atención han adquirido una violencia que él apenas pudo prever. El malestar en la cultura tiene, con todo, un lado social: algo que Freud no ignoró, aunque no lo investigara concretamente. Puede hablarse de la claustrofobia de la humanidad en un mundo dirigido, una sensación de encierro dentro de un ambiente totalmente socializado, tejido como una tupida red. Cuanto más tupida es la red, más se procura escapar, y al mismo tiempo, su espesor es lo que precisamente impide la salida. Esto refuerza la furia contra la civilización, una furia que se vuelve violenta e irracionalmente contra ella.

Un esquema confirmado por la historia de todas las persecuciones es que la ira se dirige contra los débiles, sobre todo contra

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