Amor Entre Padres E Hijos
Enviado por cynthiarivas • 5 de Junio de 2014 • 1.181 Palabras (5 Páginas) • 683 Visitas
EL AMOR ENTRE PADRES E HIJOS
Al nacer, el infante sentiría miedo de morir si un gracioso destino no
lo protegiera de cualquier conciencia de la angustia implícita en la
separación de la madre y de la existencia intrauterina.
Aun después de nacer, el infante es apenas diferente de lo que era antes del nacimiento; no puede reconocer objetos, no tiene aún conciencia de sí mismo, ni del mundo como algo exterior a él.
Eventualmente, el niño experimenta su sed, la leche que le
satisface, el pecho y la madre, como entidades diferentes. Aprende a
percibir muchas otras cosas como diferentes, como poseedoras de
una existencia propia: En ese momento empieza a darles nombres. Al
mismo tiempo aprende a manejarlas; aprende que el fuego es
caliente y doloroso, que el cuerpo de la madre es tibio y placentero,
que la mamadera es dura y pesada, que el papel es liviano y se
puede rasgar. Aprende a manejar a la gente; que la mamá sonríe
cuando él come; que lo alza en sus brazos cuando llora; que lo alaba
cuando mueve el vientre.
El amor de la madre significa dicha, paz,
no hace falta conseguirlo, ni merecerlo. Pero la cualidad incondicional
del amor materno tiene también un aspecto negativo. No sólo es
necesario merecerlo, mas también es imposible conseguirlo,
producirlo, controlarlo.
Dar es más satisfactorio, más dichoso que recibir; amar, aún más importante que ser amado. Al amar, ha abandonado la prisión de soledad y aislamiento que representaba el estado de narcisismo y
autocentrismo. Siente una nueva sensación de unión, de compartir,
de unidad. Más aún, siente la potencia de producir amor -antes que la
dependencia de recibir siendo amado- para lo cual debe ser pequeño,
indefenso, enfermo -o «bueno»-. El amor infantil sigue el principio:
«Amo porque me aman.» El amor maduro obedece al principio: «Me
aman porque amo.» El amor inmaduro dice: «Te amo porque te
necesito.» El amor maduro dice: «Te necesito porque te amo.»
Hemos hablado ya acerca del amor materno.
Ese es, por su misma naturaleza, incondicional. La madre ama al
recién nacido porque es su hijo, no porque el niño satisfaga alguna
condición específica ni porque llene sus aspiraciones particulares.
El amor incondicional corresponde a uno de los anhelos más profundos, no sólo del niño, sino de todo ser humano; por otra parte, que nos amen por los propios méritos,
porque uno se lo merece, siempre crea dudas; quizá no complací a la
persona que quiero que me ame, quizás eso, quizás aquello -siempre
existe el temor de que el amor desaparezca-. Además, el amor
«merecido» siempre deja un amargo sentimiento de no ser amado
por uno mismo, de que sólo se nos ama cuando somos
complacientes, de que, en último análisis, no se nos ama, sino que se
nos usa.
Las actitudes del padre y de la madre hacia el niño corresponden a
las propias necesidades de ése. El infante necesita el amor
incondicional y el cuidado de la madre, tanto fisiológica como
psíquicamente. Después de los seis años, el niño comienza a
necesitar el amor del padre, su autoridad y su guía.
El amor paterno debe regirse por principios y expectaciones;
debe ser paciente y tolerante, no amenazador y
autoritario. Debe darle al niño que crece un sentido cada vez mayor
de la competencia, y oportunamente permitirle ser su propia autoridad
y dejar de lado la del padre.
El amor no es esencialmente una relación con una persona
específica; es una actitud, una orientación del carácter que determina
el tipo de relación de una persona con el mundo como totalidad, no
con un «objeto» amoroso. Si una persona ama sólo a otra y es
indiferente al resto de sus semejantes, su amor no es amor, sino una
relación simbiótica, o un egotismo ampliado. Sin embargo, la mayoría
de la
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