Anexo 1 Parte 1 Pensarbien Sentirse Bien
Enviado por MIMImiTA • 12 de Febrero de 2012 • 3.720 Palabras (15 Páginas) • 849 Visitas
Pensar bien, sentirse bien
Parte I
LA TESTARUDEZ DE LA MENTE Y LA RESISTENCIA AL CAMBIO
La mente humana es perezosa. Se auto perpetúa a si misma, es llevada de su parecer y con una alta propensión al autoengaño. En cierto sentido, creamos el mundo y nos encerramos en el. Vivimos enfrascados en un diálogo interior interminable donde la realidad externa no siempre tiene entrada.
La mente no es un sistema de procesamiento de la información amigable, predecible y fácilmente controlable, como ocurre con muchos computadores; nuestro aparato psicológico tiene intencionalidad, motivos, emoción y expectativas de todo tipo. La mente es egocéntrica, busca sobrevivir a cualquier costo, incluso si el precio es mantenerse en la más absurda irracionalidad.
¿Por qué en determinadas situaciones continuamos defendiendo actitudes negativas y autodestructivas pesar de la evidencia en contra? ¿Por qué permanecemos atados a la irracionalidad pudiendo salirnos de ella?
La mayoría de las personas mostramos una alta resistencia al cambio. Preferimos lo conocido a lo desconocido, puesto que lo nuevo suele generar incomodidad y estrés. Cambiar implica pasar de un estado a otro, lo cual hace que inevitablemente el sistema se desorganice para volver a organizarse luego asumiendo otra estructura.
La novedad produce dos emociones encontradas: miedo y curiosidad. Mientras el miedo a lo desconocido actúa como un freno, la curiosidad obra como un incentivo que nos lleva a explorar el mundo y a asombrarnos. Aceptar la posibilidad de renovarse implica que la curiosidad como fuerza positiva se imponga a la parálisis que genera el temor.
Podemos llevar a cabo la ruptura con lo que nos ata de dos maneras: (a) lentamente, en el sentido de desapegarse, despegarse, o (b) de manera rápida, lo cual implica “aceptar lo peor que podría ocurrir” de una vez por todas, en el sentido de soltarse, saltar al vacío, jugársela sin anestesia.
Le hacemos demasiado caso a las creencias que nos han inculcado de pequeños.
Las situaciones límite siempre nos confrontan y si somos capaces de aprovecharlas, podemos revisar nuestra mente a fondo. Las situaciones límite pueden hundirse o sacarte a flote, conformar un síndrome de estrés postraumático o formatear el disco duro. Las creencias más profundas se tambalean cuando nuestras señales de seguridad desaparecen, y allí el cambio es inevitable.
La conclusión parece obvia: nos convencemos de lo que somos, asumimos el papel que el medio nos asigna como si fuéramos ratones de laboratorio.
¿Y si no hubiera situaciones límite que nos precipiten al cambio? ¿Si nuestra vida se quedara anclada a la rutina y a la resignación de sufrir por sufrir? Sencillo y complejo a la vez: debemos crear nosotros mismo las condiciones límite. Hay que crear la capacidad de pensarse y reprensarse a la luz de nuevas ideas. Los procedimientos psicológicos más eficientes para que el cambio se genere consisten en llevar al paciente, de manera adecuada y responsable, a enfrentar lo temido, lo desconocido o lo inseguro. Es allí, durante la exposición en vivo y en directo, que la realidad se encarga de actualizar nuestro software, de durarnos, de ponernos en el camino de la racionalidad y enderezar la distorsión.
Una vez instaladas las creencias, defendemos por igual las saludables y las no saludables, las racionales y las irracionales, las correctas y las erróneas, aun cuando nuestro lado consciente piense lo contrario.
¿Por qué no somos capaces de descartar lo inútil, lo absurdo o lo peligroso de una vez?
Si vemos un principio no necesitamos hacer cursos de Precipicio I, Precipicio II y Precipicio III para concientizarnos del riesgo. El hecho se impone, la percepción directa es suficiente: vemos el peligro y no dudamos en retirarnos, “entendimos”, y punto. ¿Por qué entonces en la vida cotidiana caemos tantas veces por el precipicio? ¿Por qué repetimos los mismos errores? ¿Por qué nos cuesta tanto asumir una actitud racional frente a los problemas? ¿Somos masoquistas, ignorantes o testarudos?
Una experiencia vital vale más que mil palabras (o muchas horas de consulta). La información que llega de la experiencia directa es mucho más terapéutica que la teoría, aunque las dos son necesarias.
El camino es aquietar la mente e inducirla a que se mire a sí misma de manera relista. Una mente madura, equilibrada y que aprenda a perder. Una mente humilde, pero no atontada. Una mente abierta al mundo, vigorosa y con los pies en la tierra.
Al menos tres aspectos influyen para que la mente se cierre sobre sí misma y viva en el autoengaño: (a) la economía mental o cognitiva, (b) las profecías autorrealizadas y (c) las estrategias evitativas y compensatorias.
Economía cognoscitiva o la ley del mínimo esfuerzo
La mente humana es supremamente conservadora. El principio que maneja nuestro aparato psicológico es impactante: Cuando la información que llega al organismo no coincide con las creencias que tenemos almacenadas en la memoria, resolvemos el conflicto a favor de las creencias o esquemas ya instalados, es decir, nos hacemos trampa.
La mente humana autoperpetúa constantemente la información que tiene almacenada.
Lo que coincide con nuestras expectativas lo dejamos pasar y lo recibimos con beneplácito, lo que es incongruente con nuestras creencias o estereotipos lo ignoramos, lo consideramos “sospechoso” o simplemente lo alteramos para que concuerde con nuestras ideas preconcebidas.
La economía mental parte del siguiente principio: es menos gasto para el sistema conservador los esquemas que tenemos almacenados que cambiarlos.
De lo anterior queda claro que el cambio real implica modificar muchos factores asociados a las creencias y que esa modificación supone un costo que no siempre estamos dispuestos a asumir.
La economía mental, la que nos mantiene atados a los viejos hábitos, depende de una serie de mecanismos erróneos llamados sesgos. Con fines didácticos, me referiré solamente a los tres más importantes: sesgos atencionales, sesgos de memoria y sesgos preceptúales. Es importante aclarar que aunque los abordaré por separado, en la práctica, todos operan conjuntamente.
Sesgos atencionales
Cuando prestamos atención, no lo hacemos de manera objetiva y desprevenida. Por ejemplo:
Si una persona tienen un esquema de incompetencia (“No soy capaz”) su atención estará más orientada a detectar fallas que aciertos personales.
Si alguien ha creado un esquema de abandono (“la gente que amo tarde
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