Ciberfeminismo para hackear el heteropatriarcado

Aportación T8: Ciberfeminismo para hackear el heteropatriarcado

La lectura del texto de Heidi J. Figueroa acerca de los aspectos psicosociales de las redes sociales, de su libro Imaginarios del sujeto en la Era Digital: Post (identidades) contemporáneas, plantea abrir el horizonte de posibilidades para la investigación psicosocial respecto al fenómeno de proliferación de las redes sociales y la tecnología emergente. La autora hace una crítica acerca de lo mucho que se han tratado ciertos temas en cuanto a tecnología y redes sociales desde el ámbito de la psicología, y lo poco que se han tratado, en cambio, otras muchas dimensiones. En este sentido, expone que esta disciplina se ha centrado en psicopatologizar las prácticas online (adicción, pornografía, depredación pedofílica y conflictos de pareja) mientras que hay otras muchas implicaciones psicosociales en este auge de las TICs que no se están contemplando.

Un ejemplo de implicación psicológica que se ha dejado de lado en el estudio, desde este ámbito, de las TICs, es el tema del mantenimiento del sistema sexo-género.

El feminismo constructivista de la tecnología de las últimas décadas ha demostrado la co-construcción del género y la tecnología. Este feminismo afirma que el género no sólo se asocia a las tecnologías una vez estas construidas (lo que se denomina fractura digital de primer nivel en caso de que el problema sea de acceso o segundo nivel si el problema es de uso), sino que es incorporado a la propia materialidad de los artefactos, lo que supone la implicación del género en el contenido mismo de la tecnología (Sanz, 2016). Esto último se categoriza como fractura digital de tercer nivel ya que está indicando diferencias en las actividades de desarrollo tecnológico. Las tareas de desarrollo del hardware y del software las realizan en su gran mayoría hombres blancos de clase media. Así, si las relaciones de género están incorporadas a los aparatos tecnológicos, estos van a contribuir, a su vez, a construir y a reforzar esas relaciones de desigualdad de género.

Si nos fijamos en el código informático, vemos que éste es binario y que no es simplemente un material que sirve como soporte, sino que también es semiótico y tiene una función de generación de significados. Así, vemos que el código es un elemento central en las formas de biopoder. Al ser binario, solo existen dos categorías en oposición, de la misma manera que en el sistema sexo-género en el que solo se puede ser hombre o mujer, heterosexual u homosexual, femenino o masculino, etc. Así, con este tipo de código, se crea una normalización de contraposiciones, como el ejemplo clásico de Foucault de la línea que separa al normal y al anormal. Con este sistema, se mantiene el poder de normalización que obliga a homogeneizar, individualiza, establece niveles, ordena, ajusta a su vez las diferencias entre una y otra categoría y las relaciones en cuanto a jerarquía. Así, las normas construyen “verdades” y con lo cual, desigualdades (Piedra, 2004)

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